Hoy es lunes. Concretamente, el primero desde que mis vacaciones llegaron a su fin. La conclusión del verano es despedirse de tu casa mientras regresas a ella. Un hola y adiós, o adiós y hola para los maniáticos del orden, en el que hay un cambio de roles, dando el punto dulce la despedida y cargando el regreso con el toque agrio.
Por un lado, marcha con una sonrisa el adiós a esa vida que has entretejido entre sueños vacacionales, esos que se fabrican mitad despierto mitad dormido. Despedirse del jugar a lo que pudo ser, ya sea con el clásico ‘como en el pueblo en ningún sitio’, un buen ‘yo tendría que vivir en un sitio con playa’ (frase reversible para los que viven en lo alto) o aquel ‘me gustaría pasar una temporada en el extranjero’.
Al mismo tiempo, llega plomizo el regreso a la vida que habitas cuando despiertas de estas ensoñaciones. Esa vuelta a lo que siempre es, a lo que siempre fue, quizás resulta dolorosa porque, al menos durante unos días, todo aquello dejó de ser. Es entonces, mientras comienza a intuirse lo que espera tras el oasis, cuando vuelven las preocupaciones: una bandeja del correo a rebosar, la vuelta a los desayunos con casi nada incluido y dormir en una cama que no se hace sola por la mañana.
Despedida y regreso son, sin embargo, nada más que dos síntomas de un mismo problema. La primera vive de la idealización, del querer lo que no se tiene y olvidarse así de los berrinches entre compañeros de viaje, las picaduras de medusa y las tardes de aburrimiento que igualmente suceden en vacaciones. El segundo también peca, por pesimista, de selectivo, olvidando que no solo se vuelve al trabajo, también a reencontrarse con los amigos, a las noches de película y manta y a tener la cena lista cuando llegas a casa.
Así somos, imagino, vagabundeando eternamente en el espacio que separa nuestros pies de nuestra cabeza, atrapados entre preocupaciones y ensueños, enmarañados en el regreso y el adiós. Quizás por eso resultaba más sencilla la vuelta al cole cuando éramos pequeños. Entonces solo nos preocupábamos de saludar y despedir al día que marcaba el calendario, nada más.