Desde hace muchos años tengo la costumbre de agradecer con una carta los servicios que prestan aquellos profesionales a la ciudadanía, ya por su función pública, como por sus trabajos escondidos y tal vez poco reconocidos. No hace mucho vi a un trabajador hacer la limpieza de los cristales de una oficina bancaria, lo hacía con tanta profesionalidad y sentido del deber, con tanto cariño, que le interrumpí para felicitarle y agradecerle su trabajo. Lo mismo hago con Ángela, la empleada de la panadería en la que compro el pan, siempre atiende con una sonrisa y mucha amabilidad, por lo que salen con facilidad el gracias y el por favor.
Gracias es una de esas tres palabras que se denominan mágicas. Las otras dos son Por favor y Perdón. Quienes las usan frecuentemente, quienes las dicen de modo natural, sin forzarlas, tienen mucha ventaja respecto a los que las desconocen.
La palabra perdón la uso también aun cuando el daño que hubiera podido causar lo realizara de modo inconsciente y no deliberado. Pedir perdón es demostrar que somos humanos, que vivimos con otras personas en sociedad que también son humanas, y reconocer que todos a lo largo del día metemos mucho la pata. Pedir perdón es demostrar que nos importan quienes nos rodean, aunque no los conozcamos de nada. Con frecuencia se escucha eso de yo perdono, pero no olvido. Quienes dicen eso en realidad no perdonan, ya que les queda el poso del rencor, y el rencor carcome, envenena, mata. El perdón y el olvido tienen que viajar en el mismo asiento.
Suele ser normal encontrarse con personas con un semblante airado, con unas miradas retadoras y amargadas, balbuceando y casi siempre a punto de rebuznar. Son los que hacen del rencor el doloroso centro de su vida y a veces incluso el principal motor de su existencia. Así escribía mi querido profesor
D. Jaime Nubiola: “Cuántos hermanos que no se hablan, vecinos que no se tratan, matrimonios que se separan entre violentas recriminaciones. A esas situaciones extremas se llega casi siempre porque se piensa ingenuamente que no hace falta hablar, que no hace falta pedir perdón, que el tiempo solucionará la afrenta. Sin embargo, todos tenemos comprobado que el paso del tiempo en muchas ocasiones no hace más que enconar las heridas y ensanchar el resentimiento”.
Ahora pienso en lo mucho que aprendí y sigo aprendiendo de mi estimado profesor, y no puedo hacer otra cosa que agradecerle el trabajo que ha hecho durante toda su carrera profesional. Aprovecho la ocasión para felicitarle por el premio que le ha otorgado la Society for the Advancement of American Philosophy. El profesor Nubiola es el primer filósofo español que recibe este premio. Jaime, gracias y felicidades.