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Mente en estado vegetativo Mente en estado vegetativo
Ángel Mallén Vázquez. Zaragozano de nacimiento, Turolense de vocación. Aficionado a la fotografía (especialmente fotografía de naturaleza). Miembro de Sociedad Fotográfica Turolense, Aefona y Asafona.

Mente en estado vegetativo

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Por Helena Navarro Guillén *
 

Entras en trance por los caminos transitorios, delirios descompasados, ensoñaciones entremezcladas con la intrusividad del ego. La malicia de lo que yergue en tu interior que no quieres despertar. Aun así, te encuentras en el sueño profundo con tus mayores pesadillas. Y te dices, te susurras, te narras:

Es como si mi cuerpo entrara en un estado de putrefacción. Suelto hedor dentro de mis sábanas. Echo bilis por la boca, pero sigo inmóvil. Escondo mi cabeza por debajo de la almohada y albergo una sensación de asfixia moderada, lo suficiente para que me falte el aire, pero aún puedo respirar. Tengo espasmos en las piernas, leves temblores que hacen que siga despierta. Quise arrancarme el pelo a estirones limpios, quedarme calva, hueca, vacía. Pensé en sacarme las cuencas de mis ojos, así ya no pesarían tanto, y ese dolor agudo que reposa en mi sien podría apaciguarse. Me he meado, cagado y llorado encima. Soy basura en estado permanente de descomposición.

Muestro heridas de todo tipo, pero no quiero que me llamen víctima, mártir torturado, inmolado o pasivo. Quiero ser desecho, escombro, ceniza, basura. Estoy tumbada, pero siento que camino entre escombros, y a cada paso que doy, mis extremidades me abandonan, se posan como cáscaras de plátano, algo viscoso, marrón, tibias. Un ente desmembrado, partido y fragmentado en muchas partes. Desgarro mi piel, es de chicle. Mi piel se estira lo suficiente como para entrelazarse y deshacerse. Hoy, hay miedo en mis entrañas y versan gritos sordos de las cicatrices que surgen desde lo más hondo de las profundidades, desde las cloacas, desde los inicios, indicios de la vida.

La luz se apaga, poco a poco, solo quedo yo con la oscuridad y algunos destellos azules que intentan penetrar en mi mirada, pero no consigo ver nada con claridad. Estoy ciega por la tristeza, por la pena. Solo intento sobrevivir, salir de aquí. El mero amago de intentar levantarme me paraliza, no hay hueco ni escombro para la huida. Algo llama a la puerta, pero no contesto. Alguien está aporreando desde las ventanas. El sonido constante de un pico retumbando en el cristal. Quieren que salga a jugar, ellos, los victoriosos. Ellos tienen garras, miradas peliagudas, instinto primitivo para el juego persecutorio.

Suena el teléfono. Me están llamando, me están buscando, pero aquí ya no hay nadie. Quieren que salga a jugar, que me enrede en sus garras, que me deje manosear, echar al pasto con el resto, quedarme postrada, vulnerable. Escucho sus risas resonar en mi cabeza, pero aquí no hay nadie, ya no hay nadie más. Sigo escuchando ese ruido atroz, el picoteo, el aleteo contra las paredes de mi guarida. Me encojo todo lo que puedo e intento hacer nido en el colchón sucio y malgastado.

Los muelles chirrían, la madera cruje y cede. Se quejan de que siga ahí, de que no quede otro lugar donde poder refugiarme. Pero es aquí donde yergue mi descanso. Es este mi vertedero, es esto lo que queda mí. Estas son mis ruinas, mi lecho.

Ella no sabe que sigue en trance porque el dolor es tan agudo que cree estar postrándose en sus carnes. Y ella lo nota, nota la presencia del carroñero traspasando el papel de las paredes, posando su mirada en su nuca. Mirada de quién captura a los objetos que desvanecen.

Y se dice, se cuenta, se grita a sí misma: Eso es, estás desvaneciendo y eso hace que llames su atención. La fragilidad sin contingencias, sin ningún muro protector que te aísle, porque eres carroña, así te sientes. De repente, hay un hilo melódico que consigues percibir, no son ellos, es una voz aguda, pero melosa, te intenta susurrar algo en los oídos. Sigues encerrada en ese colchón fortificado de hedor. Intentas levitar. Intentas llegar a la voz melosa.

Rompe el silencio de tu cuerpo. Intenta gritar de nuevo, intenta espantar al monstruo que te persigue. Abre la boca, coge aire de tus pulmones ennegrecidos, que tu garganta se impregne de sonidos. Emite, emite cualquier balbuceo primigenio. Intenta conjugar palabras de auxilio. Llama a la voz, escapa, llámala. Se desvanece, procura recuperarla, procura no extinguirte. La notas débil, pero sigue ahí, y tú, intentas forzar tus pies inmóviles, sentir las extremidades de tus dedos, y aprietas, aprietas con dureza. Contraes tu estómago, te mueves, te tambaleas. Buscas el equilibrio de tus piernas adormecidas, estiras el cuello lo máximo posible, te retuerces, te fuerzas, sacas la fuerza, la tensión contenida. Que no se escape, te dices. Levita y persigue a esa voz, no sabes qué es, no sabes quién es, pero sabes que no son ellos, los que te persiguen, los que te acechan. No, es otra cosa, una cosa que puede volver a alimentar las tripas, algo que haga que tu cabello vuelva a crecer, que tus piernas consigan andar, que tus ojos puedan ver. Intuyes que te puede dar vida, o descanso, al fin y al cabo, puede sacarte de este limbo.

Y ella consigue levantarse. Se cae en su primer intento, se desliza por el suelo, dejando ronchones de sangre en las baldosas, pero no le importa, porque sigue persiguiendo. El ruido de los picotazos mengua, siente el tacto de las plumas y da un brinco del espasmo, pero no se detiene. Consigue ponerse en pie, sale de la habitación, sale de la cueva y se apoya en las paredes del pasillo, no sabe exactamente a dónde se dirige, pero existe una fuerza mayor que la conduce. El ruido del picoteo sigue menguando, ya no se escucha el aleteo contra la casa. Mira los cardenales de sus piernas, las heridas en los brazos, el color de su piel amarillento. No se detiene, prosigue caminando hacia el final del pasillo.

La voz melosa se intensifica. Estoy cerca, te dices. Te aproximas gritándote a tus adentros. Gritas a cada ápice de tu cuerpo que pensabas que estaban podridos. Ya no hay hedor saliendo de tus poros. Repítete, ya no hay lombrices hurgando entre mis órganos, mi corazón late acelerando, sigo albergando vida, fuerza, luz.

Te despiertas.

Alguien da tres portazos a tu puerta.

−Es hora de levantarse.

* No tengo una extensa trayectoria. Nací y me crie en Teruel. Siempre me ha gustado vivir rodeada de la cultura en sus múltiples expresiones. Me fui a estudiar Comunicación Audiovisual y después hice un Máster en Escritura Creativa. Supongo que mi trayectoria a día de hoy, está por ver. Mientras tanto he vuelto a Teruel, trabajo de camarera e imparto talleres de escritura.

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