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Monólogos del deshielo Monólogos del deshielo

Monólogos del deshielo

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Por Daniel Izquierdo

Mi memoria es magnífica para olvidar.
Stevenson

El estudio de las matemáticas, como el Nilo, comienza con minuciosidad pero termina con magnificencia.
Charles Caleb Colton



-Uno-

Natalia, mi amiga matemática, me explica que conoció en Cambridge (Massachusetts) a una iraní, Maryam Mirzajani, mucho más inteligente que ella, mucho más enigmática.

Una joven muda de 32 años tocada por la gracia del hueso de Ishango y el semen de Pitágoras.

La conoció, qué cosas, durante su estancia posdoctoral en Harvard.

Natalia es licenciada (también doctora) en Ciencias exactas. Se licenció en Barcelona, se doctoró en Lyon (con Cédric Villani) y en Lyon aprendió qué cosa es la nostalgia.

Natalia estudia (se le encienden los ojos cuando lo explica) la teoría ergódica -¡qué palabras!-: el comportamiento promedio, a largo plazo, de los sistemas dinámicos, matiza, como una niña mala.  

Cuando ella habla, yo no entiendo nada pero no se lo digo.

En mi imaginación naif estudia la conducta humana. El pasmo ante el dolor o el amor.

El pasmo y sus cascadas.

Quizá por eso no estudié matemáticas.

Qué sé yo. Nada.

Si sé que Natalia es una chica hermosa, inteligente: sabia.

Casi tanto como Clara, la catedrática frutera que dejó la tarima por un delantal verde, harta de un mundo que jamás comprendió. Comprender es jugar al guiñote con la vida y sin cartas.

Me gustan los amigos que humillan, con la suya, mi inteligencia devastada.

Clara murió de cáncer y ocultó su diagnóstico hasta que no pudo derivar su advertencia; Natalia sigue viva profesando en un liceo francés.

De tanto en tanto me escribe y me cuenta que ha hecho avances imposibles, que intuye no sé qué arista de qué geometría, que suspendió toda la clase en su último control.

Me lo cuenta triste porque su letra picuda, aunque sea muda, despeja silencios igual que su escribiente, ella, desnuda realidades sin Realidad.

Entonces yo la llamo, ella nunca se pone y al filo de la noche, me devuelve la llamada.

Ha olvidado el suspenso, confiesa que no sabe explicar, promete verme pronto, inventa que me quiere, que ha leído mis poemarios, cuenta que una alumna suya va a clase con hijab.

Ella no se mete en cosas terrenales, tiene la mente varada en las estrellas.

En la música numérica de su contorsión.

Ignora lo terrestre pero le duelen las prendas que tapan las cabezas contra su voluntad. Sean ideológicas, de tela o de ficción.

Natalia es un cielo y habla cuatro idiomas.

Castellano, árabe, inglés y alemán.

En los dos de en medio habló con Mirzajani (dos años después del primer encuentro) para felicitarla por la Medalla Fields que acababa de ganar.

Maryam Mirzajani fue iraní y no llevaba pañuelo.

Las ecuaciones imposibles fueron, mientras vivió, su niqab; lo indescifrable, su chador.

Natalia y Maryam fueron muy amigas.

La belleza siempre es imponderable; la vida, una pizarra rural.

-Dos-

Una pizarra rural…

Viajas al pueblo para enterrar a la suegra de un tío carnal y al despertar, la nieve cubre todo como una inmensa letanía blanca.
 
La nieve, la belleza y la vida, tienen en común lo próximas que están, ambas, del deshielo.

Cómo te gusta (te dices) la palabra "deshielo" en manos del poeta José Manuel Soriano Degracia.

Noventa años tenía la difunta y de pronto, en la iglesia, piensas en la vida un segundo después de ocupar esa caja. Natalia sigue viva. El rostro de la muerte huele a tu amiga Clara.

Imaginas que morir será romper la membrana del tiempo, una suerte de himen (trascendente o eterno) entre el presente y la nada. Palpas la mente instintiva y cierras los ojos para indagar la vida en sus adentros. La vida, bendito Luis Landero, vendimiada.

Te viene a las mientes Juan Ramón Jiménez, uno de esos poetas que el viejo que ahora eres leía, también, cuando eras un chupete en una ecografía temblorosa o acuática.  

Cuando era pequeño el pueblo era alegre y la gente llenaba las calles de bicicletas, machos, espigas y algazaras.  Todo era bullicio, verano, magia. Y ardía la luz en la cerveza. Ardían las matemáticas en la piel de Natalia.  Hoy, tras la nieve, solo laten las huellas.

En lo alto, el campanario; en las calles, la ausencia.  En la ausencia, Clara.

De vez en vez el frío, rosigando las puertas.

Viajas a tu pueblo y al despertar,
blanquea. Aprendes a sumar, eres nadie, acaso un niño pequeño, Natalia es tu maestra y buscas otro mundo en la ventana.