¿Qué hacías tú entonces?
El otro día, di una charla al Club Kifaru de la UNAV en nuestro Cowork. Sobre el valor del compromiso.
Hoy quiero reflexionar acerca de ello contigo.
Anthony de Mello relata en uno de sus cuentos: “Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío… y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios:
- ¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?
Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche me respondió: - Ciertamente que he hecho. Te he hecho a ti”.
Estas palabras nos interpelan directamente, apelándonos a preguntarnos cuál es nuestra parte en el cambio que exigimos.
Demasiado a menudo actuamos como meros espectadores, desahogándonos en tertulias o en redes sociales con un resignado “¡qué mal está todo!”. A lo más, nos enredamos en la mística ojalatera: “Ojalá esto mejore, ojalá alguien haga algo…”. Pero no basta con lamentarse. Hay que actuar.
Un compromiso sin acción vale lo mismo que una bicicleta sin ruedas: no nos lleva a ningún lado. Si queremos cambiar el mundo, necesitamos manos que se remanguen, no sólo palabras.
Lo resumía Martin Luther King con su lucidez habitual: “La primera pregunta que se hicieron el sacerdote y el levita fue: ‘Si me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me va a pasar a mí?’. Pero el buen samaritano invirtió la pregunta: ‘Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué pasará con él?’”.
Esa reflexión debería bastarnos. Pero si no lo hace, hay otra pregunta aún más incómoda: “Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me va a pasar a mí?”. Porque nuestra indiferencia no sólo afecta al otro; también nos transforma a nosotros.
Martin Luther King lo advirtió con claridad: “Nuestra generación no se lamentará tanto de los crímenes de los malvados como del estremecedor silencio de los bondadosos”.
Somos corresponsables del mundo en que vivimos. No es una abstracción: el mundo no es otra cosa que lo que construimos cada día, con nuestras acciones (o con nuestras omisiones). Como decía Graham Greene, la humanidad avanza no solo por los grandes empujones de sus líderes, sino también por los modestos impulsos de cada persona responsable.
No es fácil, lo sabemos. Quizás por eso Juan XXIII, el “Papa bueno”, nos dejó su receta del “Solo por hoy”. Un programa sencillo, basado en pequeños compromisos diarios, que nos recuerda que las grandes transformaciones se construyen ladrillo a ladrillo. Dar y servir no es sólo un acto de generosidad; es también una fuente de felicidad. Lo que sembramos aquí, lo recogemos aquí.
Permíteme terminar con una sonrisa. Cuentan que un día se derrumbó el muro que separa el Cielo del Infierno. El diablo, enfadado, discutía con San Pedro sobre quién debía repararlo. Lucifer, seguro de su victoria, propuso recurrir a los abogados de cada lado. Horas después, regresó satisfecho y puntual. Pero San Pedro seguía sin aparecer. Finalmente, llegó tarde y resignado. - Está bien, lo pagaremos nosotros -admitió-. He buscado por todo el Cielo, pero no he encontrado ni un solo abogado.
Yo lo soy (por si acaso), jeje: ¡San Pedro, busca bien!
Con humor o sin él, la pregunta sigue ahí: ¿qué hacías tú entonces?
Hoy quiero reflexionar acerca de ello contigo.
Anthony de Mello relata en uno de sus cuentos: “Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío… y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios:
- ¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?
Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche me respondió: - Ciertamente que he hecho. Te he hecho a ti”.
Estas palabras nos interpelan directamente, apelándonos a preguntarnos cuál es nuestra parte en el cambio que exigimos.
Demasiado a menudo actuamos como meros espectadores, desahogándonos en tertulias o en redes sociales con un resignado “¡qué mal está todo!”. A lo más, nos enredamos en la mística ojalatera: “Ojalá esto mejore, ojalá alguien haga algo…”. Pero no basta con lamentarse. Hay que actuar.
Un compromiso sin acción vale lo mismo que una bicicleta sin ruedas: no nos lleva a ningún lado. Si queremos cambiar el mundo, necesitamos manos que se remanguen, no sólo palabras.
Lo resumía Martin Luther King con su lucidez habitual: “La primera pregunta que se hicieron el sacerdote y el levita fue: ‘Si me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me va a pasar a mí?’. Pero el buen samaritano invirtió la pregunta: ‘Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué pasará con él?’”.
Esa reflexión debería bastarnos. Pero si no lo hace, hay otra pregunta aún más incómoda: “Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me va a pasar a mí?”. Porque nuestra indiferencia no sólo afecta al otro; también nos transforma a nosotros.
Martin Luther King lo advirtió con claridad: “Nuestra generación no se lamentará tanto de los crímenes de los malvados como del estremecedor silencio de los bondadosos”.
Somos corresponsables del mundo en que vivimos. No es una abstracción: el mundo no es otra cosa que lo que construimos cada día, con nuestras acciones (o con nuestras omisiones). Como decía Graham Greene, la humanidad avanza no solo por los grandes empujones de sus líderes, sino también por los modestos impulsos de cada persona responsable.
No es fácil, lo sabemos. Quizás por eso Juan XXIII, el “Papa bueno”, nos dejó su receta del “Solo por hoy”. Un programa sencillo, basado en pequeños compromisos diarios, que nos recuerda que las grandes transformaciones se construyen ladrillo a ladrillo. Dar y servir no es sólo un acto de generosidad; es también una fuente de felicidad. Lo que sembramos aquí, lo recogemos aquí.
Permíteme terminar con una sonrisa. Cuentan que un día se derrumbó el muro que separa el Cielo del Infierno. El diablo, enfadado, discutía con San Pedro sobre quién debía repararlo. Lucifer, seguro de su victoria, propuso recurrir a los abogados de cada lado. Horas después, regresó satisfecho y puntual. Pero San Pedro seguía sin aparecer. Finalmente, llegó tarde y resignado. - Está bien, lo pagaremos nosotros -admitió-. He buscado por todo el Cielo, pero no he encontrado ni un solo abogado.
Yo lo soy (por si acaso), jeje: ¡San Pedro, busca bien!
Con humor o sin él, la pregunta sigue ahí: ¿qué hacías tú entonces?