Nací en Sión de la Sangre de Cristo, pequeño pueblo situado a la sombra de ese gigante llamado Java Al Hambre, cumbre de más de 6000 metros de altura en el cual existen los más bellos y misteriosos sabinares del mundo donde las brujas celebraban sus aquelarres, siendo mi pueblo la puerta de entrada al profundo y recóndito valle de Olb, por donde corren las salvajes y cristalinas aguas del Mijijijares.
Mi familia emigró como la mayoría en busca de una mejor vida a la capital del levante español, en Valencia crecí y empecé a trabajar para poder ayudar en la economía doméstica. Así entré de camarero en el Che Nano, un pub muy famoso y con mucho ambiente de la ciudad, y aquí fue donde empecé a escuchar historias sobre el Dorado,una aldea situada en la cuenca del Mijijijares, cerca de Olb, bañada por unas aguas termales procedentes del río donde se habían retirado personajes muy famosos después de fingir su muerte. Siempre me parecieron historias fascinantes pero sin ningún tipo de credibilidad porque eran contadas por gentes envueltas en humo y psicodelia, así que no les di nunca mayor importancia, pero mi afición al canuto, a gastar bastante más de lo que ganaba y, sobre todo, a una muy mala gestión de determinados negocios hicieron que por el bien de mi salud tuve que abandonar la urbe con la mayor rapidez posible, y qué mejor para la salud que el aire fresco cargado de oxígeno de Sión de la Sangre de Cristo. Así fue como fui a dar con mis huesos a mi antigua casa del pueblo.
Una vez instalado encontré trabajo en un pub llamado El Tahúr del Mijijijares, situado a las afueras de Olb, muy cerca del río.
El trabajo en el Tahúr tenía dos días muy duros, viernes y sábados a tope, jueves y domingos mucho más relajados, pero lo mejor era trabajar con Luna, mi compañera, ella era la causa del gran éxito de aquel antro que siempre estaba lleno de gente, alta y delgada, siempre con un escote que prometía noches de infarto, de caderas sinuosas como carretera de montaña, con una larga melena negra y rizada que siempre flotaba a su alrededor, pero lo más increíble eran sus ojos, según la luz que recibieran así brillaban, a veces eran azules, otras grises, las más de las veces verdes, unos ojos en los que podía verse el mundo primigenio, antes del hombre, un espectáculo de mujer.
Empecé a dedicar mis días libres a la búsqueda del Dorado, explore todos los barrios de Olb, Los Villanuevas, Los Giles, Los Ibañez Altos, poco a poco fue convirtiéndose en una obsesión, Los Lucas, La Tosca, Los Ramones, recorría andando todos los caminos que encontraba a mi paso, Los Pertegaces, Casa Bolea, La Artiga, preguntaba a todo el que quisiera contar algo sobre la leyenda, Los Tarragones, Los Tarrasones, Los Ibañez Bajos, el buen tiempo de la zona ayudaba a que no cejara en mi empeño, Los Moya, Los Villagrasas, La Peñablanca, busqué mapas, compré GPS`s, El Casucho, La Hoya Ramos, El Barranco del Lobo, pero todo fue inútil, nunca encontré ni rastro, nada.
Al principio Luna, con la que había entablado una gran amistad, se reía de mí, pensaba que era una manía absurda, pero poco a poco fue viendo que era algo que significaba mucho, la obsesión empezaba a dar paso levemente a la locura. Hasta que un domingo de madrugada, después de cerrar El Tahur me dijo que la noche de mi cumpleaños me regalaría un paseo por mí sueño.
Llegó el día de San Juan, mí 27 cumpleaños, el solsticio de verano, la noche más corta, la noche de las brujas. El día había sido agotador, lleno desde el minuto uno, el alcohol corría como si estuviéramos en el Chicago de la ley seca, el humo de los canutos llenaba todo el valle del Mijijijares, nadie se quería ir, hasta que Luna a las 5 de la mañana echó a todos los clientes que quedaban. Cuando nos quedamos los dos solos cogió del almacén una botella de mezcal con dos vasos, me cogió de la mano y salimos bajo las estrellas del inmenso cielo de Olb, era noche de luna llena, su luz azulada bañaba nuestros cuerpos mientras bebíamos chupito tras chupito el mezcal que quemaba nuestras gargantas, al acabar la botella me llevó a su viejo Ford y recorrimos caminos desconocidos para mí, llegamos a un meandro del río que formaba una pequeña playa de arena muy fina, la luz de la luna se reflejaba en las cristalinas aguas dando al sitio un aire de irrealidad, se veía la torre de la iglesia del pueblo y cuando los rayos del astro la atravesaron por la ventana, Luna me besó, un beso mágico, largo y fresco, su lengua exploró mi boca y mientras acariciaba mi lengua noté que empujaba algo dentro de mí.
Cuando abrí los ojos después del beso la luz había cambiado, eran los primeros rayos de un sol suave y confortable, ahora la playa al lado del río tenía una arena mucho mas fina y amarilla, grupos de gente yacían sobre ella, el olor a menta y hierba buena nos envolvía en su sábana fresca, la primera pareja que me encontré me sonaba mucho, eran Elvis y Marilyn, sus cuerpos eran jóvenes, charlaban animadamente mientras Elvis jugaba con una púa entre sus dedos, muy cerca de ellos estaban John Lennon, Amy Winehouse, Jim Morrison y Nino Bravo, Michael Jackson se alejaba lentamente caminando descalzo sobre la arena, dentro del agua se bañaban Walt Disney y James Dean, yo los saludaba con mi inglés macarrónico de la EGB mientras se me caía la baba, estaba completamente alucinado.
Me desperté en mitad de un huerto de los cientos que hay en la rivera del río, entre matas de cebollas y bajo unas tomateras enormes, la cabeza me iba a estallar, la boca seca y con un estropajo sucio por lengua, a mis oídos llegaba la voz del maestro Sabina cantando peces de ciudad con su voz rota por la vida, provenía del viejo Ford de Luna, aparcado de mala manera en mitad del huerto y con la puerta del conductor abierta. El Dorado era un champú La virtud, unos brazos en cruzEl pecado, una página web En Comala comprendí Que al lugar donde has sido feliz No debieras tratar de volver….. Mientras mi mano derecha apretaba como un tesoro la púa de Elvis.
* Junta letras de Sarrión