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Clark Gable Clark Gable
Guada Caulín. Nacida en Albacete y turolense de adopción, es educadora social e intérprete de lengua de signos. Aficionada a la fotografía, compagina su profesión con su pasión.

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Por Noemí López Latorre *

Llevaba la foto  dentro de un pañuelo viejo, doblada en el bolsillo. Intentaba que los dobles no coincidieran con el ojo para que así las arrugas no la afearan.  De cuando en cuando entablaba conversación con un extraño y la sacaba del bolsillo, la desdoblaba y les hacía una pregunta para darle emoción al momento. “¿A que no sabes quién es esa de la foto?”

La foto tenía más de cincuenta años. La habían tomado en el estudio de un fotógrafo hippie con aires de grandeza que predicaba una habilidad que quizá no tenía pero presumía, y que invitaba a participar en su colección de fotografías a chicas como la del pañuelo, prometiendo una fama futura que nunca llegaba.

Cuando se le acercó, ella estaba esperando a Milagros. Había dejado el pueblo harta del olor a burra al entrar en su casa. De limpiar el corral, de hacerse cargo de todo el trabajo que le daban su padre y sus cuatro hermanos. Harta de pedir permiso para poder salir, de pedir dinero para hacer la compra o para ir al cine con su amiga Mila los domingos por la tarde. Harta de pensar qué ropa debía ponerse para que su padre no rezongara que gastaba mucho dinero en ella, o que era inadecuada. De ser un fantasma que vagaba por la casa invisible, haciendo que las tareas del hogar pareciesen obra del Espíritu Santo. Harta de aguantar a un padre que quería decidir su destino y controlar su vida, y que trataba a sus hermanos como a sus hijos por derecho y a ella como a una esclava. Ella quería una vida distinta que no llegaría nunca en aquel lugar.

Mila se había adelantado. “No aguanto más, Reme. Me voy de casa. No se lo cuentes a nadie, pero mi prima trabaja cuidando niños de familias pudientes en Barcelona y me ha dicho que necesitan gente para limpiar y ayudar en la cocina. Les habló de mí y me marcho. Si quieres venir conmigo, escríbeme una carta y miramos dónde te hacen un hueco. Venga anímate, que los cines de Barcelona sí que son bonitos. Veremos al Clark Gable como si lo pudiésemos tocar…”.

La idea de marcharse de allí pasó a ser parte de su día a día. Esperó a que su padre y sus hermanos salieran al campo. Preparó diligente los cinco cafés, acompañados de pan de hogaza con un par de huevos y aceite. Se despidió de los cinco preguntando a qué hora volverían a comer. “Y yo qué sé, Remedios. Ten la comida lista a partir de la una y ya llegaremos”. Unos marchaban con las ovejas, los otros prepararon la mula.

Sólo una vez le había protestado a su padre. Sólo una vez le había hecho ver que quizá ella tenía el mismo derecho que sus hermanos a opinar. Que quizá fuera de aquellas cuatro paredes existía la posibilidad de una vida mejor para ella. “Las cosas de la casa no se hacen solas, y sin tu madre aquí te toca a ti. Dónde vas a ir tú si no sabes hacer nada de provecho”.

“Mira, a ti te quieren moza vieja, Reme”. le decía siempre Milagros. “Tu hermano Ramiro es poco espabilado y a ese no lo casan, y alguien tendrá que hacerse cargo de él cuando los demás se vayan”.

“Pues conmigo que no cuenten, Mila. Que me espera Clark Gable”. Así le hizo saber a Mila que marcharía a Barcelona con ella. No quería dedicar su vida a su familia, ni quería formar una familia en el pueblo. Quería demostrarse que podía vivir por sí misma, que no necesitaba a su padre o hermanos para salir adelante.

 Estaba nerviosa. Cogería el autobús a Zaragoza y de allí otro a Barcelona. Mila le había mandado algo de dinero, y ella había ocupado su puesto zurciendo ropa a viudos y solteros del pueblo sin que su padre se enterara, con lo que había podido ahorrar algo de dinero.
 “Mira que soy idiota. Aún les iba a recoger el desayuno a estos zopencos. Que se apañen cuando vengan, que no sabrán ni dónde se guardan los vasos. Y tanta maña que tienen con los aperos, a ver qué tal le dan a la escoba”.
 
Se aseó, se puso la blusa y la falda de ir al cine, las medias finas y con un par de horquillas se retiró el pelo de la cara. En un capazo pequeño metió el pañuelo de su madre, otro par de alpargatas y una muda. Y un pintalabios carmín, máscara de pestañas y sombra de ojos que le había regalado Mila y que tenía escondidos entre la ropa para que  no los viera nadie. Dejó una nota que no daba explicaciones. En ella un ruego: “Padre, me marcho lejos. No me busques. Estaré bien”.

Enfiló calle abajo como si fuera a comprar, con el tiempo justo para que no la vieran en la parada mucho rato. Lo vio aparecer por la carretera de la entrada y se le aceleró el corazón. Subió ayudándose de la mano que tenía libre, temblaba mientras pagaba el billete al revisor. Se puso el pañuelo de su madre en la cabeza por si al salir del pueblo alguien la reconocía en el autobús a Zaragoza.

Poco quedaba ya de la Remedios del pueblo cuando se acercó el fotógrafo. Había cambiado el capazo por un bolso, las alpargatas por unos zapatos con cordones. Ahora se peinaba como las chicas de Barcelona, se pintaba con el maquillaje que había escondido en el cajón de la ropa. Conservaba el pañuelo como único recuerdo incómodo de su casa. “Oye muchacha, ¿no querrás salir en unas fotos? Soy fotógrafo profesional, ¿te animas? A lo mejor te ponen en la portada de alguna revista”.

Nunca la habían adulado por su imagen, nadie había reparado en ella antes, o al menos eso pensaba. Mila la acompañó orgullosa. “¡Si es que tú eres muy mona, nena!”. Cuando el fotógrafo le pidió que sonriera y estaba a punto de disparar, lo paró. “Espera un momento”, le dijo. Sacó el pañuelo del bolso y se lo puso en la cabeza, tapando parte de su cara. “No me pongan en alguna portada y me vaya a ver mi padre”.

Aquella foto le provocaba el orgullo del desafío aún tantos años después. Podría haberse sentido idiota por pensar que llegaría a la portada de alguna revista, pero prefirió recordar la experiencia como el último momento en el que echó la vista atrás con miedo. Su vida siguió el camino que ella eligió y la única nostalgia que se permitía era la de extrañar los domingos en el Cine Gran Vía con Milagros y Clark Gable.  

* Es profesora de secundaria residente en Monreal del Campo. En el año 2020 quedó segunda en el certamen de relatos Miguel Artigas con su relato La Noche en el Río Viejo. Ha colaborado con El Espejo de Tinta en anteriores ediciones