A través de un amigo recibí la noticia del fallecimiento de Álvaro Marín, un joven cooperante con el que trabajé en Nairobi en el año 2022. Formaba parte de un grupo de estudiantes que habían acabado el bachillerato hacía pocas semanas. Tras el examen de acceso a la universidad, este grupo se presentó en Nairobi con ganas de trabajar en las escuelas del Slum de Viwandani y en centros de atención a niños con deficiencias mentales.
Recuerdo que en el grupo de Whatsapp en el que me incluyeron di algunos consejos prácticos, como procurar evitar ir con el pelo muy largo, no sé si les dije que contra más corto mejor, el hecho es que se confabularon casi todos en cortárselo al cero, algo que contrarió a más de una madre, ya que algunos parecían salir de un campo de concentración. Álvaro fue de los que optaron por raparse por completo, aunque su aspecto era de lo más jovial y alegre, estaba lleno de vida.
Esos muchachos colaboraron en la toma de datos, realización de encuestas, y una serie de prácticas en varias escuelas de Viwandani y Mukuru, dos Slums muy cercanos del lugar en el que nos hospedamos, las aulas del Eastlands College of Technology. En unas ocasiones eran ejercicios para conocer el nivel de inglés, otras se trataba solamente de recabar información sobre la distancia que había entre las casas de los alumnos y las escuelas, y no faltaron algunas más divertidas como comprobar las habilidades psicomotoras mediante la realización de un avión de papel. Casi todos los voluntarios entendieron el sentido de esos trabajos, lo cual les agradecí enormemente. Con los datos que se obtuvieron pude concluir el Trabajo Fin de Máster de Cooperación para el Desarrollo de la Universidad de Zaragoza, en el que tan buenos amigos hice y del que guardo imborrables recuerdos.
Álvaro ponía todo su empeño en explicar a los niños nociones de inglés, la mayor parte de ellos sólo hablaban swahili, lo hacía con una discreción y sensibilidad única. No hablaba a los niños con arrogancia ni superioridad, todo lo contrario, lo hacía desde la humildad y el cariño. Cuando tocaba jugar en el patio de una de las escuelas, Álvaro estaba a la expectativa, como esperando qué ocurriera algo. Varios compañeros suyos comenzaron un tren humano con los niños cantando y bailando con todas sus fuerzas. Se iban uniendo más niños hasta no quedar ninguno fuera del juego, incluido Álvaro, que sin reparo alguno se hizo niño, como sus alumnos, para hacerles felices y festejar que era lunes y empezaba una nueva y hermosa semana de junio.
En varias ocasiones estuvimos también en el centro Nile Road, Special School, un centro de día especializado en la atención de niños y jóvenes con deficiencia mental. Nuestra intención era atenderlos durante algunas tardes mediante la realización de actividades lúdicas. Álvaro siempre estuvo pendiente de un grupillo de niños a los que ayudaba a dibujar sobre unos folios. Los niños estaban felices, reconocían una sonrisa, una muestra de cariño, una mirada de afecto, una palabra que tal vez ellos no entendían. Todos estos gestos transmitían generosidad e interés, pero sobre todo un amor por quienes no lo tienen, por los que en ocasiones son despreciados por considerarlos una maldición. Para Álvaro, así lo pude comprobar, eran lo contrario, una bendición, un regalo del cielo.
Hay personas con las que se pueden caminar cientos de kilómetros y no llegar a conocer. Yo tuve la suerte de conocer a Álvaro Martín, y aunque no fue más que durante unas semanas, creo que lo conocí bastante. En ocasiones las palabras sobran si se busca el mismo destino, la misma meta. Sus silencios hablaban por que hablaba su corazón. Estoy seguro de que si hubiéramos hecho juntos el Camino de Santiago, no hubiéramos requerido de muchas palabras para decirnos lo que pensábamos. Ahora lo noto más cerca, como un ángel que me mira desde el cielo y de vez en cuando se me mete en el corazón, igual que le ocurrió a él con el niño de las gorras. Álvaro, descansa en paz.