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Juan Cañada
Uno de los suburbios más problemáticos de Nairobi es Kibera. Con más de un millón de habitantes, es una de las bolsas de pobreza extrema más destacadas del mundo. Cuando comencé a involucrarme en el mundo de la cooperación al desarrollo en África quedé asombrado al descubrir cómo subsisten las familias con muy pocos medios, del esfuerzo que hacen los padres para que los niños puedan acceder a la educación y dispongan de algo de comida y ropa, así como de las carencias sanitarias y estructurales. 

El año pasado tuve la oportunidad de conocer dos iniciativas muy hermosas en Kibera, una de ellas está sostenida por una asociación constituida por Marguerite Ryan, una australiana que, tras conocer la situación de la población de este Slum, apostó por depositar sus ahorros y buscar fondos para la educación de madres y jóvenes en situación de abandono. Así es como surgió Women for Women in Africa. Además de conseguir becas para la educación de los jóvenes que asisten a su centro en Kibera, atienden a un numeroso grupo de mujeres masáis que se dedican a vender artesanía fabricada por ellas mismas. La mayor parte de ellas son analfabetas y muy pocas hablan inglés. Sobre ellas escribiré en otra ocasión, aunque anticipo que fue una de las experiencias más intensas que viví en esa estancia.

Hoy, que es el último día del año 2024, me gustaría centrarme en otra iniciativa: Kewetu Home of Peace. La primera noticia que tuve de ellos fue gracias a un amigo que fue a Nairobi a dar unas clases de filosofía en una universidad. Su experiencia quedó reflejada en un libro que publicó en España titulado Cien pares de zapatos.  Una historia muy hermosa en favor de los niños abandonados y maltratados de Kibera. Algunos de estos muchachos habían escapado de casa por no soportar la situación de violencia del padre contra la madre y los hijos, los abusos, generalmente cometidos bajo la influencia de drogas y alcohol, los maltratos. Estos niños, al no soportar ese clima de tensión, huyen buscando otros con los que intentar sobrevivir. Muchos de ellos acuden a esta casa de acogida, y tras una buena ducha y tirarles a la basura la ropa harapienta que llevan, les visten con lo que consiguen de donaciones.

Cuando asistí a esta casa varios niños me cogieron de la mano y me enseñaron todo el recinto: la biblioteca, las aulas, la cocina, los dormitorios… A varios de ellos les pedí un favor, que me enseñaran todo lo que tenían, sus posesiones. No eran más que un par de camisetas, unas mudas de ropa interior y un cepillo de dientes. Cuando pienso en qué pocas cosas necesitamos para sobrevivir, me acuerdo de estos niños enseñándome sus escasas pertenencias. Sin embargo hay algo que en esa casa tienen a raudales, el cariño que les dan los abrazos tendidos de las personas que los cuidan, los atienden y les intentan curar de las heridas de su corta vida.

Ahora que vamos a comenzar un nuevo año, hago público mi propósito de seguir trabajando por estos niños, por las mamás maltratadas de Kibera y Viwandani, por las masáis que todavía no saben leer y escribir, por los profesores y sus alumnos de Gitugu. ¡Feliz 2025!