Cada vez estoy más convencido de que la cooperación al desarrollo en países del Sur, es más eficaz a través de microproyectos diseñados por quienes conocen la realidad de esos escenarios. Sin duda son los líderes locales, junto con el resto de la población, los que conocen y sufren la situación de las viviendas, la falta de servicios sanitarios, la alimentación insuficiente, el empleo miserable y la educación casi nula. Confiar en estos proyectos es favorecer su implantación y desarrollo, estimulando a que puedan ser replicados por otras comunidades. Lo pequeño es hermoso y lo más pequeño es todavía más hermoso.
Fue en la República Democrática del Congo, concretamente en una aldea próxima a Kinshasa, donde descubrí un taller de formación de corte y confección. Quedé deslumbrado por la simpatía de las alumnas. La mayor parte de ellas eran unas adolescentes que no perdían la sonrisa en ningún momento. Unas llevaban el uniforme de la escuela, otras unas camisetas de un equipo de fútbol italiano que debieron conseguir en algún mercadillo.
La directora del centro tuvo la paciencia de presentarme a todas las profesoras, a las alumnas, enseñarme las aulas y los talleres. Mientras tanto iba realizando fotos del trabajo que realizan y sobre todo de sus rostros llenos de esperanza, con ganas de aprender y sacar adelante un negocio o poder ser contratadas en alguna fábrica de confección. Me explicaron que hay que darles formación profesional y humana antes de que las mafias y los depredadores sexuales las esclavicen. Algunas de esas fotos las publiqué en el libro Diario de Kinshasa. Tanto gustaron que sirvieron para editar la portada.
Desde entonces se me han metido en la cabeza las dichosas máquinas de coser fabricadas en China, cuyo precio en Kenia no supera los 100 euros cada una. A través de esas máquinas he visto y soñado con el futuro de muchas familias que buscan lo mejor para sus hijas, y que pueden ser un aporte económico importante para el sostenimiento de todos. Una famosa modista jubilada de Pamplona me ha ofrecido los retales que le han sobrado de su taller de alta costura, y una profesora de diseño textil de Nairobi está dispuesta a dar clase a las nuevas alumnas, que no serán otras que las madres de los niños de las escuelas más pobres de Viwandani.
Así comenzó en 1985 un hermoso proyecto cooperativo la Hermana Isabel Martín en la India, concretamente en uno de los Slums más pobres de Bombay. Empezaron con cuatro máquinas de coser, y ahora están orgullosas de dar trabajo a más de 800 mujeres que se encontraban en situación de precariedad o con riesgo de ser víctimas de abusos y explotación. Sí, el comienzo fue con cuatro máquinas de coser y la voluntad de trabajar con el fin de sacar a sus familias de la pobreza. No voy a decir que sean capaces de hacer la producción de Confecciones Teruel en sus buenos tiempos, pero estoy convencido de que es un revulsivo que beneficia a todas las comunidades en las que están trabajando.
¡Y pensar que todo un cambio en la sociedad puede comenzar con cuatro máquinas de coser!