Florencia del Campo, escritora argentina afincada en Madrid: “Los objetos son ‘souvenirs’ de la vida y perderlos es la muerte de parte de nuestra memoria”
La autora presenta este jueves en la Santos Ochoa de Alcañiz su última publicación, ‘Que tenga una casa’Florencia del Campo (Buenos Aires 1982) es una escritora y editora afincada en Madrid desde hace once años. Es autora de cuatro novelas -La huésped (2016), Madre mía (2017), La versión extranjera (2019), con la que ganó el Premio de Novela de Barbastro, y la juvenil Soy (2020); tres poemarios -Mis hijas ajenas (2019), ganador del premio Bolsa de Pipas, Las casas se caen en verano (2022) y El hombre del padre (2024) y varios libros infantiles. El jueves 3 de octubre visita la librería alcañizana Santos Ochoa (20 horas) Âen una nueva sesión del ciclo A Puerta Cerrada, en la que presentará su último libro, Que tenga una casa (Candaya).
-El libro habla de su experiencia con las casas, con diferentes casas que ha habitado, disfrutado o sufrido... pero ¿hablamos de novela o de ensayo?
-Es algo así como un híbrido entre ambos géneros, creado de forma deliberada. A mí me sale llamarlo novela, pero es cierto que juego con lo ensayístico, la memoria y la autoficción. Y no introduzco casi elementos de ficción, la verdad, más allá de los que inevitablemente metes, casi inconscientemente, cada vez que cuentas algo de tu vida. Escribir es casi como traducir, y en ese proceso siempre se transforma lo contado.
-¿Por qué escribe sobre el concepto de casa?
-Porque escribimos sobre las obsesiones que tenemos. Yo me obsesioné con esa idea, porque a diferencia de otras que pueden ser parecidas, como patria o raíces, la casa no solo es una idea y un concepto abstracto, sino que también es algo material, que se toca, que está hecho de ladrillo y cemento. Me atrae mucho la combinación entre ambos sentidos.
-¿De dónde viene esa obsesión?
-Tiene que ver con la venta de la casa de mi madre, la que fue la casa de mi infancia allá en Buenos Aires, y la compra de una casa en la Sierra de Madrid. Ese movimiento, que en realidad parece solo una transacción económica, me interesa mucho en sus términos simbólicos. Significa que eso donde una nació y creció desaparece, pero al mismo tiempo aparece algo nuevo, una casa propia. Pero no en el sentido de un bien material, sino en el de armar algo nuevo a partir de tu condición de emigrante. Ese proceso me atravesó mucho y me hizo pensar mucho.
-¿Esa ‘reinvención’ cambia la naturaleza de las personas?
-La mía la cambió brutalmente. Como escritora estoy permanentemente atravesada por esa circunstancia, hasta el punto de que, aunque no sé qué libros hubiera escrito en Argentina, estoy segura de que no hubieran sido los mismos. Significa rearmar tu vida y apropiarse de una patria, de un origen nuevo. Aunque en mi caso también tenía algo de regreso, porque mi bisabuelo nació en Soria, y de algún modo también es importante.
-¿Cuánto tiempo lleva una ‘reinvención de ese tipo?
-Cuesta. Yo llevo once años en España y recién empiezo a atreverme a decir que este es mi país. Pero tu infancia te deja muchas marcas y determina cómo se hace tu cerebro.
-¿Ese cambio tiene su vertiente de crecimiento, o solo lo aborda desde la pérdida, desde lo añorado?
-Tiene aspectos positivos, desde luego. Mudarse y cambiar de casa tiene una pérdida que implica dolor, pero esa moneda tiene otra cara, sobre todo cuando como en mi caso yo emigré porque quise. En Argentina tenemos crisis económicas todo el tiempo y motivos para irse sobran, pero yo me marché porque necesitaba esa experiencia vital. Y aunque luego pagas un precio, no me arrepiento.
-¿Qué precio?
-Perder cosas que tienen consecuencias muy a largo plazo, que lleva tiempo verlas, pero que cuando las ves descubres que son tragedias. Mudarse significa perder muchos objetos, objetos físicos. Y aunque es muy liberadora esa idea de dejar atrás cosas, o muy romántico eso de que tu vida cabe dentro de una mochila, con los años descubres que pierdes memorial material. Los objetos son souvenirs de tu vida, y perderlos significa la muerte de parte de nuestros recuerdos. Yo he olvidado muchas cosas de mi pasado o mi familia, y aunque, insisto, puede parecer una cosa muy romántica, hay que ponerla en práctica para saber lo que es.
-¿Cuántas casas ha tenido?
-No lo sé. En el libro hablo de muchas de ellas, pero en el fondo lo interesante es reflexionar sobre a qué le podemos considerar casa... Yo he vivido durante varios meses en habitaciones por las que pagaba en Madrid... ¿eso es una casa, al mismo nivel que la casa de mi madre donde me crié? ¿Y la casa que te presta un amigo para que vivas durante un tiempo porque él se marcha a otro lugar, para que le des de comer al gato y riegues las plantas?
-Este híbrido entre ensayo y novela es diferente al resto de sus novelas, pero además escribe poesía... ¿en qué genero se encuentra más cómoda?
-Creo que todos los géneros me visitan, y todo me encuentran. No hay tanta diferencia, y de hecho también me gusta pensar que en mi forma de escribir también se funden y se mezclan todos. Pero en general yo pensé que era una escritora de prosa, que hacía poesía de forma excepcional. Pero ya son tantas las excepciones que empiezan a ser la norma.