El mundo no es Instagram
A menudo les recuerdo a los estudiantes de la residencia (y no sólo a ellos) que el mundo real no es Instagram.
En Instagram, todo parece perfecto: filtros, retoques y la llamada inteligencia artificial crean un universo de apariencias. Es un mundo virtual que brilla, y a veces hasta deslumbra, pero que pocas veces refleja la verdad.
En redes sociales, casi todo el mundo muestra su mejor perfil: sonrisas impecables, peinados cuidados y ropa escogida para la ocasión. Quieren mostrarse felices, buscan el mejor ángulo y, sobre todo, ¡el mayor número de likes! Pero rara vez exhiben ahí sus días más prosaicos, el dolor o la incertidumbre.
Esa distancia entre lo que se muestra y lo que se vive es importante. La realidad no es la misma que vemos en las redes, que idealizan una vida perfecta. Las relaciones de pareja, por ejemplo, no son siempre tan sencillas como aparentan. Creer que se puede estar con mariposas y en perfecta armonía todo el tiempo sólo genera frustración. Lo que vale, cuesta… Y si en una relación uno busca sólo su propio bienestar, eso no es amor. Aunque así lo llamen.
¿Y el éxito profesional? ¿Es tan constante y espectacular como algunos gurús aseguran? Muchos en Instagram prometen enseñarnos a ser millonarios; pero, si lo fueran, si tuvieran esa clave, ¿estarían vendiendo cursitos?
Entender esto nos ayuda a pisar suelo. Y a evitar frustraciones. No pasa nada por no tener un cuerpo danone o una vida sin problemas. Ni una cosa ni la otra son posibles, desde luego, en todo momento. Pero, ¿acaso valemos menos como seres humanos por nuestro peso, altura, arrugas o circunstancias?
Sin embargo, en ocasiones caemos en esas mentiras virtuales. Nos resulta más cómodo creer en ellas que aceptar que en la vida real se requiere tanta capacidad de superación como de aceptación.
Olvidamos que las expectativas irreales pueden traernos dolor, ansiedad o frustración.
La vida real tiene sus momentos de poesía, claro, pero también de prosa. Y en esa mezcla está su verdadero sabor.
En todo caso, y más allá de tus circunstancias: nunca olvides que, como persona, mereces quererte; y más: ser querida; y, desde luego, que te acepten y te respeten sin condiciones: tal y como eres; más allá de tus éxitos o tu apariencia. Porque no eres un objeto a etiquetar; nadie lo somos; somos humanos, con nuestras virtudes y fortalezas pero también con limitaciones, vulnerabilidades o heridas.
Aprende a mirarte en el espejo de la vida con un pelín de humor -y de amor-. Y, con deportividad, acéptate como eres en aquello que no puedas cambiar. Maneja, además, la empatía, la comprensión y hasta la compasión con el otro.
Y aplica y aplícate una frase que merece la pena recordar: Ámame cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito.