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El azar detiene a quienes tienen apariencia sureña
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Francisco Herrero

Lunes, 27 de mayo. Patrullas ciudadanas

Puedo confirmar y confirmo que se puede viajar con poco más que lo puesto. Ya estoy recorriendo las calles de Antibes, en la Costa Azul. Mi primera experiencia con las máquinas expendedoras de billetes de tren de la SNCF, la Renfe de allí, es reveladora de a qué viene aquí el personal: a la ludopatía. Para seleccionar las opciones de la pantalla hay que mover una especie de rueda que me recuerda al funcionamiento de las tragaperras. Solo que aquí no sale nunca el jackpot.

Camino por una zona residencial, muy tranquila, muy adinerada, en dirección hacia el cabo. Varios carteles me avisan de que circulo por una zona vigilada por voisins vigilants, es decir, patrullas ciudadanas en coordinación con la policía para evitar la delincuencia. Me informo y aseguran que no son policías, sino “ciudadanos atentos”. Una localidad francesa de cada cinco ha implantado el sistema. El funcionamiento es sencillo. Si la vieja del visillo intuye que mi comportamiento es sospecho, da un aviso a través del móvil a las autoridades competentes y estas ya se encargan de hacerme el seguimiento. ¡Ríete tú de la policía de balcón en la pandemia! Temo que en cualquier momento me detenga una patrulla porque, con las pintas que llevo en este barrio tan chic y además tomando fotografías, sería lo normal. Pero parece que no. De camino a la estación de Juan-les-Pins paso por unas calles que, en apariencia, son mucho menos recomendables y no hay ni rastro de voisins vigilants.

 

Martes, 28 de mayo. ‘Frexit’

En Francia también hay elecciones al Parlamento Europeo. De vez en cuando me encuentro con tableros destinados a la propaganda electoral, pero casi ninguna formación los usa. Una de las pocas que lo hace de tanto en cuanto es L’Europe ça suffit!, que quiere decir algo así como ¡Basta de Europa! Tras la candidatura se encuentran Les Patriotes y Via, los partidos de Florian Philippot y Jean-Frédéric Poisson respectivamente. El primero salió del Front Nacional de Marine Le Pen y apoyó con toda su alma el movimiento de los chalecos amarillos; el segundo ha llevado a un partido considerado democristiano hacia los planteamientos de la ultraderecha, en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo o el derecho al aborto.

Del cartel de L’Europe ça suffit! me llama la atención que reivindica la paz, como cualquier miss en un concurso de belleza; las libertades, al igual que Isabel Díaz Ayuso defiende las cañas o José María Aznar reclama conducir a más velocidad, comer hamburguesas y beber vino; y el Frexit, la salida de Francia de la Unión Europea. A ver, chicos, que vais presumiendo de chovinismo y lo primero que hacéis es apropiaros de un anglicismo. Hay que ponerse las pilas.

 

Miércoles, 29 de mayo. Homenajes

Ando por las calles de Niza. En el paseo de los Ingleses encuentro una escultura que rinde homenaje a las 86 víctimas del atentado islamista perpetrado el 14 de julio de 2016, cuando un camión de reparto invadió la zona peatonal de la fachada marítima de la ciudad, se llevó por delante a todo quisqui a lo largo de casi dos kilómetros y solo paró cuando la policía consiguió abatir a tiros al conductor. Hubo polémica política en su día, por supuesto. Unas horas antes, el gobierno socialista de François Hollande había declarado el fin del estado de emergencia y la oposición conservadora se levantó en tromba culpabilizándolo de la tragedia. Todo aquello pasó y hoy en día no hay ninguna controversia. Solo respeto hacia las personas fallecidas y hacia quienes lograron que la tragedia no fuera mayor. Poco que ver con lo de aquí con respecto al 11-M, veinte años después.

Hay una cosa que no ha cambiado desde la última vez que estuve en Francia, justo un mes después del atentado de la sala Bataclan: los carteles del plan Vigipirate están por todos los lados, avisando de que hay una emergencia por atentado y exhortando a la población a informar sobre comportamientos extraños. La paranoia en estado puro. En esta ocasión he notado la vigilancia estatal en el aeropuerto. No importa que seas un ciudadano del espacio Schengen: tienes que mostrar un documento de identificación para entrar al país. Tengo la sensación de que las limitadas excepciones a las disposiciones sobre la libertad de circulación en la Unión Europea son ya demasiado habituales en el país vecino.

 

Jueves, 30 de mayo. Identificación

Cruzo la frontera y piso territorio italiano. Nada más bajar del tren en Ventimiglia, varios policías se dedican a efectuar controles aleatorios reclamando identificación. No sé si será algún tipo de sesgo contra las minorías étnicas, pero me llevo la sensación de que el azar hace que paren a quienes tienen apariencia de la costa sur mediterránea. Por mi color de piel actual, tan similar al de los temporeros de la fruta, no sé por qué no me han retenido hasta mostrar el DNI. Debe ser que llevar una guía de la Costa Azul en la mano y una cámara réflex colgando del cuello me ha distinguido como turista.

 

Viernes, 31 de mayo. Tipos de turismo

Estoy en Sanremo. Acostumbrado a la exquisitez de la parte francesa de la Riviera, el carácter populachero italiano me sorprende. De repente parece que esté en casa. Hay cosas que no cambian, sin embargo. Aquí también hay casino y es la máxima atracción turística del lugar. De todos modos paso por la oficina de información y cojo un folleto sobre la Pigna, el barrio antiguo de la ciudad que hunde sus raíces en el medievo. No tenía ni idea de su existencia. De repente, he encontrado sentido a este viaje, un barrio empinado de estrechas calles, bajo edificios en gran parte, que conducen a plazoletas con encanto. No me he cruzado con nadie haciendo turismo. Nunca hubiera imaginado algo así aquí. Me informo en el Tripadvisor y entiendo el por qué no es una atracción demasiado conocida. “No esta mal, pero si no se tiene tiempo para invertir en esa zona, mejor hacerlo en otro lado” o “desde el hotel nos informaron de que tenía riesgo adentrarse en ese barrio por la noche” son algunas de las opiniones. Es un lugar sin voisins vigilants y, por muchos fondos europeos que se metan en la restauración, solo será admisible si acaba gentrificado.

Igual de medieval que el casco histórico de Sanremo es Èze, en Francia. Ahí sí había hordas de visitantes. Solo le falta el apelativo de “pueblo más bonito de Francia”. La diferencia con la Pigna es que en Èze se ve con claridad que estamos delante de un decorado de cartón piedra y ya se sabe que las fallas enamoran.

 

Sábado, 1 de junio. La decadencia

De vuelta al aeropuerto hago una parada en Mónaco. Olvido apagar el móvil y mi operadora me zurra con 18 euros por tres megas de datos en itinerancia. De algo tendrá que vivir Estefanía, digo yo, que imagino que recibirá su pico. Bueno, y también de hacer de modelo publicitaria. Las marquesinas de autobús monegascas están llenas con su imagen anunciando un centro comercial. Los tiempos dorados de Gracia Patricia están demasiado lejos.

 

Domingo, 2 de junio. Descanso dominical

Estoy recuperándome. Habrá que transformar las reivindicaciones del sindicato del algodón, “que a saber quiere obtener descanso dominical, un salario normal, dos pagas, mes de vacaciones y una pensión tras la jubilación” según Mecano, en la exigencia de una semana de recreo para recuperarse de la semana de vacaciones.

 

La imagen de la semana: La comodidad importa

Si no vendes tus productos artesanales, a pesar de la vulgaridad reinante en Mónaco, lo mejor es utilizarlos de almohada para las siestas al sol. El bolso también puede servir para el cuello. La artista elige esta postura tan cómoda para su asueto a pleno sol sin tener en cuenta que la farlopa y la cabeza abajo son malas compañías. Aunque si ella está cómoda…