25 de marzo de 2004. Aquel día, el FC Barcelona no solo jugó la Copa de la UEFA, predecesora de la actual Europa League, sino que quedó apeado de la misma por el Celtic de Glasgow en octavos de final.
No obstante, se atisbaban brotes verdes en el césped del Camp Nou. Joan Laporta en la tribuna. Xavi, Puyol, Valdés y Ronaldinho sobre el campo. Frank Rijkaard en el banquillo para salvar a los blaugranas de una larga depresión post Cruyff.
Y es que en el Barça todo se mide con el antes y el después de Johan. Su mesiánica llegada no solo transformó para siempre, y para mejor, la historia del club, sino que distorsionó de manera inevitable y permanente la percepción de sus aficionados sobre la misma. Tras su marcha el club quedó preso de la autoimposición de una filosofía supuestamente Cruyffista que, ni existía antes de su llegada ni tampoco el propio neerlandés seguía tan a rajatabla como ahora exigen al equipo sus propios fans.
También perdieron entonces los culés su fundado complejo de inferioridad con respecto al rival madrileño. Y digo fundado, pues todavía en 2004 la comparativa era sangrante: 16 ligas contra las 29 blancas y, sobre todo, una solitaria Copa de Europa frente a nueve.
Sin embargo, poco importaba todo aquello, pues, aun siendo un ‘gigante’ novicio, el Barça alcanzó la cumbre en el momento exacto: la explosión económica del fútbol. No solo llegaron títulos, sino que el club, de la mano de innovadores directivos como Ferrán Soriano, posterior artífice del colapso de Spanair y del Manchester City de Guardiola, convirtieron al FC Barcelona en uno de los clubes más ricos del mundo.
Fue entonces, tras el champán en Luz de Gas y con un Barça borracho de éxito, cuando el exceso se comió al éxito, provocando una precipitada caída con la Europa League como fondo. Sin embargo, el verdadero drama no lo representa una competición en la que hace no tanto participaba el club y la cual, probablemente, guarda más coherencia con su actual nivel deportivo. El principio del fin llega con los millones perdidos tras caer en Champions, que acercan un poco más al Barça hacia una inevitable privatización, perdiendo así su verdadera filosofía: ser uno de los pocos clubes gobernados por sus aficionados en un sector cada vez más subyugado al capital privado.