Por Macarena Berlín de Miravete *
A pesar del cielo bronco no rompió a llover, y yo ya estaba cansada. Llevaba tres días pendiente de aquel aviso que no venía por la vía habitual, y mis ojos saltaban del cielo al camino esperando algún cambio en uno u otro. El cielo ya nos tiene acostumbrados a sus picos bipolares, y más o menos los sobrellevamos como podemos. Pero el otro asunto que me llevaba por el camino de la amargura no tenía sentido. Únicamente una nota a mi nombre, sin datos de procedencia excepto los de la empresa de distribución, en el corcho de avisos de la panadería del pueblo, me anunciaba la llegada a casa de un paquete con la orden inflexible de entregarlo personalmente, y en mano. O sea, raro. Nada tenía pendiente de nadie, ni tampoco es mi costumbre utilizar el servicio de compras a domicilio por ser consciente de la dificultad que entraña, dada mi ausencia constante, así como para los emisarios por el intrincado acceso hasta la casa. Semejante hermetismo me descolocaba un poco pero seguía alerta, movida por la curiosidad.
Paso muchos ratos de mi recién estrenada vida, apartada del contacto con la gente excepto para el aprovisionamiento necesario y los saludos de cortesía; no necesito rellenar con palabras los silencios ni la soledad, y solo acepto los sonidos que el campo me regala. Por eso ninguna espera me duele, siempre mirando al frente oliendo y sintiendo la vida sin letras que la tierra me ofrece. Cada mañana como un rito, me asomo descalza a la puerta, y miro intensamente hacia la montaña para asegurarme de que sigue en el mismo sitio donde anoche la dejé. Las mismas piedras que vieron “mis antiguos” (muchos de ellos miran satisfechos y atentos como yo, aunque desde distinta perspectiva, cómo sigue enredándose nuestra savia generación tras generación con las raíces del tomillo) Noto mi piel que se resquebraja, se agrieta, o se humedece tumbada sobre la tierra, y soy una mujer cubierta por los montes mirando al cielo esperando la tormenta. No me da miedo, ya no…
Le juré que me mentía y me juró que no, pero… ¿alguien puede fiarse de un humano encadenado a una agenda…? Yo, no. Según él por tres veces como el canto del gallo, llamó a mi puerta; por tres veces juré y perjuré que eso era imposible. No le condené, porque soy consciente de que las tormentas restan veracidad a cualquier juramento, y por lo menos la de ayer fue la reina de todas las tormentas, “La Tormenta Profunda”. Pero eso, a mis ojos, no le restaba gravedad al asunto. Tres días amarrada al banco del porche (balanceando los pies en distintas direcciones y con diferentes ritmos, a modo de ejercicio oriental); leyendo, pensando…; alejándome lo imprescindible por temor a que el emisario pasara de largo. Me crucé con él en la panadería a donde había acudido a ver si había nuevo aviso del paquete, y no, no había aviso nuevo, pero sí estaba él en persona preparando nueva nota. Y si no hubiese sido por el agotamiento de la situación hasta me habría parecido cómica, porque no contento con negar la mayor me confesó que, como una vez más no pensaba localizarme, no llevaba consigo el paquete. ¡Cualquiera puede imaginar la cara que se me puso! Pero como todo sirve para algo, recordé en aquel momento un párrafo del libro “Debajo de las Palabras” (cómo la Comunicación No Violenta puede mejorar tu vida) que estaba leyendo esos días aprovechando la necesidad de calma extrema, y me llevé al “mozo” a tomar una cerveza al bar de al lado. En honor a la verdad debo decir que el hecho en sí de la cerveza no estaba exento de interés, ya que astutamente yo intentaba averiguar algún dato sobre el envío, que me hiciera más llevadera la próxima espera que se estaba fraguando. Pero fue del todo imposible. No sé si con argumentos de política de empresa, si por ignorancia suprema, o porque no le dio la gana, allí me quedé yo, como dice la canción “chupando un palo sentada sobre una calabaza” mirando al infinito (del bar).
Al día siguiente de nuevo en el banco, canturreé por enésima vez la canción Penélope que tanto tenía que ver con mi situación de los últimos días. Sinceramente no me fiaba un pelo del tipo; pero no sé si es que en la empresa le habían llamado la atención, o fuera porque le había caído bien la cerveza del día anterior, la cuestión es que allí estaba a la hora acordada, con su uniforme azul, y mi envío entre las manos.
Sin prisa, pero sin pausa le despedí con cajas destempladas (por aquello de ver un cierto paralelismo con ”mi oscuro objeto de deseo”). Y allí, frente a frente, en aquel banco nos encontramos mi caja y yo, yo y mi caja, mirándola con esa mezcla de timidez y pudor que se da en los encuentros entre desconocidos. Desconocidos del todo no, pero eso lo supe después.
Junto a la caja venía un sobre con una cartita de la empresa, en la que se disculpaba reconociendo su culpabilidad; explicaba la procedencia del envío, y el enredo consiguiente. La procedencia era YO MISMA, bueno, la que era hace tres años cuando recogí la totalidad de mi casa de la ciudad, para trasladarme definitivamente (de momento…), a la tierra de mi origen. Esa caja se había quedado involuntariamente oculta entre los utensilios de la mudanza en el camión que la traía, y solo hoy volvía al lugar del que nunca debió haberse alejado.
Un manojo de agujas de hacer ganchillo; un reloj de pulsera (sobradamente conocido); una agenda con mi nombre escrito con SU letra; un marquito con la foto de mi hermano, de la que nunca se separaba; un rosario de esos de rueda; una medalla de Santa María de Nieva que alguien le regaló en su boda, y que me prometió a mí y nunca me dio; un espejito de bolso…, un bolígrafo…; un pañuelito con su inicial bordada, con ese olor…, ese olor inconfundible que me llenó el alma de nostalgia.
Tal día como hoy hace treinta años mi madre decidió recorrer otras cumbres y nos dijo “adiós”, hoy a través de sus recuerdos ha vuelto para decirme “hola”.
* Colaboradora en Radiocable.com, desde abril de 2007 como titular del blog cultural En primera Persona, y en calidad de representante de la emisora en eventos literarios, y culturales en general, en Casa de América, Instituto Cervantes (testigo presencial del depósito de la Caja de las Letras), o Residencia de Estudiantes de Madrid. Colaboró en el suplemento Fuera de Serie de la revista Expansión, con textos para reportajes de temática diversa, hasta su jubilación. desde donde sigue mi contacto con las letras como forma de comunicación.