El árbol de los problemas
¿Conoces esta historia? Nos la contaban hace una semana en una charla-coloquio muy interesante:
Javier, dueño de una finca, necesitaba acondicionarla. Contrató a Antonio, un gran trabajador que, aquel día, no tuvo su mejor jornada. Bajo un sol implacable, su cortadora eléctrica se estropeó, perdió horas intentando repararla y, al acabar la jornada, su viejo camión decidió no arrancar.
Javier se ofreció a acercarlo a casa en su vehículo. Durante el trayecto, Antonio no dijo mucho. Seguramente le daba vueltas a los problemas: el camión averiado, las herramientas que no funcionaban, el trabajo acumulado...
Cuando llegaron a su casa, Antonio invitó a Javier a pasar y a conocer a su familia. Pero antes de abrir la puerta, se detuvo unos segundos frente a un árbol, alzó las manos y tocó sus ramas con calma. Fue como un ritual.
Al entrar, su expresión cambió por completo. Sonrió, abrazó a sus hijos y besó a su esposa. Parecía otro.
Intrigado, Javier no pudo evitar preguntarle más tarde: -¿Qué hacías antes de entrar a tu casa?
-Ah, ese es mi árbol de problemas -respondió Antonio, sonriendo-. Sé que no puedo evitar tener dificultades en el trabajo, pero esos problemas no pertenecen a mi familia. Así que, cada noche, los cuelgo en el árbol antes de entrar a casa. Y, por la mañana, cuando salgo, los recojo. Lo mejor de todo -añadió con una carcajada- es que al día siguiente nunca hay tantos como recordaba haber colgado la noche anterior.
Este relato nos deja una gran lección: desconectar del trabajo al llegar a casa es una necesidad. Todos hemos llevado alguna vez los problemas laborales hasta la cocina, el salón o la habitación. Lo hacemos sin querer, pero el precio suele ser alto: nos cuesta prestar atención a nuestra familia, a sus historias, o a sus preocupaciones. Al final, estamos físicamente presentes, pero emocionalmente ausentes.
Desconectar no siempre es fácil. A veces, las preocupaciones del día nos persiguen incluso en sueños. Pero es importante hacer un esfuerzo: llegar a casa debe ser un momento de pausa, de reconexión con lo que importa de verdad.
No todos tenemos un árbol de problemas como Antonio, pero podemos encontrar nuestra propia vía para dejar a un lado lo que no pertenece al hogar o nos impide dormir. El Papa anota algunos de sus problemas en un papelito y por la noche lo deja bajo una figura de San José, durmiendo, para que se los cuide y se ocupe de ellos. Puedes elegir árbol, santo, paseo, conversación relajante o lo que quieras. Lo esencial es que, al cruzar la puerta, dejes espacio para la alegría, el cariño y la convivencia.
Porque lo que tu familia necesita no es sólo que estés en casa, sino que estés presente con todo tu corazón. Compartir una cena sin móviles, interesarte por cómo les ha ido el día, jugar con los pequeños o simplemente escuchar sin prisa son actos que fortalecen nuestros lazos.
Y recuerda: por la noche, todo se ve más oscuro de lo que realmente es. La perspectiva de un nuevo día puede hacer que los problemas sean menos graves de lo que parecían. Y si no, que te quiten lo bailao…