Así a bote pronto, uno se echa a la cara los carteles de la próxima feria del Ángel y aun siendo aficionado a esto del toro, sentirá que andan tan ayunos de coletas egregias como faltos de brillo y esplendor. Y qué quieren que les diga… Sí. Es verdad. Faltan los top, los geochos, los toreros célebres y renombrados que prestigian las ferias y que están en la cúspide del escalafón y en boca de todos. ¿Pero eso es un hándicap si de verdad uno siente con pasión el toreo? Creo que no. O por lo menos no debería serlo. Creo que la fiesta de los toros es mucho más rica y poderosa que sus figuras y que el sistema que las ampara. Pero esto es harina de otro costal del que en otro momento echaremos cuentas. Lo importante es saber que si alguno no está es porque ni se ha planteado una negociación. ¿Teruel? De entrada no. Hay mal ambiente dicen y todo es muy rápido y a contracorriente. Eso, alguno. Otros imponen toros, hay quien compañeros, el de más allá se sube a la parra con los dineros y hay quien siente un no-sé-qué cuando le nombran esta plaza que de entrada echa mano a una pata de conejo o clama al cielo. Pues vale.
Ahora pisemos terreno firme. Y desdeñemos de entrada cualquier justificación en la elaboración de los carteles a la premura de tiempo para confeccionarlos. Se acepta que no ha habido tiempo. De acuerdo. Pero analicemos la verdadera realidad del espectáculo de los toros y de su industria porque Teruel y su feria 2018 dicen mucho cuando uno lee entre líneas. Dicen que hubo un tiempo en el que Madrid, y no los despachos, gobernaban este espectáculo. Refrendar la categoría de un espada en Madrid, todos los años, se antojaba palabra de Dios. Todos los años. El nombre importaba en tanto en cuanto había sido protagonista de un triunfo sobre su arena o por lo menos si había refrendado su cartel y categoría con una faena seria. Mantenía cartel, se decía. Ahora no. Ahora todo viene hecho a granel, como precocinado. Ahora están los nombres fetén, los consentidos, y se hartan de torear en ferias de aquí y de allá sin justificar su categoría y sin refrendarla anualmente donde se debe, que no es precisamente en los despachos. Quizá por eso necesitan ir de la mano en una misma corrida porque uno solo por su cuenta ni llena ni interesa. ¡Leche!, hasta cinco y seis tardes se anunciaban en la capital los Belmonte, Villalta, Dominguín… para después de haberse jugado el nombre y el prestigio hacer turné por España.
Turné por España… Teruel. Sigamos leyendo. Tres de los triunfadores de Madrid andan anunciados en sus carteles. Tres nada menos que vienen de marcar un hito importante de sus respectivas carreras en la plaza más importante del mundo. La que da y quita, decían. Y es que Castella arrancó dos orejas épicas en San Isidro a un toro de Garcigrande que también le mandó al hule. Álvaro Lorenzo montó su particular 2 de mayo con un cataclismo de faena que le abrió la puerta grande y Javier Cortés dio la dimensión de un torero de época en dos tardes madrileñas de triunfo y sangre, dos tardes en las que se vio la dimensión de un torerazo inmenso y lleno de verdad. Sumen a ello el nombre de Manuel Escribano, uno de esos toreros que molestan al sistema porque indultan toros de Victorino y cortan las dos orejas a un Miura. No lo quieren a su lado como no querían a Fandiño y no quieren al Ferrera de ahora. Hablemos claro. Son proscritos. Hay que vetarlos. Aderecen ahora la feria con el torero de la tierra y con el torero mediático. Feria perfecta… en 1920. Hoy, los antis autóctonos, los que asumen el estado de la Fiesta sin pensarla, clamarán sobre estos carteles. Pues a mí denme verdad, denme emociones, denme la capacidad de sorprenderme, denme una feria que mande a hacer leches a los supuestos grandes que no sienten la obligación de pasar por caja. ¡Qué leche!, anda ya uno harto de tanta figura con pies de barro. Me da que a poco que embistan los toros lo hemos de pasar bien. En Teruel. Me da que sí.