Pierres Vedel, el hombre que salvó la Torre de San Martín y la sed de la ciudad de Teruel
La solución se logró con un acueducto considerado una de las principales obras hidráulicas del RenacimientoA finales de la Edad Media, el suministro de agua a la ciudad de Teruel era un importante problema. A duras penas, la población se abastecía de los aljibes de la Plaza y de algún que otro pozo y cisterna disperso por la urbe. Pero llevar el agua a la ciudad resultaba muy complicado; aunque se contaba con dispositivos que podían elevar el agua, como las norias, la escasa entidad de los cursos de agua para moverlas en relación con el importante desnivel existente, lo hacía inviable; este último factor, junto con el elevado coste de funcionamiento para el limitado caudal obtenido, también obligaba a descartar otro tipo de dispositivos, como las norias “de sangre” (movidas con tracción humana o animal).
La única posibilidad verdaderamente efectiva era conducir el agua por gravedad, desde un punto que se situase a una cota más elevada que la urbe. Pero el tipo de conducción disponible tenía sus limitaciones; estaba formada por arcaduces, tubos troncocónicos de cerámica de poco más de 40 centímetros, que se encajaban unos en otros, colocándose dentro de una zanja que se rellenaba con calcina (hormigón de cal). Si la presión era fuerte, el agua tendía a salirse por las juntas, por lo que no se podían emplear sistemas de vasos comunicantes para superar los desniveles
Por ello, era necesario tender una conducción de una pendiente más o menos uniforme, que uniera los dos puntos (el lugar de captación y la ciudad), salvando las irregularidades del terreno mediante minas y tramos aéreos; todo ello, teniendo en cuenta que las posibles pendientes de la conducción se encontraban comprendidas en una estrecha horquilla, ya que si eran muy altas el agua llevaba mucha presión y si eran muy bajas la conducción tendía a obturarse por la precipitación de limos y carbonato cálcico. Además, la longitud de la conducción debía ser lo más corta posible, para abaratar los costes de ejecución y mantenimiento.
Descartada la posibilidad de captar aguas de los principales cursos permanentes (que hubieran requerido conducciones de decenas de kilómetros para que el agua pudiera entrar en el interior de la ciudad), se vio que el único manantial que podía cumplir los requisitos era el de la Peña del Macho. En 1537, el Concejo asumió el reto, iniciándose las obras. Pero las protestas de la población por el elevado coste de las mismas obligaron a su paralización indefinida en 1538.
Poco más de una década después, el Concejo retomó este ambicioso plan, encomendándoselo a Pierres Vedel (1551). Este arquitecto galo había salido airoso de un arriesgado proyecto: evitar el hundimiento de la Torre de San Martín; en 1549 se temía por el colapso de esta estructura, por lo que se había convocado una especie de “concurso de ideas”; fue seleccionada la audaz propuesta de Vedel, que implicaba descalzar uno de los dos apeos de la torre, sustentándolo tan solo con una estructura de madera. Los buenos resultados obtenidos le reportaron un notable prestigio en la ciudad.
Construcción del Acueducto
Pero el nuevo reto también era complicado. La conducción de la Peña del Macho a la ciudad debía discurrir por un terreno muy irregular, sin que desde ningún punto del trazado se pudieran ver simultáneamente ambos extremos. El margen con el que podía jugar el maestro galo era muy limitado, dado el escaso desnivel existente entre ambos puntos, en relación a la distancia. Además, había que salvar varios barrancos, elevaciones y laderas de fuerte pendiente.
Para llegar a las inmediaciones de la ciudad, Vedel construyó una conducción de 4.550 m. de longitud, con dos arcos (Santa Bárbara y Camino de San Cristóbal), dos minas (Peña del Macho y Caguera) e innumerables calzadas (muros de mampostería adosados a la ladera sobre los que discurría la conducción), además de 140 arquetas (para limpieza), algunas de grandes dimensiones. En reformas posteriores, se agregaron otros dos nuevos arcos (Nogueras y Rambla de los Mansuetos) y una tercera mina (Mansuetos).
La pendiente media dada a la conducción fue del 0,91 %, equivalente a 1 pulgada cada 3 varas o 6 arcaduces (teniendo en cuenta los solapamientos entre éstos). Dado el alto contenido en carbonato cálcico de las aguas de la Peña del Macho, una pendiente menor hubiera incrementado su tasa de precipitación, favoreciendo el emboce de los arcaduces; por el contrario, con una pendiente superior el agua solo habría llegado a la mitad de las fuentes.
Ésta fue la razón para adoptar la decisión de perforar la Mina de la Caguera o del Collado, peligroso túnel de 190 metros de recorrido que atraviesa las inestables arcillas y calizas del Terciario, en lugar de rodear el monte sobre el que se asienta el actual Cementerio; la segunda opción hubiera supuesto añadir unos 1.800 metros de recorrido suplementario, obligando a reducir la pendiente hasta el 0,65% o a limitar drásticamente el área de abastecimiento.
Los Arcos y la distribución de agua por el interior
Pese a las dificultades, en 1552 las conducciones llegaron a las proximidades de la ciudad, donde debían salvar el último gran obstáculo: el Barranco de los Arcos. Para ello, Vedel construyó un monumental acueducto, considerado una de las obras hidráulicas más emblemáticas del Renacimiento hispano: “un acueducto con que el siglo del Renacimiento se esforzó en emular la grandiosidad de los romanos” (J. Mª Quadrado, 1844).
Realizado con sillares almohadillados, tiene 102 m. de longitud y 28 m. de altura. Consta de dos niveles, con 6 arcos en el superior (por el que van las aguas) y 2 en el inferior (por el que discurren las personas).
Tras finalizar su construcción en 1554, Vedel tuvo que enfrentarse a un nuevo reto: distribuir el agua por el interior de la ciudad, con una topografía compleja y unas calles muy estrechas, por las que debía discurrir preferentemente la conducción. El número y ubicación de las fuentes debía garantizar el suministro de agua a todos los vecinos. Y además, si quería seguir contando en las obras con la contribución económica de los clérigos turolenses, debía colocar fuentes en los tres emplazamientos indicados por D. Hernando de Aragón, arzobispo de Zaragoza: cerca del Hospital y de las iglesias de Santa María y de la Trinidad.
Para salvar el obstáculo de la muralla, fue necesario macizar la torre contigua al Portal de San Miguel, remodelar un lienzo de la cerca y perforar transversalmente el Torreón de la Bombardera, entrando la conducción a la ciudad por la Mina de las Carnicerías.
En 1558 el agua llegó a la Plaza Mayor, siendo recibida con gran alborozo por los turolenses. En los siguientes años, se fue completando la Traída, no sin algunos problemas, como las filtraciones que obligaron a trasladar las fuentes adosadas en las iglesias de San Martín y Santiago en 1566.
El resultado final fue una red urbana de casi 2.500 m. de conducciones, que alimentaban doce fuentes, un zariche y el exaguadero de las Carnicerías, así como diversas captaciones privadas, no sabemos si autorizadas o consentidas por el Concejo.
Para salvar los desniveles existentes dentro de la ciudad, se construyeron cinco grandes arcas, algunas de considerables dimensiones, a las que hay que sumar otras cuarenta arcas más pequeñas, para facilitar la limpieza. En fechas posteriores se agregó algún pequeño ramal y se sustituyeron algunos tramos por galerías subterráneas, con el fin de facilitar las frecuentes labores de mantenimiento.
Este denso entramado se completó con la derivación que llevaba agua a las fuentes del Arrabal: la Fuentebuena y la Fuentemala, esta última alimentada con sobrantes de la anterior. También se creó una red de arbellones que sacaban fuera de la ciudad las aguas perdidas.
De esta forma, Teruel contó con una red de suministro de agua sin parangón en todo el Reino de Aragón, que permitía a todos los vecinos del casco antiguo disponer de un punto de suministro de agua a menos de 5 minutos de sus casas.
José Torán
Pero, pese a ser objeto de diversas mejoras (como la incorporación de un tramo de conducción con tubería de hierro en 1866), con el tiempo esta infraestructura se fue quedando obsoleta. En los años 30 del siglo XX, la ciudad contaba con más del doble de población que en siglo XVI y era la única capital de provincia sin suministro de agua en las casas. De ahí la importancia que se le otorgó a la nueva traída de las aguas, obra de José Torán de la Rad, inaugurada el 6 de enero de 1931.
Pero pese a ella, la Traída de Vedel siguió estando operativa durante décadas, para acabar abasteciendo de agua a los Antiguos Viveros del Icona hasta hace pocos años.
La Fuente de Celadas
La Traída de las Aguas a Teruel no fue la única obra de ingeniería hidráulica realizada por Pierres Vedel en el entorno de Teruel. La Fuente de Celadas (1560) fue otra intervención, tan interesante como desconocida, en la que tuvo que resolver un importante problema de desniveles. Para ello construyó una mina abovedada de 650 metros de longitud (que cruza por debajo de una amplia rambla) y una depresión artificial de 500 metros cuadrados (en la que colocó la fuente).
Visitas al Patrimonio Cultural
La Traída de las Aguas es uno de los recursos turístico-culturales de mayor amplitud del municipio. Además de ver Los Arcos y el Arco de San Cristóbal, se puede recorrer la mayor parte de su trazado rural, hasta la Peña del Macho. También recomendamos la visita a los centros de interpretación de las Murallas y del Teruel Subterráneo (Aljibes de la Plaza), donde se pueden ver distintas partes de la estructura y, en la segunda de estas instalaciones, toda una sección dedicada a la Traída de las Aguas.