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Enrique Villagrasa, poeta turolense: “Burbáguena y el Jiloca me acompañan siempre, no importa que esté en Roma o en Japón” Enrique Villagrasa, poeta turolense: “Burbáguena y el Jiloca me acompañan siempre, no importa que esté en Roma o en Japón”
Villagrasa, durante la presentación de ‘Fosfenos’ el pasado sábado en su pueblo

Enrique Villagrasa, poeta turolense: “Burbáguena y el Jiloca me acompañan siempre, no importa que esté en Roma o en Japón”

El escritor define ‘Fosfenos’, su último poemario, como “una síntesis” de todo su bagaje “vital y cultural”
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Enrique Villagrasa (Burbáguena, 1957) es poeta, editor, crítico, periodista y una de las voces más autorizadas de la lírica nacida en Teruel y que nunca ha abandonado el territorio, por más que la vida le haya llevado por otros derroteros. Tras Queda tu sombra (Huerga y Fierro, 2019) y La poesía sabe esperar (Ingitur, 2019), Villagrasa regresa con Fosfenos (Huerga & Fierro, 2024), quizá el mejor reflejo de sí mismo.

-José Luis Rey define su obra como poesía de los lares, en referencia a la corriente que impulsó el chileno Jorge Teillier. ¿A qué se refiere exactamente?

-Los lares son los dioses que habitan en los lugares que tienen que ver contigo, con tu hogar, con la cercanía y con las obsesiones que tienes. De entrada que José Luis Rey, siendo quien es, diga que soy uno de los poetas láricos del siglo XXI me parece maravilloso.

-¿Dónde habitan sus dioses?

-Los veo en todos los lugares de mi vida, en los juncos que mordisqueo en el Jiloca, en los paseos por la fuente de Burbáguena, o por la viña... Me acompañan siempre, de forma inevitable, ya puedo estar en Roma o en Japón.

-¿Podría escribir sin tener esa referencia en la cabeza o en el alma?

-Imposible. No puedo evadirme de ella. En Madrid o en otros lugares hay gente que me pregunta cómo puedo escribir las palabras Burbáguena o Jiloca cada dos o tres versos (risas). Creo que en Fosfenos escribo 64 veces Burbáguena y unas 62 Jiloca... Pero en más de 200 páginas no es tanto. Surgen y no borro esas palabras, no podría hacerlo. Es que lo llevo dentro, es lo que yo soy.

-Y eso que ‘Burbáguena’, como palabra esdrújula, no tiene fácil encaje...

-Cierto, pero nunca me ha dado miedo el lenguaje ni experimentar con él. Terminar un verso con una palabra esdrújula obliga al lector a buscar más, a continuar hasta un final más redondo. Y eso me gusta.

-Hablando de experimentación, en ‘Fosfenos’ hay desde sonetos perfectos hasta vanguardia con versos de una sola palabra, pasando por prosa poética que forman auténticos microrrelatos. Eso es una declaración de intenciones, ¿verdad?

-Claro. ¿Por qué no jugar con todas las formas posibles del lenguaje? Cuando empiezas un poema no decides qué aspecto tendrá, sino que este se va desarrollando hasta que lo toma. Si al final te parece bien lo dejas, y si no lo manipulas tanto como es necesario, hasta convertirlo en un soneto o en un haiku. Es una decisión consciente, pero no previa a escribir.

-Nacho Escuín ha dicho que su último poemario es un compendio de todos los libros que ha leído.

-La culpa de que me guste modelar el lenguaje la tiene haber leído mucho. Y sí, Fosfenos es una especie de antología de mi vida sintetizada en 220 páginas, con todo mi bagaje cultural y existencial desde que empecé a caminar en Burbáguena hasta que me jubilé en el Puerto de Tarragona.

-¿Estructurada en los cuatro capítulos en los que articula el poemario?

-Mi vida es como una novela pero trasladada a la poesía, y en este caso se la dedico a mi gran amigo Óscar Ayala, que hace pocos meses se lo llevó el cáncer con 57 años. De nuestras conversaciones sobre qué hacer con la poesía surgió la colección Rayo Azul que coordinamos juntos en Huerga y Fierro Editores, con la voluntad de encontrar cosas con auténtica enjundia. Así que el poemario comienza con esa pregunta, con el Qué. Después llega Cavilaciones, que son en parte las respuestas sobre las que la vida te lanza a reflexionar; Cementerio de Burbáguena, que es donde iré a parar algún día, y en último lugar Brotar del verso último. Tras la muerte me imagino mirando la fuente de Burbáguena desde arriba, viendo brotar la poesía. Creo que en esos cuatro capítulos está toda mi vida.

-¿Diría que esta es la obra que mejor le define?

-Como definición total sí. Si alguien quiere conocerme por completo que lea Fosfenos. Pero si hablamos de definirme únicamente como poeta, quizá elegiría La poesía sabe esperar (2019). En aquel libro le eché un pulso a los versos, y este último me ha salido casi al dictado. Han sido cuatro años trabajando, pero me ha resultado muy cómodo.

-¿Por qué ‘Fosfenos’?

-Fosfenos hace referencia a esos destellos de luz que creemos ver cuando nos frotamos con fuerza los ojos. Para mí es la palabra que mejor define el quehacer del demiurgo, de cualquier creador ya sea poeta, bailarín o pintor. Hay un momento en el que cierras los ojos y ves unas luces. Ese chispazo es el inicio de la creación misma, el que te impulsa a trabajar y a hacer algo nuevo. Y si consigues que el resultado tenga su propia luz, que sea un fulgor por sí mismo, entonces lo has logrado.

-Tras hacerlo el pasado sábado en su casa, en Burbáguena, ¿donde presentará ‘Fosfenos’?

-Está previsto en Tarragona en septiembre, y luego Zaragoza, quizá Valencia, y en Madrid seguramente leyendo textos junto al peruano Martín Rodríguez-Gaona. Si hay que hacerlas se hacen, aunque admito que no soy muy amigo de las presentaciones. Prefiero el boca-oido que resulta de la lectura de los poemas. Siempre he pensado que la poesía, cada verso, no está terminado hasta que alguien lo lee.