Pablo Maqueda, cineasta: “Cuando Werner Herzog vio la película me animó a hablar mucho más de mí”
Un viaje a través de pueblos, naturaleza, soledad y frío en busca del significado de la creaciónEl buen cine siempre recoge un misterio. En este caso se le suman importantes dosis de quimera, épica, pasión y, sobre todo, romanticismo. Una fría pero cálida odisea que se repite con la voz sincera de Pablo Maqueda, sabio en explorar los diferentes relatos del viaje interior. Así es el documental Dear Werner que se estrena este fin de semana, una peregrinación cinematográfica de Múnich a París que aporta imagen y talento al periplo del libro Del caminar sobre hielo, referente de culto del realizador alemán Werner Herzog, con el que dialogan y se funden ambas autobiografías.
-¿Cuál fue la primera película de Werner Herzog que vio? ¿Qué sintió?
-Aguirre, la cólera de Dios. Esa niebla como algo inexorable que dominaba la trama poco a poco, esa locura que se apoderaba de todo, Klaus Kinski, la selva, la conquista de lo que posteriormente Herzog consideraría lo inútil perfeccionado en su obra maestra Fitzcarraldo.
-Califique pues el cine del director alemán.
-Es un cine humanista, místico, casi filosófico por momentos, donde lo abstracto adquiere cotas de maestría desde el concepto. El poder de la naturaleza. La locura de un personaje. La conquista de lo inútil. La violencia enfrentada con la soledad.
-¿En qué aspectos se alinea su documental ‘Dear Werner’ con el estilo cinematográfico y estas obsesiones de Herzog?
-El documental pretende dejar de un lado esa violencia y locura más extremas del cine herzogiano para abrazar el lado más humanista y reflexivo del alemán. La obsesión de su cine que más dialoga con la película es la inmensidad de la naturaleza frente al ser humano. Y para ello, las referencias a sus obras de no ficción han sido para mí un vehículo para comprender mejor su puesta en escena. Con dos pequeñas cámaras he tenido que comprender cómo Herzog se enfrentaba ante una cascada inmensa o una cueva oscura. Sus documentales son la parte de su filmografía que más me ha hecho disfrutar como espectador. Seguir sus huellas físicas y emocionales ha sido un viaje para entenderme mejor como cineasta.
-Porque cine e ir a la deriva, desgraciadamente, conjugan bastante bien…
-Porque el cine es exploración constante. Gracias al cine, primero como espectador y luego como cineasta, he aprendido a conocerme más íntimamente. Para mí el cine es una religión, la sala su templo y Herzog uno de sus apóstoles. Por ello si por alguien peregrinaría a la deriva, sería por cineastas como él.
-La espoleta fue la lectura de su diario de viaje ‘Del caminar sobre hielo’ (Gallo Nero), un clásico contemporáneo en el género.
-Es un gran desconocido. Todo el mundo ha leído Conquista de lo inútil sobre aquella insana locura de rodaje que fue Fitzcarraldo, pero para mí era urgente reivindicar este texto. La metáfora que plantea sobre el proceso de creación es bellísima: el cineasta caminando solo bajo el frío el la niebla.
-Lotte Eisner también es muy importante para usted.
-Sí. Historiadora, documentalista, crítico, escritora… Fue un referente y debería de seguir siéndolo hoy. Para Herzog, Wenders… era casi como una madre. Es una de las grandes mujeres olvidadas de la historia del cine. Sólo por aportar mi grano de arena para poner el foco sobre ella y su vida ya ha hecho que merezca la pena haber realizado esta película.
-¡Y qué estupendo, que cineastas y críticos se llevaran tan bien!
-El acto de fe de Herzog por ella es para mí uno de los actos de amor más apasionantes de la historia del cine. Bien merecía seguir las huellas de un acto de amor así, en estos tiempos en que el cine cada vez es más difuso en su propio concepto.
-Su relato es toda una declaración de amor al cine más contemplativo y profundo.
-Sí. Para mí era muy importante establecer un diálogo de tú a tú con el espectador lo más sensorial posible. Por ello el plano subjetivo como rey de la puesta en escena. Referentes como Dziga Vertov y su Hombre de la cámara han sido claves a la hora de plantear este viaje al pasado a través de los ojos de Herzog en 1974.
-“El mundo se revela a quienes viajan a pie”, apunta Werner Herzog. ¿Qué es lo que se le reveló a usted en la travesía.
-Se me reveló que cuanta más verdad permitas entrever en una obra de arte, más sincera será. Que cuanto más hables de ti a través de una obra, un personaje, una trama, una historia… más especial será la conexión con el espectador. He sido muy pudoroso en mi vida a hablar de mí a través de mi cine, y este ejercicio de autoficción me ha cambiado como cineasta. Cuando Herzog vio la película me animó a hablar mucho más de mí, y sentir su apoyo para hacerlo así fue muy especial.
-José Venditti le acompaña con un diseño sonoro a lo Popol Vuh, también especialmente sensorial, como decía.
-Cuando Venditti leyó el libro me resaltó la sonoridad de los paisajes y la musicalidad de las descripciones abstractas de Herzog en su prosa. No es un libro fácil, es muy críptico. Y esa asfixia queríamos reflejarla mediante el sonido, como en la selva negra. Como dijo Herzog durante el rodaje de Fitzcarraldo: “Aquí los pájaros no cantan, chillan de dolor.” Hemos querido que el sonido de este largometraje sea como esos pájaros. Hasta mis propias pisadas suenan junto al oido de los espectadores.
-Y produce Haizea G. Viana en colaboración con la Cinemateca Francesa y el propio Herzog, que se brindó a locutar.
-Sí, le hicimos llegar un breve teaser y se mostró muy agradecido. Que haya narrado fragmentos del libro interpretándolos con su inconfundible tono, para mí es como tener la voz de Dios en mi largometraje.
-Un trabajo el suyo, que también tuvo (y tiene) que lidiar ante la pandemia.
-Si en pandemia ya fue un tiempo reflexivo para todos, imagina cuando estás en pleno montaje de una autoficción catártica sobre ti mismo. Ha sido un motivador para mantenerme despierto en estos meses tan duros para todos. Gracias a los brutos he podido viajar como si jugara a un videojuego en plano subjetivo por los mismos paisajes que caminaba hacía escasos meses. Y por ello, siento que ahora la película en su estreno en salas cumple una labor casi terapéutica en estos tiempos en que se nos impide salir de nuestras ciudades. Lo más bonito que me dicen los espectadores es que gracias a la película son capaces de viajar al pasado.
-¿Alguna asignatura pendiente que le quede ante esta gran aventura?
-Seguir disfrutando de los pasos dados, día a día. No importa ir el primer o el último en esta carrera tan dura pero apasionante que es el cine. Lo único que importa es seguir caminando.
-¿Y cómo está siendo el otro periplo, el de los festivales?
-Un regalo. Esta película comenzó siendo un motivador para recuperar mi fe por contar historias. Arranqué este proyecto frustrado por los largos procesos de financiación en el cine español. Me dije que la haría con lo puesto y autofinanciándola con mi pareja, la productora Haizea G. Viana. Que un proyecto tan personal que podía haber acabado en un cajón haya terminado con su estreno mundial en el Festival Europeo de Cine de Sevilla y que ahora en pocos días tenga su estreno internacional en el Festival de Cine de Torino me pone los pelos de punta. Muy agradecido a los festivales que están arropando la película. También ha pasado por Zinebi en Bilbao y Alcine donde hemos ganado el premio del público.
-Y para terminar, para Pablo Maqueda, ¿qué es la emoción en el cine?
-El cine para mí lo es todo. Y la emoción asociada a 25 imágenes por segundo es algo indescriptible. Es subir una montaña en mitad del frío en la oscuridad de la madrugada, llegar a la cima aún de noche y tiritar de frío esperando a que amanezca. Todo ha merecido la pena si he sido capaz de captar con mi cámara ese amanecer, esa hora mágica. Mis ojos lo han vivido, mi cámara también. Puedo volver a ponerme la mochila orgulloso. La meta es clara: seguir caminando.