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La enterrada viva de Alfambra La enterrada viva de Alfambra
Juan Joaquín Marqués Garzarán. Maestro Jubilado, aficionado al mundo de la imagen desde muy joven, como docente y fotógrafo aficionado. Ha presentado su obra en exposiciones individuales y colectivas, es miembro de la Sociedad Fotográfica Turolense

La enterrada viva de Alfambra

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Por Raquel Sánchez Arranz *
 

Solo se veía un árbol en medio de un campo extenso que no parecía tener final y tuvieron tan mala suerte que estaba seco. Era imposible refugiarse de la lluvia en Alfambra y las dos siluetas que esta había formado avanzaban más despacio tras abandonar una carretera donde el viento les había estado empujando sin descanso. Uno de los dos hombres empapados seguía mirando el árbol imaginando cómo estaría de seco cuando un sol de justicia coronará aquellas tierras, mientras, su compañero, avistó un refugio. Al entrar en lo que parecía una taberna, el contorno de agua de ambas figuras se desvaneció hasta inundar el suelo y los pocos presentes pudieron descubrir que los turbadores de su velada eran dos viajeros perdidos en tierras turolenses. 

Sin preguntarles siquiera su nombre o procedencia, un hombre alto y de pelo rojizo, cuyos años se podían leer en el número de lamparones de su delantal, les sirvió dos jarras de cerveza de trigo e invitó con un gesto a tomar asiento junto al fuego. Sin pronunciar palabra alguna, al igual que había hecho el camarero, los extraviados dieron las gracias con una sola inclinación de cabeza y se sentaron. Delante del fuego, el viajero más pequeño pensó que se encontraban en uno de esos lugares donde la gente no hace preguntas con tal de que la acompañes bebiendo en una noche de tormenta fría y oscura.

Pero, hubo alguien que sí preguntó, un hombre que parecía haber salido de entre las llamas. Su aspecto era un tanto desagradable, sin embargo, su voz embriagaba más que las cervezas artesanales que estaban bebiendo. Bastó solo una frase para que los viajeros prestaran atención: “¿Quieren escuchar una historia de amor, celos y lujuria?” Los extranjeros se miraron y asintieron, al igual que habían hecho cuando les ofrecieron cerveza, llevaban tanto tiempo sin hablar en el largo camino, que el más pequeño temía que se le hubiese olvidado, pero, se alegraba de descubrir que escuchar todavía podía. 

Mientras se perdía en sus pensamientos no dejó ni un momento de mirar al narrador fantasmagórico y este parecía haber adivinado los pensamientos del viajero joven, así que desvió la vista con cierto temor en los ojos, mientras el cuentista de las llamas comenzaba la historia. Una leyenda que se remontaba a unos años atrás, cuando el duque de Alfambra se casó con una duquesa de la que se había enamorado el primer día en que la vio. Pero, este amor duró poco, como el matrimonio de su vecina de Teruel Isabel de Segura con Pedro de Azagra. La duración del amor entre los duques tuvo una fecha exacta de caducidad: el día en que un rey moro de la cercana localidad de Camañas visitó Alfambra por primera vez. 

La duquesa quedó prendada de la grandeza de aquel rey y tardó solo una semana en planear cómo fingir su propia muerte para huir con él a Camañas. Parece enrevesado, pero, solo necesitó un narcótico que la durmiera y la dejara sin apenas pulso durante dos días para que pareciera que había muerto, un falso entierro para ser libre y la ayuda de un sirviente para desenterrar el cuerpo y poder huir a Camañas con su nuevo amor. Solo necesitó esas pocas cosas y ayuda, por increíble que sonara.

El duque, por su parte, una vez que los efectos de embriaguez que le producía su enamoramiento se le pasaron, no tardó en descubrir el engaño de la duquesa y tales eran los celos que sufrió que los mandó quemar vivos en lo alto de Peña Palomera, colgados del árbol más resistente que encontraran sus lacayos. 

Fueron colgados y quemados vivos en un árbol solitario, en mitad de un campo muy extenso, del que nunca volvió a crecer fruto alguno. Con estas últimas palabras, el hombre que narraba la historia se terminó de un trago su cerveza, se levantó, pidió una limosna al viajero que parecía mayor y salió de la taberna entre la lluvia. Los extranjeros miraron al resto de mesas que tenía la taberna y nadie parecía haber reparado en que un hombre acababa de abandonar el bar en mitad de la tormenta. Solo era una leyenda, pero el extranjero más pequeño no pudo más que pensar en aquel árbol sin fruto en el que no se habían podido resguardar cuando la tormenta los había abandonado en esas tierras.

A la mañana siguiente, recuperados y sin rastro de las formas de agua, regresaron al sinuoso camino, esta vez con más polvo que barro, para emprender su largo viaje. Al pasar por Peña Palomera de nuevo, por el campo y por el árbol solitario sin fruto, algo les hizo estremecerse: eran los gritos desgarradores de una mujer.

*Graduada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, con un Máster en Escritura Creativa por la misma universidad. Su andadura en el periodismo comenzó en DIARIO DE TERUEL y Heraldo de Aragón. Posteriormente, prestó servicios a la empresa Blue Media, fue periodista deportiva y reportera en Aragón TV hasta que, desde el año 2021, escribe en la sección 20deCompras del periódico 20Minutos.

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