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José Iribas S. Boado

Cuentan que, cuando los tanques de Adolf Hitler cruzaron la frontera polaca sin encontrar resistencia, una anciana salió a su encuentro con furia, blandiendo una simple estaca. Al verla, un vecino le recriminó:

- Es absurdo lo que haces. ¿No ves que no sirve para nada? - Sí que sirve, claro que sirve -respondió ella con firmeza-. Sirve para que sepan de parte de quién estoy.

Esta anécdota siempre me hace pensar. Una anciana frágil y sola alzaba un palo contra el imponente avance de los blindados nazis. Era un acto, en apariencia, estéril, sin utilidad práctica alguna; y hasta peligroso. Y, sin embargo, decía mucho más de lo que las palabras podían expresar: mostraba coraje, convicción y, sobre todo, el poder de una voz que se niega a callar.

Vamos a comenzar un nuevo año, y quiero transmitirte un deseo que parte de esta historia: no tengas miedo de expresar tu criterio, incluso si parece que no cambiará nada. A veces, levantar la voz no es sólo una cuestión de eficacia inmediata; es una forma de posicionarnos, de reafirmar nuestra dignidad y de dejar claro dónde estamos y con quién.

Vivimos en un mundo donde, demasiadas veces, las opiniones que se escuchan son las que están alineadas con la corriente dominante, las que resultan cómodas o políticamente correctas. Pero no siempre son esas voces las que necesitamos. Al contrario, es crucial que haya personas dispuestas a señalar lo que otros prefieren ignorar, como el niño del cuento de Hans Christian Andersen que, con ingenuidad y valentía, se atrevió a decir lo evidente: el emperador iba desnudo.

Si piensas algo distinto, lo que es muy legítimo, dilo. Hazlo saber. Discrepar no es de villanos. Y tu voz importa. Alrededor de los líderes -sean políticos, empresariales o sociales- siempre hay aduladores que los ensalzan sin sentido crítico. Les dicen que son guapos, de ojos azules y rubios, y que todo lo hacen bien. Eso no sólo es falso, sino que contribuye a crear burbujas peligrosas, donde las decisiones se toman desconectadas de la realidad.

Por eso, un buen propósito para este año que va a comenzar puede ser participar más, expresar lo que piensas y hacerlo con coraje. Porque cuando hablas, aportas. Porque la pluralidad de opiniones fortalece cualquier sociedad.

En mi charla al Club Kifaru en el Cowork de CampusHome se lo dejé claro a los asistentes: El silencio, cuando es fruto del miedo o la comodidad, puede acabar siendo cómplice de las injusticias. O de la mentira.

Así que no te calles. Sé esa voz que rompe la inercia, que desafía el silencio cómodo del conformismo. No necesitas una multitud a tu lado, ni un discurso grandilocuente. A veces basta con un gesto sencillo, como levantar la estaca (es una metáfora, jamás apelaré a la violencia) de aquella anciana polaca, para marcar la diferencia.

Haz llegar tu opinión. Hazla pública. Puede que no cambie el mundo de inmediato, pero quizás te cambie a ti: y será un acto valiente y valioso que, sin duda, hará que otros sepan de parte de quién estás.