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José Iribas S. Boado

No, no vengo a hablarte de Osasuna. Como navarro, ganas no me faltan… Pero hoy vamos a otra cosa.

En un mundo que parece premiar la presunción y la altitud, hoy quiero hablarte de la actitud. Ahí, merecen una reivindicación pública muchas personas modestas.

Me refiero a esas que no alardean de sus logros ni buscan ser el foco de atención. A esa gran mayoría que se limita a hacer bien su trabajo para ganarse el jornal, cuidar de los suyos, y aportar lo mejor de sí desde la discreción. Podríamos decir que son todo un referente, aunque, irónicamente, muchas veces pasen desapercibidas.

La modestia no es sinónimo de falta de ambición. Más bien es una virtud que se cocina en silencio, desde una fortaleza y una autoestima interior que no necesita ni adornos ni reconocimientos constantes de terceras personas. Las personas modestas saben que su valor no radica en lo que exhiben, ni incluso en lo que logran, sino en lo que son.

Si miras a tu alrededor, encontrarás modestia probablemente en ese conductor de bus que te recibe con simpatía; en esa empleada de hogar que cocina o plancha como nadie, que se gana tu afecto; o en tantos voluntarios que ayudan sin buscar aplausos: por ejemplo, en los jóvenes que

-en mi rincón- dedican horas de su tiempo libre para acompañar a escolares que precisan de estudio dirigido. Esas personas con sus pequeños gestos diarios, a veces con una sencilla sonrisa, pueden transformarte el día… Aunque no lo sepan.

En una sociedad saturada de fantoches -siempre hay más de los debidos- que aparecen por doquier (excepto cuando a veces hacen falta), las personas modestas nos enseñan a valorar lo pequeño, lo discreto.

Por desgracia, en nuestros días, más de una vez, sucede lo que ya decía Winston Churchill: “El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes”.

El verdadero éxito no se mide por la fama, o la posición, por el número de seguidores, sino por una vida lograda a base de coherencia entre lo que somos, lo que hacemos y lo que queremos ser. He escrito ser (no tener).

La modestia no siempre es valorada como merece. Muchas veces, las mujeres y hombres buenos o sus acciones modestas son subestimadas o ignoradas, como si su falta de ostentación las hiciera menos importantes. Desde su diario quehacer dejan huella, dan luz y calidez, sin pretender deslumbrar.

Ser modesto no significa esconderse, sino actuar con humildad y autenticidad. ¡Cuánto impacto tiene en quienes los rodean!

En una sociedad cada vez más ruidosa, son un recordatorio de que la verdadera grandeza no necesita adornos.

Dicen que todo se contagia, menos la hermosura. Quizás sea un buen momento de mirar en nuestro diario quehacer para fijarnos en esas personas, muchas veces anónimas, y ofrecerles, simplemente un gesto amable, una sonrisa; como ellos harían. Porque lo valen.