Una mirada fotográfica desde la nostalgia y el sentimiento de pérdida
La turolense Julia Romeu expone en la sala de la Escuela de Arte de TeruelYa no hay verano es una exposición multidisciplinar, con predominio de la fotografía, con la que la turolense Julia Romeu se ha estrenado en salas de exposiciones a nivel individual. Ha estado abierta durante la segunda quince de mes en la Escuela de Arte de Teruel, y todavía hay de tiempo para verla este lunes, en el horario habitual de la sala de 19 a 21 horas.
A nadie se le pasará por alto que Ya no hay verano suena a lamento, sin desgarros ni más dramatismo que el estrictamente necesario, pero lamento al fin y al cabo. La muestra habla desde un punto de vista autobiográfico -pero también interpelando la experiencia personal de quien mira las imágenes- del paso de la infancia a la edad adulta, con lo que ello conlleva de sentimiento de pérdida.
Las en torno a veinte imágenes que forman la exposición pertenecen a los últimos veranos de la autora, y Julia Romeu González de Rueda elige fotografías que probablemente no estaban destinadas a formar parte de su catálogo de grandes momentos para guardar en el recuerdo, pero que sin embargo en conjunto forman una perfecta abstracción de lo que significa el verano como metáfora para casi cualquier persona. La serie, en la que lo documental tiene mucho más peso que lo estético, habla sobre el contraste, sobre lo que la autora describe como “la tensión entre el concepto de libertad ligado a la infancia y el de la productividad de un adulto”.
Ese discurso narrativo se completa con dos instalaciones, una pieza de videoarte y una performance que Julia Romeu desarrolló durante la inauguración de la exposición. La primera de las instalaciones consiste en algo así como un gráfico de barras que trata de cuantificar los textos académicos que la autora ha leído durante su etapa formativa, que todavía no ha concluido. “No se trata de cuantificarlos con precisión sino de transmitir la sensación de volumen, para sugerir al espectador preguntas sobre lo que significa la productividad infantil, en contraste con la libertad que proporciona el verano y las vacaciones”.
La otra instalación está formada por una serie de álbumes fotográficos familiares intervenidos por Romeu, superponiendo color “con un estilo naíf, algo infantil”, explica la artista. Plantea un diálogo entre la construcción subjetiva del pasado que opera en la memoria y la documentación gráfica que existe sobre él. “Apela a nuestras experiencias en el pasado, no solo a las mías sino también a la de mis padres, y cómo después las reinterpretamos”.
En un sentido parecido se expresa la pieza audiovisual: “Intercalo grabaciones familiares de mi infancia con otras en las que estoy con mis amigos durante los últimos veranos. Marcan ese tránsito desde que mis hermanas eran bebes, y yo todavía no había nacido, hasta los viajes en el presente, en las que son ellas quienes conducen el coche, por ejemplo”.
La gran pregunta que subyace a todo el trabajo expositivo es la de si siguen existiendo veranos cuando se abandona la infancia. Entiéndase de nuevo el término verano como lo que es, pero sobre todo como metáfora. Y la conclusión a la que llega Julia Romeu, al menos por ahora, es que efectivamente, ya no lo hay.
Que la Escuela de Arte de Teruel albergue la primera exposición de Julia Romeu, especialmente con el tema del que trata, no es por azar, ya que la autora, que nació en Teruel hace 23 años, estudió en ese centro el Bachillerato Artístico y a ese espacio están ligados buena parte de sus recuerdos.
En la actualidad está terminando sus estudios en Antropología en la Universidad Autónoma de Madrid, aunque para ella eso no ha significado un cambio de rumbo con respecto a su vocación artística y creativa. “En Antropología leemos mucho y escribimos muchos, y la escritura es una forma de creación tan buena como cualquier otra. La investigación en Ciencias Sociales es hacerse preguntas y buscar respuestas, y eso es pura creación”.
Tampoco es gratuito que el grueso de su primera exposición esté formada por fotografías, porque ese medio es aquel en el que se mueve más cómodamente, en parte porque “se complementa perfectamente con la escritura”. En ese sentido Romeu, pese a que admite que todavía está desarrollando su lenguaje y su mirada, se declara interesada especialmente por “la fotografía de autor documental sobre temática social”. “Con las herramientas que me brinda la Antropología siento que es lo mejor que puedo hacer, y mi pulsión personal me lleva por ahí”.
“Me interesan temáticas relacionadas con el concepto de juventud, me interesa el simbolismo en relación con los fenómenos migratorios, con la religiosidad, con los procesos de significación... Sin embargo acercarse a ellos es complejo. Forman parte del horizonte que tengo, pero por el momento los pasos que estoy dando hablan de cosas más cercanas”, subraya Romeu. “Además, me parece bonito documentar fotográficamente tu entorno más cercano, tu familia o tu círculo de amistades”.
Como fotógrafa joven se muestra preocupada por el cambio de paradigma entre su generación y las anteriores. Marcaron la frontera entre tener un pasado construido fundamentalmente por la memoria sensorial y emocional, a poseer gran cantidad de fotografías y vídeos que documentan exhaustivamente ese pasado. “Creo en la calidad antes que en la cantidad. Tener un exceso de imágenes no es para nada positivo, y de hecho estoy convencida de que producimos muchas más imágenes de las que somos capaces de ver. Creo que es algo sobre lo que hay que reflexionar”.
De hecho Romeu, que admite ser un poco Diógenes guardando libros y textos, es muy poco ortodoxa en el sentido de desprenderse con suma facilidad del archivo fotográfico que no le va a ser de utilidad. “Un gran archivo es difícil de gestionar, no solo técnica o digitalmente, sino sobre todo emocionalmente. Por eso si tengo cinco fotografías de una serie que me gustan y me funcionan, borro todas las demás”.
Por eso una exposición fotográfica es lo que la autora denomina “un buen entorno para observar imágenes”, no solo porque implican una cuidadosa selección de lo que se muestra, sino porque además “te permiten observarlas con detenimiento”.
Y es que la democratización con la que se bautizó el advenimiento de la fotografía digital y la telefonía móvil -un hombre, una cámara- habrá tenido efectos positivos y negativos, pero lo cierto es que se ha disparado la inflación de lo visual: existen más fotografías de la realidad que realidades mismas. “La foto se ha convertido en algo muy cotidiano”, zanja la autora de Ya no hay verano. “Y para bien o para mal lo que surja de eso depende del amor y de la responsabilidad personal que pongas en ella”.