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Nuestras tradiciones:  un legado a preservar Nuestras tradiciones:  un legado a preservar

Nuestras tradiciones: un legado a preservar

José Iribas S. Boado

Hace unas semanas leía en Diario de Teruel un artículo de opinión en el que se cuestionaba la presencia de autoridades en celebraciones de raíz religiosa. Ello me ha invitado a reflexionar sobre el papel de las tradiciones en nuestra sociedad.

¿Participar en actos que forman parte de nuestro patrimonio inmaterial constituye un problema? ¿O lo sería, más bien, renunciar a ellos?

Vivimos en un Estado aconfesional, afortunadamente. Así lo estableció el legislador constituyente. Pero aconfesional no significa laicista, y por eso la Constitución Española reconoce el hecho religioso como parte del bagaje de nuestra sociedad. El artículo 16.3 lo deja claro: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Pero añade: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española” y además “mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.

El marco constitucional no exige borrar nuestras raíces, sino convivir con ellas desde el respeto. Y esas raíces han estado marcadas por la tradición judeocristiana, la filosofía griega y el Derecho romano.

Raíces que crean comunidad

Muchas festividades que hoy consideramos populares tienen un claro origen religioso. La Navidad, la Semana Santa o las fiestas del Patrón de cada ciudad han modelado el calendario y las costumbres de generaciones.

¿Debe una corporación municipal estar presente en estos eventos? Para mí es, como poco, un gesto de respeto hacia la historia y las tradiciones de la comunidad. No se trata de imponer creencias, sino de reconocer el bagaje, siquiera sea cultural, de estos actos. Como cuando un alcalde asiste a una entrega de premios o a un partido de fútbol: no lo hace en nombre de su afición personal, sino como representante de una ciudadanía diversa.

Si un ayuntamiento acompaña eventos deportivos, culturales o sociales, ¿por qué no puede hacer lo mismo en festividades religiosas que forman parte de la identidad de su localidad?

La religión en el espacio público

El problema surge cuando se confunde neutralidad con ausencia. Cuando se cree que la única forma de garantizar la aconfesionalidad es eliminar cualquier manifestación religiosa del ámbito público. Y no, no es eso.

Un Estado verdaderamente plural no impone una única visión, pero tampoco arrincona tradiciones que forman parte del alma de un pueblo.

Por eso, el debate no debería centrarse en si un alcalde o un presidente autonómico deben asistir o no a un acto religioso, sino en si somos capaces de aceptar que las tradiciones forman parte de la vida de muchas personas y, por tanto, de la vida pública.

Ahí están ejemplos como la Ofrenda a Santiago Apóstol. O las fiestas de San Fermín. O las de la Virgen del Pilar, cuya festividad sigue marcando cada 12 de octubre una de las celebraciones más emblemáticas del país.

Las tradiciones no están para imponerse, pero tampoco para esconderse. No comprender su valor es renunciar a parte de nuestra historia.