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Charles Curia, el amor por la enseñanza Charles Curia, el amor por la enseñanza

Charles Curia, el amor por la enseñanza

Juan Cañada

En varias ocasiones he escrito en este periódico sobre las personas que he conocido en el Valle de Muranga, Kenia. Siempre me he referido a este territorio como una copia del Paraíso Terrenal. Su vegetación y orografía lo convierten en un lugar encantado. A unos 100 kilómetros de Muranga se encuentra la reserva natural del Monte Kenia, un volcán que dio nombre al país, siendo la segunda montaña más alta de África. Una de las aldeas de Muranga es Gitugu, donde nació y vivió durante su infancia mi buen amigo y casi hermano Moses Mutaka.

El año pasado fui con Moses y Odhrán, un cooperante irlandés excepcional, a visitar el colegio de primaria de Gitugu. Aunque no parecía que fuera a llover, algunos niños llevaban las botas de agua imprescindibles en época de lluvias, tal vez por ser el único calzado que tienen. Los estudiantes me tomaban de la mano y me guiaban a sus aulas. Era una oportunidad sensacional para preguntarles por lo que estaban estudiando durante los últimos días. Muchos de ellos lo hacían con desparpajo y humor. Al finalizar la sesión sobre el sistema circulatorio humano y hablarles de la importancia del corazón, el físico y el del alma, salimos cantando una canción que concluimos en el patio. Fue entonces cuando Charles Curia, el director del colegio, se sumó al improvisado coro de niños, los cuales repetían una y otra vez el mismo estribillo. Me permito invitar a los lectores a que vean el video que gravé. Para encontrarlo no hay más que buscarlo en internet con los siguientes términos: YouTube, Muranga, Kenya, Juan Canada.

Me llamó la atención que Charles cantaba y danzaba con más ilusión y alegría que sus estudiantes. Es un director que se hace niño para enseñar a los niños. Les explica con su ejemplo que la vida no sólo son las matemáticas. Su despacho estaba un poco desordenado a los ojos de un occidental, en las estanterías hacían equilibrios unos pocos libros con unas tazas de té y un balón deshinchado. Las paredes necesitaban unas cuantas manos de pintura, aunque pensándolo bien, lo que en ocasiones hace falta en los colegios de occidente son directores como este.

Cuando pienso en los buenos profesores me acuerdo siempre de Charles Curia, pero también de los que pasan medio ocultos, inadvertidos en el torbellino de los colegios, que transmiten generosidad y profesionalidad, implicados en la educación de los niños, y sobre todo que no se echan atrás cuando los problemas parecen que les aprieta el corazón, el físico y el del alma.