El baobab caído sobre el Goshi tenía pasión por la vida. Antes de que cayera por las fuertes lluvias se erguía esbelto y hermoso sobre el horizonte de Kilifi. Su elegancia y su robustez eran la admiración de todos los árboles de la región. Sobre sus ramas solían hospedarse cientos de aves multicolores, cantando melodías dulces unas veces y otras caóticas y atronadoras. Como todos los baobabs tenía un tronco grandísimo y una copa que parecía las raíces puestas del revés. Su forma de botella lo hace inconfundible, era diferente y hermoso.
Para Precious era el árbol de los juegos con sus amigos. Unas veces dibujaban en su tronco monigotes o cosas parecidas, y casi siempre el baobab soltaba de sus ramas unas hojas por las cosquillas que le producían. En otras ocasiones bailaban alrededor de él unas divertidas danzas mientras cantaban las coplillas que habían aprendido de sus abuelas.
De vez en cuando los ancianos de la aldea se reunían aprovechando su espesa sombra y discutían sobre el lugar en el que podían estar los rebaños de animales que querían cazar, o resolvían algún conflicto surgido entre las familias por algún malentendido. Siempre decían que el baobab, como era ya muy viejito, era sabio, pues había escuchado las cientos de conversaciones de todas las generaciones anteriores, incluso le pedían consejo, aunque en estos casos no decía ni “mu”. Solamente advirtió en una ocasión que los monos azules estaban a punto de entrar en la aldea. Había que tener mucho cuidado, pues los monos azules robaban todo lo que encontraban a su alrededor, generalmente los más perjudicados eran los niños, pues a estos monos les gusta llevarse las libretas y los bolígrafos que encuentran, y no sé para qué los quieren, pues nadie les ha enseñado a escribir. Tal vez piensen que es el mejor tesoro de los pequeños de la tribu. Precious me contó que una noche tenía un dolor muy fuerte en el pecho. Por un momento se sintió muy cansada y sin fuerzas, por lo que su madre la llevó al médico. Tras auscultarla descubrió que su corazón estaba roto. Fue tal la cara que puso el médico que la mamá dedujo que no viviría mucho.
Al día siguiente Precious consiguió levantarse de la cama y como todos los días se dispuso a ir al colegio. Estaba un poco mejor que el día anterior, muy alegre y con ganas de aprender un montón de cosas. Sin embargo, cuando estaba a punto de pasar el puente de Kilifi se encontró otra vez un poco cansada, por lo que se sentó junto al baobab. Con la voz un poco entrecortada, Precious le dijo al árbol gigantón que tenía una enfermedad del corazón. El baobab se quedó un poco serio mientras escuchaba a su amiga, así que le dijo que tenía que mantener su pasión por la vida. Precious guardó estas palabras en su corazón roto, aun sabiendo que el fin de su vida estaba próximo. De regreso del colegio, cuando estaba a punto de pasar junto al baobab, se quedó sorprendida al ver que su árbol amigo había caído al suelo como un gigantón derrotado.
- ¿Qué te ha pasado?–preguntó Precious.
- Las últimas lluvias han arrastrado mucha arena y han debilitado mis raíces -respondió el baobab-. Los vientos del océano han golpeado con fuerza mis ramas y al final he caído.
Precious lloró al ver a su amigo tåendido, como si no hubiera podido soportar las dificultades. Fue entonces cuando el baobab le dijo que no tenía que preocuparse, pues una de sus ramas se había clavado en la tierra y ya había comenzado a convertirse en raíz.
- Lo importante –continuó el baobab- es que tengas pasión por la vida, que luches y conviertas tus ramas en raíces, que creas que los que tienes a tu alrededor trabajan para que tu corazón roto se convierta en un corazón fuerte y vigoroso.
Precious agradeció las palabras de su baobab, mientras quedó dormida junto a las ramas y raíces de su árbol favorito.