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La decisión La decisión
Silvia Lorenzo

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Texto de Iván Núñez Alonso / Fotografía de Silvia Lorenzo

Como todas las mañanas desde tiempos inmemoriales, los pescadores de aquella pequeña isla comenzaron a despertar con los primeros rayos del sol. Shalek fue sacado de la cama por su padre para comenzar otra jornada, aunque cada vez le costaba más ponerse en marcha. El padre del muchacho se colocó su turbante, se atusó su gran bigote y con un ligero movimiento de cabeza conminó a su hijo a seguirlo hacia la playa. Antes de salir de su cabaña la madre les bendijo y les deseó buena pesca, a lo que ellos respondieron con una ligera reverencia.

Al llegar a la playa rezaron al gran sol junto a otros pescadores y se unieron a ellos para preparar las redes y los aparejos, ya que aquel día la mar estaba tranquila y preveían una buena pesca. Shalek saludó a su amigo del alma Utmar, y se colocó junto a él a remendar las redes. Poco después, y una vez preparado todo, salieron a faenar. Tal como habían vaticinado durante los primeros momentos de la mañana, las aguas calmadas del océano les había regalado una muy buena jornada, y los pescadores volvieron felices y cantando aquellas canciones que los antepasados les habían enseñado y que perdían sus notas en la noche de los tiempos.

Después de comer Shalek fue al encuentro de Utmar y decidieron, y así se lo comunicaron a sus familias, andar hasta el otro lado de la isla para traer algunas bayas y cocos. Puede que hasta durmiesen allí. Desde que eran unos críos les encantaba realizar dicha expedición. Por un lado los cocos en aquella zona crecían mucho más jugosos, quizás por su cercanía al río y porque les daba mucho más la luz del sol. Por otro lado allí las bayas eran más abundantes y sus recuerdos estaban plagadas de aquellos sabores dulces que inundaban sus sentidos. Y por último les llenaba la sensación de aventura, de libertad y de misterio. Allí se encontraban las Montañas Sagradas, lejanos promontorios que sobresalían del mar. De ellas se contaban leyendas sobre dioses, seres sobrenaturales y criaturas fantásticas.

Cogieron sus cestos de recolecta, se armaron con sendos machetes y tomaron camino hacia el norte de la isla. La marcha duraba al menos la mitad de la tarde, y llegaron a la zona del río cuando el sol ya se situaba cerca del horizonte. Recogieron unos cuantos cocos y llenaron la cesta de Utmar hasta arriba de bayas. Una vez realizada su particular recolección decidieron en ese momento que se acercarían a la playa que daba a las Montañas Sagradas, se bañarían allí un rato y se quedarían a pasar la noche cerca del río en una cueva que ellos ya habían utilizado como dormitorio en otras ocasiones.

Al acercarse a la playa Shalek y Utmar contemplaron, una vez que salieron de la frondosidad de la selva, la magnificencia de las Montañas Sagradas al fondo. Allí estaban, ennegrecidas por el sol del atardecer y con el cielo que sangraba de fondo. Fue sin embargo Shalek el que se dio cuenta de que había tres barcas a poca distancia de la playa. Eran muy diferentes a las que usaban para la pesca en su poblado, al otro lado de la isla. Llamó la atención de Utmar sobre las embarcaciones y los dos quedaron atónitos ante el hallazgo. Acordaron acercarse –con la posible protección de sus machetes- nadando con precaución hasta los botes y, si no hubiera ningún peligro, acercarlos a la playa e inspeccionarlos. Una vez llegaron a su objetivo fue Shalek el que trepó dentro de la primera barca con extremo cuidado siempre aferrado a su arma. Lo que vio en el interior de la embarcación congeló su joven alma y a punto estuvo de hacerle caer al mar. Un ser humano yacía en el fondo de la embarcación con ropajes que al muchacho le parecieron muy extraños. Cuando Utmar subió se cercioraron de que era un hombre y de que estaba muerto. Con el corazón en un puño decidieron abandonar las barcas a la deriva y volver al poblado enseguida sin contar a nadie lo sucedido.

A los padres de los muchachos les resultó muy extraño verlos aparecer tan tarde, cuando normalmente se quedaban a dormir, pero lo achacaron a esos arrebatos que suelen tener los espíritus de los jóvenes. Ninguno de los dos pudo dormir por la noche, y a la mañana siguiente volvieron a su rutina de pesca, pero no tenían la cabeza en aquello que hacían y sus padres les tuvieron que llamar la atención en más de una ocasión. Una vez concluida la comida Shalek y Utmar se reunieron en la playa para hablar de lo sucedido el día anterior. Ninguno de los dos se había quitado de la cabeza las barcas y, tras valorar todas las opciones, supieron lo que querían y debían hacer.

Ambos dijeron a sus respectivos padres que volverían al otro lado de la isla aquella tarde. Recogieron sus bártulos de recolecta, a los que añadieron algunos objetos más, todos ellos en una bolsa, para llevar a cabo su plan. Anduvieron con prisa, con ansia y miedo por llegar otra vez a la playa de las Montañas Sagradas. Cuando ya se encontraban cerca, dejaron sus cestos a los pies de un gran cocotero y se encaminaron a buscar las embarcaciones. Allí seguían las barcas pero, a diferencia de la última vez, estaban varadas en la arena. Abrieron la bolsa y sacaron todo aquello que necesitaban para llevar a cabo su propósito. Accedieron al interior del resto de los botes, pero solo en uno había un cuerpo, las demás embarcaciones estaban vacías. Allí seguía aquel cuerpo inerte. El olor era nauseabundo, por lo que se dieron prisa para desnudar el cuerpo y dejar los ropajes a los pies del muerto.  Shalek se fijó en una pequeña mancha verde en la axila derecha de aquel hombre, pero no le dio mayor importancia. Untaron aquel cadáver en brea y le aplicaron algunas piedras y conchas para que tuviese algo de valor al pasar al más allá. Utmar bajó de la barca y ató las otras dos embarcaciones a la que habían encontrado el cuerpo. Shalek comenzó a chasquear las dos piedras de las que poco a poco fueron saliendo algunas chispas. Lentamente el humo dio paso al fuego y el muchacho saltó a la arena con agilidad, comenzando entre los dos jóvenes a empujar las embarcaciones. En pocos minutos habían cumplido su misión, y las barcas ardiendo se encaminaron a las Montañas Sagradas para fundirse con los dioses que acogerían a aquel extraño en su seno.

Pasaron la noche en la cueva sin dirigirse una palabra. Shalek tuvo pesadillas muy extrañas, y despertó sobresaltado y con frío. El sudor empapaba su cuerpo y notó como la fiebre le había inundado. Vio como su amigo también estaba con mala cara y con los ojos vidriosos. Recogieron sus herramientas de recolección y se encaminaron al pueblo también en silencio. En un momento de la marcha Shalek se fijó en que su amigo tenía una pequeñísima marca verde en el costado. Un escalofrío helado recorrió su espina dorsal, ya que había tomado una terrible decisión. Aminoró la marcha situándose justo detrás de Utmar, levantó su machete y…

Ninguno de los dos debería llegar nunca al poblado.

* Iván Núñez Alonso (Alicante, 1974). Profesor de Lengua y Literatura, antes bibliotecario, trabaja la literatura desde la perspectiva de la docencia y del fomento del hábito lector, aunque también desde el ámbito creativo. Ha escrito algunos relatos breves y trabaja en su biografía Chomón a media luz, que verá la luz en los próximos meses. Es miembro de la asociación de poetas “La mina iluminada”. Realizó durante dos años la página de crítica literaria “Literatura” en el Diario de Teruel.

* Silvia Lorenzo. La autora tiene 32 años, es de Gúdar, polifacética e interesada en la fotografía y el arte

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