El Espejo de Tinta, los relatos del verano de DIARIO DE TERUEL. La daga, de Iván Núñez
¡Oh maldito Melquiades! Cuando cruzó aquella frontera casi invisible que separa la chanza de la burla, la broma del insulto (máxime cuando se hallaban en presencia del Barón), cuando atravesó aquella barrera digo, juró venganza. El odio hacia aquel miserable estalló en su alma embadurnando toda su persona. Pero no crean que sus allegados notaron algún cambio en su habitual forma de ser. No. Guardó las apariencias y, pese a que en su interior se acumuló un gran humor negro, su fachada lucía resplandeciente como siempre. Su sonrisa incluso se anunció mucho más si cabe, y hasta con el maldito Melquiades fue comprensivo, harto simpático y benevolente. No fuera a sospechar sobre todo aquello que se iba fraguando en su mente, cada vez más oscura. Porque una nube se había instalado en su ánimo. Una nube gris, pesada y perpetua que le absorbía el cien por cien de su energía y de su tiempo. Creerán ustedes que se había enajenado, que su cordura estaba muy en entredicho, pero no. Estaba en su sano juicio, pero herido de muerte en su orgullo.