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Centenario de la muerte de Manuel Ricol, el turolense de Castellote considerado el padre del ciclismo español Centenario de la muerte de Manuel Ricol, el turolense de Castellote considerado el padre del ciclismo español
Manuel Ricol, en el centro, rodeado de los socios de la Unión Deportiva Oscense al partir hacia Barcelona donde se le preparó un homenaje con motivo de sus Bodas de Oro con el ciclismo. Archivo

Centenario de la muerte de Manuel Ricol, el turolense de Castellote considerado el padre del ciclismo español

Natural del barrio Mas de Ricol
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José Luis Rubio

En un momento en el que al ser humano se le acaban los desafíos, el recuerdo de Manuel Ricol Giner emerge como un faro en una noche de niebla. Este turolense emigrado a Barbastro es uno de los padres del ciclismo como lo conocemos actualmente. Devoto pedaleador, constructor y diseñador de sus propios prototipos de velocípedos e incluso organizador de pruebas ciclistas, Ricol es uno de los padres del ciclismo moderno. Hoy se cumplen cien años de su fallecimiento.

El historiador Serafín Aldecoa recuperaba la figura de este turolense inédito hache un lustro en las páginas de Diario de Teruel. La sección Gente de esta Tierra abordaba la vida de Manuel Ricol con el título de “pionero del velocipedismo”. Y no es para menos.

Manuel Ricol nació en el Mas de Ricol, en Castellote, en 1846, cerca de Santolea, donde al “poco de adquirir los más rudimentarios elementos de la enseñanza dentro de una familia modesta”, siendo muy joven tuvo que abandonar su pueblo cuando sus padres tuvieron que trasladarse a Barbastro, en la provincia de Huesca.

Ricol fue relojero. Así lo confirma Carlos Casas en su blog Historiasdecarreteras.com. Casas y Aldecoa coinciden en que Ricol aprendió el oficio en Zaragoza, donde trabajó como oficial en casa de un fabricante francés. 

Señala Aldecoa señala en su escrito que fue precisamente en Zaragoza, donde vivió un episodio que marcaría su vida. “Vio venir de repente un extraño carruaje -explica el historiador turolense- de cuatro ruedas que se movía con el esfuerzo que realizaban sus conductores sobre unas palancas que eran los pedales de hoy. Sorprendido por el invento, solicitó y obtuvo el permiso  para poder subir a ese artefacto y en compañía de los otros viajeros, desplazarse unos cientos  de metros por las calles de la ciudad”. El germen de su afición más íntima estaba ya sembrado.

Señala Aldecoa que más Tarde Ricol regresaría a Barbastro, donde inicia con otro compañero la “construcción de un biciclo que había contemplado en una obra de teatro”, aunque el historiador explica que “la empresa no cuaja por varias razones que sería muy prolijo exponer”.

No cesó nuestro protagonista en su incipiente afición y acabó comprando un su primer velocípedo en Madrid, en 1869. Con él recorrería buena parte de la villa de Madrid: El parque del retiro, los paseos del Prado y la Castellana lo que causaba, dice Aldecoa, “sensación y extrañeza entre los viandantes al contemplar aquel artilugio” y el turolense se convirtió en uno de los primeros hombres capaces de domar a la gravedad, el equilibrio y la cinemática volando sobre su artilugio por las calles de la capital. 

Desde ese momento su trayectoria estuvo siempre vinculada a las dos ruedas. 

Impulsor del ciclismo

Manuel Ricol dedicó buena parte de su vida, a partir de entonces, a la promoción y difusión del deporte del ciclismo y protagonizó hazañas increíbles en ese momento estableciendo “los primeros récords nacionales de distancias”. Impulsó la creación de clubes ciclistas y ejerció de monitor para enseñar a los neófitos cómo domesticar semejante montura.

Ricol empezó a ser convocado en cualquier evento relacionado con este nuevo deporte que se implantaba de manera incipiente en la piel de toro. 

Convertido en una suerte de influencer decimonónico sus conocimientos y habilidades a lomos de estos caballos de hierro estuvieron muy bien valorados entre los neófitos, e incluso tuvo que “limar desavenencias  entre organizaciones, clubes y practicantes”, asegura Aldecoa que pina que eran “muy frecuentes en la época”.

Su activismo ciclista le llevó a participar en el “grupo velocipédico que se gestó en el parque del Retiro de Madrid”, continúa el historiador en su relato, y que se reunía  “para dar rienda suelta a esta afición” .

También estuvo presente en la gestación de la Unión Velocipédica Española, y que sería el germen de lo que hoy es la Federación Española de Ciclismo (RFEC).

Rompiendo los limites

No solo rompió las costumbres de finales del siglo XIX, sino que además hozó papilla los límites de las proezas de entonces. Dice Carlos Casas en su artículo que “Allí fue donde adquirió su primer biciclo, hacia 1872. Poco después adquirió otro más alto y ligero, al que denominó Jirafa. Con ambos inició sus recorridos y paseos cerca de Madrid, y no solo eso: En 1873 consiguió viajar desde Madrid a Barbastro en su rudimentaria bicicleta”, que fue una de sus hazañas más sonadas. Una proeza firmada en 1973 y que, en opinión del historiador turolense, “causó una gran sorpresa y admiración entre los vecinos pero  tuvo que huir a fuerza de pedales pues no faltaron las turbas de chiquillos que, instigados por mentes supersticiosas, le persiguieron con ademanes poco amistosos”.

En 1886 se impuso en la carrera “regional triciclista” celebrada en Zaragoza con motivo de las fiestas del Pilar, añade Casas. Después seguirían cayendo más marcar. Ricol se convirtió en un asiduo de las pruebas de 100 kilómetros y en 1886 “se atrevió -dice Aldecoa- con el ´récord de 12 horas en carretera con acta notarial y todo: 1893 estableció el récord de los 100 kilómetros sin descender de la bicicleta Barbastro-Huesca-Barbastro” y colaboró, explica el estudioso, “organizando carreras ciclistas en Barcelona, Zaragoza o Huesca”.

Historia del velocipedismo

“La historia velocipédica de Ricol es la historia de del velocipedismo en España”. Así de categórica era ala publicación El Deporte Velocipédico Español, especializada en este incipiente práctica deportiva a finales del XIX en el reportaje que le dedicaba al de Castellote. El artículo, firmado por Eloy Pla,  relaciona las trayectorias de ambos asegurando que “una y otra se hallan tan íntimamente ligadas que se hace imposible escribir las primeras páginas de esta sin el nombre de nuestro biografiado aparezca como único sostenedor de la afición y como único propagandista  entusiasta que el reconocimiento en favor de la  promoción del ciclismo en España le valiera el titulo, respaldado por unanimidad por los pioneros de este deporte, de Decano de los velocipedistas españoles”.

La asociación zaragozana El Pedal Aragonés dedicó un homenaje en 2014 a Manuel Ricol. Entre los actos organizados, destacó una cicloturista de montaña entre Mas de las Matas al Mas de Ricol, pasando por Castellote. En la localidad natal del padre del ciclismo nacional se descubrió una placa  en su honor para “rendir  un justo homenaje de admiración y respeto a la gran figura del velocipedismo español, en quien vemos al más antiguo, al más constante, al más entusiasta y al más decidido defensor del velocipedismo español”.

El primer club velocipédico aparece en Teruel en 1896

El velocipedismo no llega Teruel hasta octubre 1896. En esa fecha se crea el primer club, impulsado por un funcionario de Hacienda, Federico Puig, que será su primer presidente. Este nuevo deporte llega en medio de lo que Aldecoa califica como “explosión velocipédica en España”, impulsada por factores como la aparición de distintas publicaciones  y revistas, ala aparición de clubes salpicando la geografía nacional, la construcción de velódromos e incluso la celebración de carreras.

El impulso a la irrupción de esta nueva práctica deportiva habría estado promovido en Teruel por un grupo de “periodistas y colaboradores del Heraldo de Teruel”, dice el historiador, “con su esnobismo y su modernidad”. 

Dice Aldecoa que “en este selecto círculo se integraron una serie de intelectuales y burgueses como Jaime Fernández Fuertes (fotógrafo y comerciante en la Plaza del Torico), que ocupaba el puesto de cónsul; Federico Andrés Tornero (periodista, profesor y escritor) que ejercía como presidente; León Ruiz de León, periodista del Heraldo de Teruel; y Vicente Fernández Fuertes, industrial”, que componían la primera directiva. Además, en el seno del club se habrían sumado el impresor Arsenio Perruca, el fotógrafo Frutos Moreno, el senador Bartolomé Esteban, Joaquín Torán (Industrial), Salustiano Urroz (comerciante) y el banquero Ángel Garzarán. Entre los integrantes con los que nació esta sociedad se encuentra el de una mujer: Antonia Moreno.

Las primeras actividades del club consistieron en excursiones a lugares como Albarracín, el Santuario de la Fuensanta de Villel o Mora de Rubielos y los pueblos de su partido judicial, que se salpicaban con distintas actividades como bailes, veladas y fiestas.