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Los botiquines de las escuelas de Viwandani Los botiquines de las escuelas de Viwandani

Los botiquines de las escuelas de Viwandani

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Juan Cañada

La primera vez que fui a África a realizar trabajos de cooperación en las escuelas de los suburbios de Nairobi, quedé impresionado por las grandes diferencias entre los colegios occidentales y los de estos barrios. Tenía curiosidad por conocer esos detalles que nos pueden diferenciar. Una era si los niños aprenden la tabla de multiplicar como en España; ya saben, lo de 1x1, 1x2, 1x3… pero esto lo dejo para otra ocasión. Ahora les contaré lo de los botiquines en las escuelas.

Una tarde me encontré un grupo de estudiantes que regresaban a sus casas. Me fijé en una muchacha risueña, con los ojos limpios y la sonrisa honesta. Tenía una herida en uno de los pómulos, tal vez por una caída o un golpe fortuito. Le pregunté si le podía hacer una fotografía, ella respondió que le encantaría.

Pasados unos meses, mientras ordenaba las fotografías que hice durante ese proyecto, me centré en la que hice a esta jovencita. Me quedé sorprendido al observar que la herida de la cara no tenía ninguna señal de que hubiera recibido algún antiséptico, de que hubiera sido curada con unas gasas. Pensé tanto en esa niña que me propuse que no podía ser que en los colegios de África no hubiera botiquines con los que poder atender los pequeños cortes que se suelen hacer los niños durante el tiempo libre, o incluso durante las clases. Los patios de las escuelas son la misma calle, las aulas no tienen baldosas o tarima, estando construidas de chapa, tablas de contenedores, o ramas de árboles que hacen de vigas, todo unido con clavos oxidados, alambres y cuerdas.

Ante esa situación me propuse que tenía que conseguir llevar a cada uno de los colegios en los que colaboro un botiquín con unas tijeras, gasas, antisépticos, apósitos, pinzas, colirios para los ojos… De modo que pudieran disponer de lo mínimo necesario para atender los pequeños accidentes de los alumnos.

Al regresar a España propuse a los profesores y compañeros del máster que estaba haciendo y a los del coro de la parroquia, si podían colaborar en este proyecto. A la mayoría de ellos les pareció muy bien. En una farmacia me regalaron unas bolsitas de las que usan los laboratorios como publicidad con los que hicieron unos pequeños botiquines, y en otra me llenaron una caja gigantesca de material que también compramos con los donativos obtenidos.

El viernes de la semana pasada me envío Moses Mutaka, mi contacto principal en Kenia y casi un hermano para mí, dos fotos en las que se ven a la directora de uno de los colegios con uno de los botiquines que les llevé el año pasado. Es una suerte que puedan usarlos cuando sea preciso, espero que sean pocas veces, y también una satisfacción saber que hay personas buenas que siguen colaborando en favor de los más necesitados de África, los niños más pobres y abandonados de las grandes ciudades. En ocasiones como esta sólo se me ocurre decir una palabra ¡Gracias!