Mientras el calor llena los rincones de toda España, los termómetros empiezan a dispararse y las fábricas de helados comienzan a trabajar día y noche, podemos coger prestada la famosa canción de Mecano y cantar “Lorza aquí, lorza allá, maquíllate, maquíllate, un espejo de cristal y mírate y mírate”.
La operación lorza ha comenzado. De repente todos los anuncios en las redes sociales son de dietas milagrosas, productos saciantes, bañadores y fajas reductoras y un sinfín de trucos para comer menos y lucir lo mejor posible nuestros transparentes cuerpos.
Al llegar el calor tan de golpe no ha dado tiempo ni siquiera a realizar el cambio de armario, un día estábamos con el paraguas y las botas y al día siguiente necesitábamos sacar las sandalias del fondo del armario, del trastero o del canapé bajo la cama.
Nuestros cuerpos, sin la transición del calor gradual, se ven expuestos a la luz del sol con el color propio de una sepia, incluso pareciera que hemos estado viviendo debajo del mar, donde los rayos llegan con menor intensidad.
Quizás haría mejor en personalizar, el color de mi piel está entre un blanco roto y un blanco huevo (¿serán lo mismo?); cuando repartieron la melanina, allá en el principio de los tiempos, a mí me pasaron de largo o no acudí ese día a clase.
Siempre he recibido directas e indirectas respecto a mi blancura, pero ¿qué le voy a hacer yo señora? Si por mucho que me exponga al sol del mediodía no hay manera de broncearme (cosa que nunca he hecho, no soy una lagartija ni un mueble de jardín).
La operación lorza se nos presenta ante muchos de nosotros con fuerza, porque el calor no permite capas de ropa superpuestas como en las épocas más frías. De repente todo el mundo quiere convertirse en 15 días en un/una modelo, aunque no hayamos cogido una pesa en todo el año, o hayamos subido en ascensor hasta el primer piso. Lo de desayunar torreznos con el café con leche se lleva mucho durante el resto del año, ahora toca hacer fotos del desayuno con aguacate, zumo détox y sombrillita.
La palabra lorza está definida por la Real Academia Española (RAE) como “Pliegue de gordura que se forma en alguna parte del cuerpo, especialmente en la cintura”. Esta palabra proviene de otra palabra: alforza, que se define como “Pliegue o doblez que se hace en ciertas prendas como adorno para acortarlas y poderlas alargar cuando sea necesario”.
¿No os parece una maravilla esta acepción? Podemos pensar en nuestro cuerpo como algo flexible y elástico cuyas lorzas son nuestros adornos. Lo dicho, una maravilla.
Algunos de vosotros recordaréis la serie que ponían en la tele en los años 80, Érase una vez … el cuerpo humano. Por medio de dibujos animados realizaban explicaciones acerca de diferentes aspectos de la anatomía, enfermedades y la importancia de tener hábitos saludables. Esa era la mejor forma de acercarnos al cuerpo, conocerlo por dentro y valorar todas sus funciones, procesos y, por qué no decirlo, milagros varios, como el de poder crear vida.
Toda una generación conocimos todo lo relacionado con nuestro cuerpo a través de esta serie, era muy interesante saber cómo actuaban nuestras plaquetas ante una herida o cómo afectaba el tabaco a nuestro organismo. Creo que fue y es una de las mejores series educativas.
La sociedad actual necesitaría valorar más todo lo que pasa en su interior (nunca mejor dicho) y dejar de mirar solo la superficie. Así pues digamos: vivan las lorzas, vivan todos los tipos de piel y vivan las sepias.