Recientemente María Popa ha ofrecido un concierto de violín dentro del ciclo Otoño Musical que organiza la Fundación Padre Muneta en Teruel. Quien hizo la introducción la definió con tres palabras: como una gran violinista, una gran profesora y sobre todo una gran persona. Se trata de una mujer que salió de su Rumanía natal buscando la libertad que el comunismo de Nicolae Ceausescu robaba al pueblo. En Teruel descubrió un paraíso en el que poder trabajar como profesora de música y gracias a las gestiones que hizo el P. Muneta, consiguió echar el ancla en estas tierras aragonesas.
La adaptación fue rápida, el aprendizaje del español poco a poco, y la predisposición a enseñar a sus alumnos total e inmediata. Desde el primer momento se volcó en dar las mejores lecciones a sus alumnos. Su vida era transmitir mediante su violín la belleza de la música, la importancia del arte para el enriquecimiento personal, cultural y social. Ayudó a familias que no disponían de recursos para pagarle las clases, si bien, conociendo la valía de los muchachos, apostó por ellos cobrando muy poco o nada. Su mayor orgullo es saber que tiene alumnos en grandes orquestas por medio mundo.
En su último concierto con don Jesús María Muneta interpretó fuera de programa una balada en recuerdo de su padre. Me hizo recordar una anécdota que relató con emoción hace unos años. Siendo una jovencita estudiante de violín, cada vez que regresaba de sus estudios de música a Balcu, la ciudad en la que vivía su familia, su padre le pedía que le tocara alguna obrita. Siempre era la balada de Porumbescu. Este le decía que lo hacía muchísimo mejor que la vez anterior. Para ella fue una manera de exigirse en sus estudios, en sus ensayos, quería tocarla cada vez mejor y así dar felicidad a su padre. No necesita la partitura para poderla tocar, pues la lleva grabada en su corazón con el fuego del amor y el recuerdo del que tantos sacrificios hizo para que pudiera acabar la carrera de música en las mejores escuelas de Rumanía. Esta sencilla anécdota nos muestra el ansia de superación de una mujer que siempre ha buscado la libertad a través de su música, de su arte.
Ahora la ha vuelto a interpretar con lágrimas entre los ojos, con la emoción de haber compartido escenario con su admirado Padre Muneta, con el aplauso agradecido y emocionado del público asistente que admira la buena música y sobre todo a las buenas personas. Por mi parte no quiero dejar de darle las gracias por su vida llena sacrificios y penalidades, de intensos trabajos y sufrimientos, los cuales han redundado en un perfeccionamiento en la interpretación de su violín, de sus sentimientos y de su capacidad de transmitir belleza, bondad y verdad. Gracias María.