Generalmente, cuando mis amigos me invitan a comer en sus casas, suelo tener la costumbre de pedir a los niños que me enseñen su biblioteca, siempre con el permiso previo de los padres, claro. Unas veces tienen unas baldas en las que hacen equilibrios los juguetes y algún que otro peluche, con unos pocos libros juveniles. Otras comparten espacio unos trofeos deportivos con regalos recibidos por algún acontecimiento especial y algún libro un poco gordo.
Tras la comida o la cena, les propongo un juego que consiste en inventar y contar historias, algo parecido a lo que hacía Isac Dinesen, autora de Memorias de África, con sus amigos. Comienzan el relato los pequeños, continuando el resto de la familia conforme a su entendimiento e imaginación. Por supuesto participan los adultos, y aunque lo hacen con un poco de timidez y a regañadientes, terminan encantados. Casi siempre hemos conseguido hilvanar un cuento desde su principio hasta el final, formando auténticas historietas dignas de ser publicadas.
Tan asimilado tenía lo de preguntar por los libros de los niños, que las primeras veces que comencé a visitar las casas de las familias de los Slums más pobres de Nairobi, concretamente Viwandani y Mukuru, me tenía que contener, pues la situación de extrema pobreza en la que viven les impide tener libros propios. No saben siquiera lo que es un libro de texto. En ocasiones el único libro que usan es el que comparten todos los alumnos de la clase, el cual va pasando de curso en curso y de aula en aula.
Hace poco una periodista publicó un artículo sobre una biblioteca de Nairobi, concretamente en Makarana, se trata de un barrio de clase más o menos acomodada casi pegado a los Slums en los que colaboro del Eastlands capitalino. A esta biblioteca acceden jóvenes profesionales, estudiantes de secundaria y universitarios. Me imagino a los niños de Viwandani corretear por sus pasillos y salas, asombrados de ver tantos libros como jamás se hubieran podido imaginar.
La mayor parte de los niños de los barrios más pobres terminan sus estudios cuando concluyen la enseñanza primaria, y no siempre sabiendo leer y escribir con soltura. Algunos padres escatiman en comida para ahorrar algo de dinero con el que pagar la escuela, la libreta y el bolígrafo. Saben que es importante para el futuro de los niños que sepan escribir, leer y hacer unas cuentas de sumas y restas. Espero llevar el próximo verano a los niños de Viwandani a la biblioteca de Book Bank de Makarana, Eastlands, Nairobi.
Cuando regreso a África ya no pregunto a los niños sobre los libros que tienen en casa, pues si no hay comida suficiente para todos, los libros no existen. Pero sí hablamos de las historias que han aprendido de sus abuelos, de sus padres y amigos, y de las más importantes, de las que han vivido ellos.