Ramón Acín, escritor: “Teruel es el prototipo universal del deshabitado, le viene de lejos y va en aumento”
Bajo el título ‘Un andar que no cesa’, presenta un estupendo cuaderno de viajesRamón Acín Fanlo, nacido en Piedrafia de Jaca en 1952, es doctor en Filología Hispánica, escritor y ensayista, y alguien obsesionado por divulgar y extender la literatura y la pasión por la cultura en Aragón. Ha dirigido revistas, coordinado ciclos literarios y programas culturales y editado más de veinticinco libros, entre novela y ensayo. El último de ellos es Un andar que no cesa.
-Preséntese en estos momentos del camino, por favor.
-Supongo que se refiere al camino de la vida personal. Si es así, resulta sencillo: satisfecho. Tal vez, porque la mesura se ha impuesto sobre otras formas de frenesí habituales en el mundo actual. Pienso que hay que buscar siempre lo que a uno le ayuda a comprenderse y a comprender cuanto le rodea o lo que le permite estar en el mundo para calmar tribulaciones. Y, en ello, el viaje puede actuar eficazmente como soporte y medicina. Fíjese, incluso leyendo, soy viajero, porque también la lectura es viaje y, de ahí, el apartado “Viajes de papel” en Un andar que no cesa siguiendo libros y autores sobre los deshabitados en Aragón y España.
-Toda travesía es también un viaje interior, ¿verdad? Porque si no, mal. ¿Qué han reactivado en usted estos periplos y relatos?
-Viajar es asombrarse de forma continua, fugarse de uno mismo, superar la esfera personal relativizando cuanto se conoce de antemano y, como mínimo, transformar la mirada personal. Lo dijo Marcel Proust: “Viajar no es cambiar de paisaje, es cambiar de mirada”. Y acertó. Al menos, para mí. Viajar acaba siendo una especie de revelación interior para quien ejecuta un periplo por tierras ajenas o desconocidas, porque si lo lleva a cabo de verdad, acaba transformado, agrandado como individuo y, por supuesto, como formante de la sociedad. Porque viajar, enseña, curte, cura y abre el objetivo del cerebro al contrastar tu mirada con la del otro al salir de la costumbre y al perder el pie de la benefactora capa de lo conocido y cotidiano. Viajar de verdad, como poco, empuja a la reflexión y al análisis. Cuando menos, todo lo dicho es lo que se reactiva en mi persona cuando viajo.
-Entre imágenes y palabras, en su propuesta apela a Proust, sí, pensador del tiempo y la memoria: “El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”.
-La mirada es clave en los viajes, pero, además, debe acompañarse del resto de los sentidos. Lo novedoso, lo diferente, etc. debe ser captado en su mayor dimensión para gozar y comprender. El mar de los olores, el paladeo de la comida, la musicalidad del idioma o de los ruidos y sonidos, por ejemplo, ayudan mucho a entender y sentir el espacio que se visita y recorre y, en especial, a quienes los habitan. Y, con los sentidos, por supuesto, también el apoyo en la carga inteligente que supone la información previa para, con la mirada, dar cuerpo y volumen a los datos, sucesos históricos, paisajes y paisanaje del territorio visitado. Viajar no es sólo ‘turistear’ y gozar con las maravillas. Viajar es meterse de patas en en donde se está, a fondo y casi como un autóctono más.
-‘Un andar que no cesa’ (Fórcola Ediciones) es el título de su nuevo libro. Seguro que esconde más de una paradoja bajo las piedras.
-Andar supone moverse en el espacio y, a su compás, mover la mente que, cuanto ésta escudriña, experimenta o simplemente observa, acaba descifrando, razonando y analizando, por lo que la paradoja está servida. Afloran deseos y reflexiones de toda laya, desde el asombro a la critica, desde la expectativa a la desilusión, desde la indagación al placer, desde la anécdota a la meditación y la catarsis... Cuando uno se lanza a recorrer espacios y formas de vida que desconoce, nada cesa. La pluralidad y el contraste están servidos cuando la estabilidad del día a día se deja atrás en busca de la sorpresa.
-¿Qué es más cosmopolita, ser local o global? Porque da miedo tanta nueva colonización. Además de un gran invento, Yves Michaud ya decía que el turismo es una experiencia estética.
-No suelo hacer distinciones porque la conmoción, el embrujo, la sorpresa... están en todas partes, aunque personalmente me interese más la extrañeza de lo local que lo común de lo global. Sólo hay que mantenerse atento ante cuanto sale al encuentro de uno. A ser posible escapando de la trivialidad y de lo general. Lo local, cuando es desconocido o diferente a lo que conoce el viajero, deslumbra, pero no por su exotismo, sino por la diferencia que es capaz de definir al otro ser practicante de esa diferencia. Y claro, la estética entra en juego, porque, cuando menos, la experiencia de lo observado, si se analiza, acaba siendo auténtica emoción y, a la postre si se escribe, literatura.
-En plena era de móviles y de navegación con Internet, en su volumen nos redescubre el disfrute del pasear.
-Hoy día somos totalmente dependientes del garfio del teléfono móvil. Basta observar a la gente (yo mismo) cuando va por la calle pegado a la pantalla. Huir de ese garfio que nos ata o de la rutina cotidiana que nos ciega, supone abrir ventanas a la realidad. Y pasear sin ataduras, con la mente libre y, a ser posible, cargada de lecturas previas, ayuda a ver el mundo de una manera distinta, sin las anteojeras que obligan al surco único como si fuéramos animales de tiro en la labranza. Amo el paseo libre, el olvido de la prisa y la ausencia de programas a la hora de ejecutar mis viajes. Es la mejor parte del placer de viajar.
-Usted que también es profesor, conoce su origen, ambulāre. Con la casa a cuestas, vamos.
-Claro: andar, caminar, pasear, viajar, navegar y muchas acepciones más que sí vendrían a cuento. Lo normal en las personas es el viaje como huida temporal para desconectar de la rutina, pero yo prefiero hacerlo además, como usted dice, “con la casa a cuestas”, es decir, practicar la simpleza de la desconexión pero pertrechado con elementos como la historia, lecturas, películas, costumbres, vida e, incluso, relaciones viajeras que otros con anterioridad llevaron a cabo por los territorios que transito y observo.
-Reúne varios textos que son marcados pasos.
-Sí, y pasos varios en cada texto reunido. Pasos de historia, de vida, de arte... por paisajes y con paisanos y paisanos donde cabe desde la anécdota al suceso trágico, desde la fascinación al antipatía. Viajar casi a la deriva, pero sustentado por la guía del pasado y sus múltiples posibilidades, pues, al fin y al cabo, sólo somos memoria.. Son, pasos previos al viaje, pasos en el viaje y pasos cuando se relata el viaje mientras se recuerda.
-Porque en los viajes nunca se sabe si vamos o volvemos.
-Me gusta pensar que, cuando se viaja, uno lo hace siempre para volver. Tal vez, porque pienso, como Paul Theroux, que el genuino glamour del viaje está en su retrospectiva. Es decir, que la culminación de todo viaje se da al regreso, cuando se cuenta o cuando se escribe como es el caso de Un andar que no cesa. Sin embargo, antes hay más fases, unas previas al viaje y otras durante el viaje que conforman ese “vamos” del que habla. Fases muy gratificantes, de indagación y acumulación que, además de servir en el trayecto, edifican apoyaturas ante el desvalimiento y la agitación que conllevan la observación y la experimentación viajeras. Un vaivén continuo que rezuma infinidad de sensaciones al tiempo que dispara la mente ante la mirada.
-“Es aconsejable extraviarse, merodear sin prisa, quedar traspuesto o engolfarse en los detalles”, apunta brillante en el caso de Bruselas. ¿Qué brújula utiliza Ramón Acín?
-La brújula de los sentidos continuamente en alerta. Y, por supuesto, la del conocimiento acerca de los aspectos necesarios para que el ojo pueda entrar en materia. Siempre despierto y lejos, a ser posible. de una férrea programación de periplos y trayectos, porque donde menos se espera, está el mundo con su multiplicidad de maravillas.
-Y por tanto, la capacidad de asombro queda patente como aspecto singular. “Provocar asombro antes que empatía", decía Walter Benjamin.
-Si asombrarse es básico en las personas, porque mueve en la vida, cómo no va a mover el asombro en el viaje. El asombro lleva al deseo de conocer y de comprender, de ir más allá de la imagen física captada en un primer el instante. Es la espoleta del interés en un viaje y de ahí dimana la necesidad de adentrase y profundizar mientras éste se lleva a cabo. Luego, cuando lo anterior es ya un hecho, viene la empatía que, por supuesto, asienta más aún el interés y la necesidad de captar. Pero, junto al asombro, existen otras fuerzas. Pienso en la duda, en la oscuridad u ocultación de un suceso, por ejemplo, como a mí me sucede en los viajes bélicos que cuento en el libro. Mi viaje por las trincheras del frente de Aragón en busca de despejar dudas o de dar luz, conlleva ver con nuevos ojos no sólo el suceso trágico del enfrentamiento, sino la realidad del paisaje mientras me hundo en la pluralidad y formas del viaje, incluidas las del pasado. Lo mismo sucede en mi recorrido por Normandía intentando explicarme la desorbitada violencia y la animalidad del ser humano durante la II Guerra Mundial.
-En esto del viajar, el sociólogo Dean MacCannell habla también del anhelo de aventuras, uno de los grandes placeres. En ‘Un andar que no cesa’, lo son.
-Al fondo de cualquier viaje siempre está el aliento de la aventura y sus placeres diversos. Sí, aventura por descubrir, por conocer, por acumular, por disfrutar, como mínimo. Aventura y viaje forman un buen tandem en Un andar que no cesa hasta el punto que, en ocasiones, deriva hasta en una nueva aventura. Por ejemplo, el periplo por el Somontano de Barbastro me llevó a la aventura reescribirlo para convertirlo en relato literario.
-Su libro es un estado de excepción, un paréntesis en el tiempo, en los tiempos. ¿Está de acuerdo?
-Algo de estado de excepción o paréntesis en el tiempo hay en los viajes que relato. Al menos, por el simple hecho de fijarlos en palabras. Dentro del transcurrir que lleva todo al olvido, al escribir mis viajes les doy vida superando la finitud temporal de su ejecución, fijándolos en el tiempo o en la memoria que conlleva una publicación. Desde esa perspectiva, de corte común y de comunión con posibles lectores, sí que estaría de acuerdo con la pregunta.
-¿Es importante el anonimato en esto del viajero? Porque así resulta un relato muy diferente.
-Aunque uno está muy presente en los viajes y es protagonista de ellos, casa bien alejarse del protagonismo personal y tomar una etiqueta acorde a la generalidad de la gente. Convertirse en viajero, cronista, relator, etnólogo… sin nombre ni apellido no sólo no resta proximidad, sino que, creo, proporciona cierta credibilidad. El yo no casa bien teniendo en cuenta que sirves de pantalla a otras personas y a sus espacios. El yo tendría quizás mucho de impertinente y algo de sabidillo, creo. Mejor, estar al fondo, con la máscara de quien camina, observa y cuenta precisamente porque está ahí, en ese espacio y ve las cosas que cuenta. Otra cosa es la reflexión y análisis subsiguientes sobre lo que se ve y se cuenta que, precisamente por adoptar etiquetas alejadas de lo personal, aparecen como algo matizadas.
-Como un tótem de valores y prácticas culturales, el actual turismo postmoderno descubre lugares que parecen existir fuera de la Historia, decía Dean MacCannell. Para él, viajar es una transgresión programada. Y así parece en muchos momentos de cómo lo cuenta.
-La sensación de lugares fuera de la historia es propio del turisteo programado que es algo que no practico, pero que no está mal, porque, sin duda, de él pueden salir viajeros de verdad. Lo he dicho antes: viajar significa meterse de lleno en el espacio que se visita, obrar como quienes lo habitan y actuar y ser casi como ellos, además de comprender y entender. Por supuesto, con la información y la memoria a cuestas.
-Frente a los que hacen turismo que buscan distracción o evasión, se encuentran los viajeros inmigrantes, que esconden en su corazón un malestar que desean dejar atrás. Migrantes y turistas acostumbran ir en sentido contrario.
-Sí. El mundo de la riqueza y el mundo de la pobreza caminan en direcciones opuestas, porque , claro, evasión y necesidad son diferentes. Pero, en ambas, al fondo, está la misma mano. La mano de unos pocos que mueven los flujos económicos en su provecho, esquilmando países a los que llaman subdesarrollados. El turista, harto, puede practicar el slumming por los barrios pobres o por el tercer mundo, mientras que el inmigrante sólo busca evitar su hambre. La catadura del viaje, claro está, no es la misma aunque se vista con el ropaje caritativo, cristiano e, incluso, humanitario.
-Y también hay viajeros contaminados. Porque qué importante es la complicidad con el entorno, protagonista de ‘Un andar que no cesa’.
-Se conoce de verdad aquello que se vive y se entiende, al tiempo que te atrae, atrapa y mueve tu corazón y mente con aventura, placer y demás elementos sustanciales del viaje. No hay más cera por arder. Por lo que creo que no es una postura contaminada. El problema es que la noción de viaje más general y vendida en agencias de turismo es la que concuerda con la evasión y con la huida de la rutina, algo momentáneo y breve en tiempo. Una noción que sí está contaminada, pero ala que, repito, miel sobre hojuelas, por lo que puede derivar.
-España vaciada, o deshabitada, Julio Llamazares prologa su estupendo cuaderno de viajes.
-La España deshabitada por intereses varios o circunstancias múltiples que últimamente se han agudizado es motivo de ruido periodístico. Pero, el deshabitado ha existido desde antiguo, no es algo actual como parecen dictar los medios de comunicación. La situaciones estratégicas en defensa o comunicación, por ejemplo, en el pasado tan importantes, hoy pueden carecer de sentido y, por ello, poblaciones claves en esa función estratégica han desaparecido o están en trance de deshabitarse. Ejemplos muchos y a lo largo de la historia. Hoy los factores crecen y van a velocidad de crucero dinamitando al mundo rural. A veces, con músicas de progreso como pantanos en la montaña que dan vida a los secanos de las llanuras. Otras, totalmente monetarias como el turismo que ha llenado y destrozado costas al tiempo que deshabitaba el interior del país que de España. Podríamos seguir con más causas. Pero dejemos este aspecto tan crudo y múltiple y vayamos a la pregunta: con Julio Llamazares, creo, me unen muchos aspectos vitales porque ambos tenemos orígenes rurales, hemos crecido literariamente en la ciudad y queremos dar fe, frente al olvido, de un pasado y de unos espacios que estuvieron llenos de vida. Por supuesto, le agradezco sus palabras de apoyo en el prólogo que rezuman hermanamiento y comprensión.
-También se recrea en narrativas, literatura de la memoria, entre otros gracias a Moncada.
-Lo mismo que con Llamazares, Moncada habla de un paraíso perdido, su Mequinenza natal, al que tras su desaparición ante el empuje del pantano, supo darle una vida nueva. Una vida universal que no es moco de pavo, porque su Camí de sirga tiene voz en más de veinte idiomas y se alza como historia en la mente de sus lectores por todo el mundo.
-Volumen en el que Teruel también es protagonista.
-Teruel es prototipo universal del deshabitado, circunstancia que le viene de lejos y que, además, va en aumento. Quizás la puntilla de ello viene desde que los mas comenzaron su declive cuando el general Pizarro obligo a sus propietarios a dormir en los pueblos con el fin de evitar el apoyo a la guerrilla del maquis. Y digo la puntilla porque esa decisión político-represiva supuso la ruptura de la vida tradicional, unida a otros motivos como la perdida del valor estratégico que antes mencionaba, a los pantanos, a la falta de comunicaciones o señuelo económico y demás. Y lo es de lo que habló a través del viaje realizado con los libros del narrador turolense José Giménez Corbatón y los del castellonense Alfons Cervera, hermanos vitales como Moncada y Llamazares y voces clave de un mundo y su larga historia en desaparición en estos territorios aragoneses ya limítrofes.
-Lo bélico, el conflicto, también es suceso de primera plana en varios de los cuadernos. Cita a Wilfred Owen: “¿Qué campanas doblan por quienes mueren como animales”.
-Viajar por la historia es una más necesaria de lo que la gente piensa, porque somos historia y somos memoria, vivimos el instante del presente y soñamos con la quimera del futuro. La guerra obliga al olvido de casi todo, normaliza el odio e, incluso, el asesinato. Y, tras ella, llegan las miserias, los apaños, los silencios… Los muertos, como escribió Platón, son los únicos que ven el final de la guerra. Los demás, a veras venir con sus componendas. Debemos, por tanto, mantener despierta la memoria, indagando causas y consecuencias de la tragedia bélica, para evitar un nuevo tropiezo. Es lo que pretendo cuando recorro las trincheras oscenses de la incivil guerra o los espacios del desembarco aliado de la II Guerra mundial, al tiempo que aprovecho para recordar a quienes sucumbieron en la planificación de la muerte en masa que, a la postre, son todas las guerras.
-Para finalizar, ¿qué pasaría ahora si Goya levantara la cabeza? Al de Fuendetodos le dedica un bello recorrido de huellas.
-No sé lo que pensaría, la verdad. Igual de un brochazo bruto de los suyos me hacía desaparecer. Bromas aparte, disfruté y aprendí mucho siguiendo sus pasos gracias a las pinturas que dejó diseminadas en Aragón. Viajar tras sus pasos fue un recorrido lento, de varios días, degustando su arte a la par que el territorio, la gastronomía y el paisaje. La lentitud es clave para captar el detalle que permite gozar con la sorpresa recién descubierta. La lentitud y el contacto con quienes uno se encuentra durante el recorrido. Goya fue, sin duda, una gran compañía o el mejor compañero durante el recorrido. Silencioso (lógico), sabio, creativo y siempre sorprendente.