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José Iribas S. Boado

Estos días hemos interiorizado de veras el poema de John Donne. Se nos ha grabado a fuego:

“Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Esta vez, las aguas que nos han arrasado hasta la angustia, y que han hecho que doblen las campanas, no venían del mar. Pero la tragedia y el dolor que han ocasionado han sido igual de lacerantes.

Sabes bien de qué te estoy hablando: me refiero a la dana.

¿Qué ser humano, qué persona de bien puede no llevar a las víctimas, a los desaparecidos, a los damnificados, en lo más profundo de su corazón? ¿Quién puede no conmoverse ante lo acaecido, ante tanto dolor, ante tamaña ruina y destrucción?

Esa conciencia compartida, esa empatía ante el sufrimiento ajeno ha sido y es el hilo invisible que une, en nuestro caso, a residentes universitarios de un centenar de nacionalidades, que conviven aquí. Más allá de las diferencias culturales, o de sus caminos académicos, les vincula algo mucho más profundo: su condición humana, su empatía, su solidaridad.

La grandeza de un ser humano se mide por su capacidad de servir, de ayudar al prójimo. Especialmente en los tiempos o circunstancias más adversas.

Esa grandeza real no se mide por el cargo, por los oropeles, por la fama; tampoco por la riqueza, o por la talla intelectual; ni por la edad, la fama, o la posición social.

Esa grandeza la poseen hoy miles y miles de personas anónimas, ciudadanos de a pie, muchos de ellos manchados de barro hasta las orejas. Ellos son nuestros líderes. Nuestros referentes. Porque el verdadero liderazgo o es un liderazgo de servicio y altruista o no es liderazgo ni nada.

En nuestra residencia, algunos jóvenes (y no tanto) no han dudado en ofrecerse como voluntarios para viajar al “punto cero” y ayudar en persona a las víctimas. Otros comenzaron de inmediato cuestaciones bien organizadas o la recogida de artículos de primera necesidad. Nadie se ha quedado de brazos cruzados. Todos tienen un corazón herido, que late ante la tragedia de los otros.

Estos chavales, como muchos otros, están dando una lección que trasciende los libros, demostrando que la universidad no es solo un espacio para adquirir conocimientos, sino para vivir valores, como el de la solidaridad.

Su entrega y compromiso nos da esperanza.

Así, en estos días grises, en los que las aguas han causado tanto dolor, estos universitarios comprometidos nos recuerdan que en cada acto solidario nace una nueva forma de luz.