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Perdón Perdón
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Juan Cañada

Hace unas semanas escribí sobre una de las palabras más bonitas de la lengua española y que no solemos usar mucho, me refiero a Gracias. No negarán que tiene un bonito sonido que agrada a quien la recibe, y si se acompaña del nombre del destinatario todavía resulta más hermosa.

Hoy me gustaría escribir de otra que también es muy bella, y tal vez usemos menos. Ya han podido deducir que se trata de Perdón. Pedir perdón es una de las cosas que más nos puede costar, en ocasiones es hasta difícil reconocer que hemos metido la pata, de que hemos hecho daño, ya sea consciente o inconscientemente. Si decimos que por el hecho de ser humanos nos equivocamos todos los días unas cuantas veces, en ocasiones demasiadas, qué necesario se hace el hecho de ofrecer disculpas.

Esta mañana, cuando iba tan tranquilo andando por una calle de Teruel, el conductor de un vehículo no paró en un paso de peatones. Lo cierto es que levantó ligeramente la mano en petición de perdón. Sin embargo no me quedé satisfecho y le lancé al coche lo que llevaba en las manos, nada que ocasionara un desperfecto en la chapa. Como es lógico el conductor se asustó del ruido y salió muy nervioso, explicándome que ya me había pedido perdón, y es verdad. Yo estaba muy tranquilo pero él no, así que quien le pidió perdón fui yo, sobre todo porque no tenemos derecho a que de par de mañana nos alteren con tonterías. Reiteré mis disculpas y le animé a que olvidara el incidente. Qué corto es el camino de pasar de ofendido a ofensor.

Haciendo memoria recuerdo otro pequeño incidente que me aconteció hace unos días por una estrecha calle peatonal de Teruel. Caminaba sosegado cuando vino a toda castaña un camión de la basura, me hice a un lado, aun con todo casi me golpea la cabeza con el espejo retrovisor. Le pedí al conductor que tuviera un poco de cuidado, y él me respondió que yo tuviera un poco más de vista. No me sentó muy bien, así que se me escapó una palabrota que posiblemente no llegó a escuchar. Sea como fuere le pido disculpas, pues nadie tiene que recibir ningún improperio, suave o fuerte, de otro. Es verdad, a mí me faltó vista, y a él tal vez cuidado.

Pero no quería escribir de estos pequeños detalles que más o menos solventamos como podemos. De lo que quería escribir es de los que perdonan y no olvidan, los que quieren tener el corazón libre de rencor, pero no son capaces de guardar la navaja, la venganza del ya nos veremos en el camino… Hace poco fui testigo de cómo un amigo soportó los improperios de una persona que le amenazó con que la vida es muy larga y ya ajustaremos cuentas.

Guardar en un escondite del alma las ofensas y aquellos roces normales que produce la vida diaria es un veneno que ancla el corazón en la amargura y el desconsuelo. Por el contrario dicen que la falta de memoria y un corazón generoso hacen olvidar las triquiñuelas del día a día, consiguiendo una vida feliz y armoniosa. Saber que no se puede construir nada sobre el pasado nos debería ayudar a mirar el futuro con esperanza y sosiego.