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Juan Cañada

Hace una semana concluyó la Semana Europea de la Movilidad. Esta campaña ha pretendido sensibilizar a los responsables políticos y a los ciudadanos sobre los beneficios, tanto para la salud pública como para el medio ambiente, asociados al uso de modos de transporte sostenibles, en particular, el transporte público, la bicicleta y los desplazamientos a pie.

Justo leer la noticia de esta campaña en el Diario de Teruel y recibir unas fotos en las que sale mi sobrina Candela atando la bicicleta nada más llegar al colegio. Quien la conozca sabrá que es muy activa, siempre en movimiento, a la que le gusta investigar y buscar de un modo original soluciones a los problemas que se le plantean en el día a día. Lo llamativo de la foto no sólo es lo feliz que se le ve por comenzar el curso escolar y reencontrarse con sus amigos, también que en esos magníficos aparcamientos de su cole sólo está su bici. Supongo que sus compañeros tendrán las suyas reparando, que los profesores, el personal administrativo, de limpieza y mantenimiento las han dejado olvidadas en el pueblo. Bueno, no sé qué habrá sido de sus bicicletas, lo cierto es que sólo hay una, la de mi sobrina Candela.

Podría explicar los beneficios que supone ir andando o en bicicleta al colegio, pero Candela lo explica mejor que yo, así que lo dejo para que sea ella la embajadora del transporte en bicicleta. Me ha prometido que cuando tengamos un rato libre escribiremos una carta sobre este asunto que esperamos nos publique el Diario de Teruel.

El año pasado una profesora de un colegio de la Puebla de Alfindén me decía que habían hecho una campaña entre los padres para que los alumnos acudieran a las aulas andando o en bicicleta. Un pueblo que se atraviesa en cinco minutos y que no tiene peligro alguno. Esta profesora me explicaba con pena que los padres, aun viviendo muy cerca, llevan a los hijos en automóvil. No sé si por un afán hiperprotector o para evitar que se marchen a jugar a las canicas, lo cierto es que les están privando de la satisfacción de caminar y compartir el trayecto con otros compañeros con los que pueden socializar y aprender un montón de cosas.

Mientras escribo estas líneas me he acordado de una encuesta que hice a los padres de varios colegios del Slum de Viwandani, Nairobi, para un trabajo de investigación sobre la educación escolar en estos barrios. Una de las preguntas era sobre la distancia que hay entre sus casas y las aulas. Muchas respuestas indicaban que el trayecto era de unos cinco kilómetros que hacían en casi una hora. Algunos lo recorrían descalzos, con los zapatos en las manos para que no se estropearan. Mientras tanto aquí quejándonos por que tarda media hora el autobús desde el pueblo hasta el colegio, pero eso es otra historia.