* Por Daniel Izquierdo Clavero
El acto más importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos.
Albert Camus;
El mito de Sísifo.
Una sombra cualquiera se ha quitado la vida. Es lunes por la tarde. La megafonía anuncia, con voz metálica, la suspensión de la actividad de forma indefinida. Pide urbi et orbi perdón. Como un papa autista.
Es lunes por la tarde; otra sombra maldice -en su vagón- el tiempo malversado. Su tiempo -dice- como si fuese Cronos un subcontrado del ego varado y narcisista.
Llevamos una eternidad en este andén, se incendia.
Y el orbitar del mundo detiene su rotación en el sintagma una eternidad; así la multitud que lo rodea.
De pronto, su paciencia necrosada, sufre un desprendimiento de histeria en la retina; toda una eternidad repite; toda una eternidad en este andén, remata; e intimida al reloj con ojos de rana predispuesta al salto a una yugular vecina.
Otra disoncancia se abre paso en la escena. La que dibuja el traje prêt-à-porter Emilio Tucci, el Clive Christian masculine, el Tag Heuer prohibitivo que oculta en la muñeca, cocinada al dente por la nueva irrupción de la megafonía:
señores pasajeros, el tráfico rodado se mantendrá parado hasta nueva orden. La compañía -eso dice, la compañía- ha puesto a su servicio autobuses para cubrir la línea. Rogamos disculpen las molestias.
Enigmáticamente, tras la palabra molestia, la sombra viva y la sombra muerta se adentran (sin conocerse) una en la otra: otra en la una. Ambas, en la espesura.
Se adentran mientras la una grita, maldice, arenga en voz baja, apretando la barra vertical del pasillo y la otra aguarda, en decúbito prono contra la vía que una jueza apática concluya su jornada, levante la manta policial dorada, firme un papel... corra el aire, la rutina y sobre ella, los trenes, reanuden la marcha.
Es lunes por la tarde. Por la noche tal vez. a estas alturas.
La sombra viva, recién duchada, no recuerda siquiera qué excusa la demoró tres horas en el transporte público.
En el piso de abajo, un poemario inacabado sí lo recuerda.
Y recordando aguarda que un ruido de llaves limpie los versos que acicutan el aire.
No llega nadie; el martes, asoma.
Y el miércoles más tarde; también el vacío, acaba la semana.
Y un mes y otro mes; un año y otro año.
Y un día, de súbito, una sombra -otra sombra- abre la puerta, desprecinta el silencio, posee la estancia; encuentra los poemas, muertos de inanición sobre una mesa deslavazada. Huelen a propietario antiguo. Da vuelta al llavín, se encamina al metro. Des-ciende al andén, al lunes por la tarde, a la fuente campestre donde cazaba ranas cuando era pequeño.
Una sombra baja y una voz (otra voz, la misma voz) suspende el paso de los trenes. Alguien se ha quitado la vida.
Cuando la noche llegue (en sus tatuajes todas sus derrotas) y trate de encontrar un amarre a lo vivo, el vecino de arriba y el vecino de abajo adentrarán sus sombras y arderá la espesura.
En la piel del mundo, una cuarta sombra cerrará el teléfono pluvial de la ducha ajena a qué diantres le arrancó 3 horas a su diario. En la mañana, una rana nonata croará sobre el verdor del agua en el charco de una fuente. Lunes. Una sombra cualquiera quitará la vida. Lo de siempre.
Estoy mirando el último poniente.Oigo el último pájaro.Lego la nada a nadie.
Jorge Luis Borges,
El suicida
*Renacido en Aguilar del Alfambra, con un pie en Monteagudo del Castillo, estudió Magisterio, Pedagogía y Psicopedagogía mientras negociaba con la vida cotidiana. Su primera plaquette de poemas fue En el alféizar del tiempo (2005), a la que siguió Las cicatrices invisibles (2016) y A despecho del tiempo (2022) Algún día acabará su tesis doctoral nonata, Antonio Machado, el logos pedagógico del silencio en el tiempo: Juan de Mairena, un ejemplo.