Síguenos
Pierre Gonnord, el fotógrafo del alma Pierre Gonnord, el fotógrafo del alma

Pierre Gonnord, el fotógrafo del alma

Juan Cañada

Conocí a Pierre Gonnord (Cholet, Francia, 28 de junio de 1963-Madrid, 21 de abril de 2024) antes de la inauguración de la exposición fotográfica titulada De Laboris que hizo en Pamplona (2016) en el Museo Universidad de Navarra. Esta colección fue decisiva para mí, ya que pude conocer e interpretar una obra que rompía los estereotipos de la fotografía de retrato convencional. Traspasaba lo material para alcanzar el espíritu del retratado. Descubrí en ese trabajo al fotógrafo del alma. No he conocido a nadie como él capaz de meterse con tanta facilidad en los pliegues más íntimos del espíritu y mostrar la riqueza, hermosura y la bondad humana.

Pierre era una persona cercana, nada que ver con los fotógrafos encumbrados artificialmente que no son capaces de descender al mundo de los vivientes. Sus fotografías eran pausadas, sin la prisa de quien tiene que entregar un reportaje a un editor o a un medio de comunicación en una fecha determinada. El proceso fotográfico comenzaba de modo natural, como quien se encuentra con un amigo y camina junto a él durante un largo trecho. Esa cercanía le permitía vivir la vida de las personas, conocer sus sentimientos e interioridades. No es de extrañar que cuando realizaba sus fotografías, dejaba de ser fotógrafo para convertirse en el compañero de viaje, en el amigo al que se le puede abrir el corazón. Aquí radica el secreto de sus obras, en que no plasma músculos, ni volúmenes, lo que fotografía es el alma del hombre con el que comparte pan y sendero.

Con qué cariño explicaba su relación con los gitanos que transitaban en las mugas entre Portugal y España. Un colectivo sin fronteras ni barreras, sin pasaporte o restricciones que les impidan llevar sus ganados de aquí para allá. Ante sus obras expuestas me explicó la historia y los papeles que desempeñaban cada uno de los protagonistas. Conocía sus nombres y sus peculiaridades, sus gustos y su suerte. Sin duda era lo normal para una persona que no sólo se había adaptado o integrado en un grupo, sino que era uno más de la comunidad.

De su exposición en el Museo de la Universidad de Navarra, recuerdo que cuando la comentábamos con los alumnos de la Facultad de Comunicación, surgía la emoción que se conjugaba con la admiración. Era sencillo el diálogo entre la obra y el espectador por la facilidad de aproximarse a los personajes retratados, llegando casi a percibir los olores y el aliento de los retratados. En esos momentos la conmoción y el temblor ante lo sublime y la belleza se hacían presentes, como si el Síndrome de Stendhal se fuera a contagiar entre los visitantes.

A Gonnord se le comparaba con los pintores españoles del Siglo de Oro. No resultaba extraño descubrir a los personajes de Velázquez en sus trabajos, incluso los retratos que hizo de caballos los podemos ver en la Rendición de Breda. También encontramos el paralelismo del cordero del Agnus Dei de Zurbarán con la fotografía titulada Jasón, nombre dado en recuerdo del líder de los argonautas, en la que muestra un pacífico carnero. En ambos casos las texturas y la luz revelan las destrezas de quienes se enfrentan al reto de lo excelso, unos mediante el óleo, y otro a través de la fotografía.

En su colección titulada Indarra, expuesta por primera vez en Biarritz en 2016, no sólo se encuentra el fotógrafo del alma, también está presente la fuerza y las tradiciones del pueblo vasco. Sus imágenes de levantadores de piedra nos muestran a los Atlas del clasicismo griego, condenado a cargar sobre sus hombros la bóveda del universo. Los volúmenes de sus músculos y la tensión mostrada en el rostro mientras ejercen su fuerza, nos recuerdan a los modelos de Caravaggio que gritan con fuerza.

Han sido muchos los que han intentado imitar el estilo Gonnord, si es que se puede llamar así, fracasando al desconocer su secreto. No es sólo cuestión de técnica, del modo de iluminar y elegir los segundos planos, su maestría residía en el conocimiento y la vivencia con el otro, en las miradas que sólo se ofrecen al amigo, en los gestos amables en cuerpos golpeados por el trabajo y la vida.

Dejamos de tener entre nosotros a un gran fotógrafo, todavía joven, siempre dispuesto a mostrar el alma de la gente sencilla, pero tenemos su obra, su legado artístico que seguirá siendo su recuerdo más hermoso.