Libertad: más que un cuadro en la pared
Hace unos días leía una carta al director en Diario de Teruel en la que se mencionaba, entre otras cosas, el descenso de los matrimonios. No me sorprendió. Ocurre también con la natalidad. Y no todo se debe solamente a factores como la situación económica, la vivienda o la conciliación familiar, que también.
Pero hay otra realidad: el rechazo o el miedo al compromiso. Hay gente que no quiere comprometerse. Y la hay que, en ocasiones, teme hacerlo. El miedo, aunque a veces pueda ser comprensible, no siempre nos lleva a las mejores decisiones.
Todos valoramos la libertad, pero hay casos en que parece que la guardamos en una vitrina, o la queremos tener como un cuadro en la pared: ahí está, nos gusta mirarla… pero no la tocamos. Sin embargo, la libertad solo cobra sentido cuando se ejercita.
Elegir implica, inevitablemente, descartar opciones. Aquí es donde muchos se sienten atrapados: elegir es renunciar, y renunciar asusta. Nos hemos acostumbrado a un mundo donde todo parece estar disponible; de forma inmediata; donde la idea de tenerlo todo parece alcanzable. Pero la vida no funciona así. Cada decisión cierra otros caminos, y eso a veces pesa más que la elección misma.
El sociólogo Bauman hablaba de la modernidad líquida, donde todo es transitorio y los vínculos parecen tener fecha de caducidad. En una sociedad así, el miedo a equivocarse puede paralizarnos: miedo a comprometerse porque hemos visto a otros fracasar, miedo a elegir porque significa perder algo, miedo a apostar porque, ¿y si luego no es como imaginábamos?
Pero la libertad sin compromiso es una ilusión. Es como comprar un coche carísimo y no sacarlo del garaje por miedo a que se raye. No se trata de lanzarse sin pensar, sino de asumir que todo lo valioso conlleva esfuerzo, trabajo, responsabilidad. “La libertad es el derecho a hacer lo que se debe”, decía Lord Acton. O lo que es lo mismo: elegir con responsabilidad, conscientes de que lo que decidimos hoy construye lo que seremos mañana.
Y aquí vuelvo al matrimonio. Es paradójico: nunca hemos sido más libres… y, sin embargo, cada vez nos cuesta más decidirnos. No solo en el amor, sino en casi todos los aspectos de la vida.
El problema no es que haya menos matrimonios, que para mí lo es; además, en general, hay menos decisiones firmes. Nos cuesta apostar con determinación, quemar las naves, comprometernos con un proyecto, un camino, una persona. Tal vez por miedo, tal vez por la inercia de pensar que ya habrá tiempo. Pero, ¿qué hay más triste que vivir sin lazos, sin raíces, sin historia compartida por miedo a que algo no salga como esperamos?
Comprometerse no es perder libertad, es darle sentido. No es encadenarse, es anclarse a algo que realmente vale la pena. Porque en un mundo donde todo parece efímero, lo verdaderamente valiente es apostar de verdad.
Así que, si valoras la libertad, úsala. No la dejes en un rincón, no la conviertas en un adorno. Atrévete a elegir algo. O mejor aún: a alguien. Si quieres. Solo si quieres.
Con la certeza de que la vida tiene curvas y días complejos (o interesantes), pero sabiendo que las mejores historias se construyen con compromiso y voluntad.
Al final, lo que nos da miedo no es el compromiso, sino la posibilidad de fracasar.
Pero si ni siquiera lo intentamos, nos estaremos negando la oportunidad de algo grande.
Y eso sí que sería una verdadera pérdida.