Cuando hice el Máster de Cooperación al Desarrollo en la Universidad de Zaragoza una de las recomendaciones del director fue que, cuando hiciera las prácticas en Nairobi, escribiera un libro de bitácora, una especie de diario, al igual que hacen los capitanes de los navíos. Serviría para recordar la actividad que realizaba y así, una vez que hubiera regresado a España, incluirlo en el Trabajo Fin de Máster.
En vez de redactarlo en mis libretas, opté por hacerlo en un blog, de modo que lo pudiera leer quien quisiera. Me ha ido bien haber recurrido a este soporte, ya que en ocasiones me ha ayudado a resolver algunas dudas y solventar los olvidos que produce el tiempo. Una de las historias es la de la niña y los ángeles. Un sábado fui con mis amigos Moses y Roy, además de dos muchachos del centro de la ciudad, a visitar varias familias de Viwandani. Esto es lo que escribí:
“Hoy he visitado tres casas de uno de los extremos del Slum de Viwandani. En la primera vivía sola una mujer anciana. Sin familia. Come de lo que le dan los vecinos. La segunda es una mujer paralítica y creo que moribunda. No habló nada y tampoco nos reconoció. La tercera es una madre con cinco niños. El marido ha desaparecido. La mamá no estaba en casa, se había ido a buscar trabajo o vender alguna cosa. La hija mayor, de no más de ocho años, cuidaba del resto de hermanos. Cuando nos disponíamos a irnos esta niña nos pidió que esperáramos un poco. Quedamos un poco intrigados por su petición. Inclinó la cabeza, juntó sus dos manos en la cabeza, rezó una oración en swahili y dio gracias a Dios por nuestra presencia y por la harina y leche que le dejamos. Vi que estaba muy conmovida. Lloraba de emoción. Incluyo su foto. En las tres casas dejamos unas legumbres, arroz, harina y leche.”
Más tarde Moses, mi hermano en Kenia, me explicó en qué consistió la oración de la niña. Más o menos dijo: “Dios bueno, te damos gracias por habernos escuchado. Has enviado a tus ángeles con algo de comida. No teníamos nada que comer y ahora no pasaremos hambre durante estos días. Eres bueno y no te olvidas de los pobres. Gracias Dios de los pobres.”
Pude hacerle dos fotos, aunque no sean muy buenas creo que capté la madurez de una niña que con pocos años asume la responsabilidad de cuidar a sus hermanos, hace de padre y de madre, de abuela… A mí se me encogió el corazón, miré mis manos y volví a renovar mi compromiso con los más pobres de África. Alguno tal vez pueda decir que tengo el mal de África, creo que no es propiamente así, es en realidad la voz de los pobres la que escucho en mi corazón cuando recuerdo situaciones y momentos complejos, como los de la niña que se hizo adulta antes de tiempo. No es el mal de África, es el amor por África. ¿Qué será de ti querida niña?