Hemos decidido andar por el siglo XXI con la mente acartonada. Dice la teórica que en un sistema democrático al uso, son muchas las cosas que unen a la sociedad, bastantes más que las que la separan, por lo menos esa es la base de una teoría que tendría que tener en cuenta algunos factores. Salta a la vista que el económico es el principal, pero para que este factor haya alcanzado las posiciones de influencia que ahora tiene, hay que analizar algunos aspectos. Por un lado la falta de eficacia de los modelos ideológicos que arrastramos desde el siglo XIX, hay una evidente inmovilidad de las actitudes humanas a la que se puede calificar como sociedad de la acomodación; esta circunstancia ha sido demoledora para las doctrinas y planteamientos político ideológicos de los partidos más si cabe en la izquierda. El personal dice no creer en la política ni en los políticos y por tanto el ritual de votar ha perdido consistencia, al menos mental (luego pasa lo que pasa) y por otra parte hay una notoria ausencia de explicaciones; lo de buscar culpable en palabra y forma se torna complejo, ya no vale destapar actos corruptos, derribar patrimonio artístico o fabricar pruebas falsas y que un periodista les dé veracidad, ahora el pensamiento es liviano, casi aséptico, y por eso tiene cierto toque de asco.
Los partidos convencionales de la margen derecha se han instalado en el chauvinismo religioso y cultural (ya todo es cultura, desde Manolete hasta las verbenas populares, la Fórmula 1 y el fútbol) lo que presenta un panorama decrépito; por tanto sin ideología sin filosofía, sin capacidad de reinventar o tirar al sumidero el invento y hacer otro nuevo, estamos en manos de una mercadotecnia electoral, vamos, que se vota en función de la capacidad de marketing que subyugue al personal, lo mismo se vota a un partido que se compra un detergente en el Super; todo está en función de la capacidad de vender el producto o más bien la moto.
La tradicional tertulia política de tasca está muerta, como muerta en el rigor pero con maquillaje está la de los medios de comunicación; se nos presentan dos bandos, cada uno defensor enfatizado de una de las dos posiciones preponderantes, como me recuerda esa gran frase de Los Simpson donde Kang asevera: “Sí, somos alienígenas y eso ya no nos lo quita nadie, pero el sistema es bipartidista, deben votar a uno de nosotros”.
Resulta evidente que la venta del producto es lo que prevalece; frente a un mínimo esfuerzo de programa se nos ofrece una oferta más comercial que otra cosa, con encuestas que son parte del entramado mercantil en el que se ha convertido un sistema democrático obsoleto por irreal y por estar en las antípodas de las necesidades del ciudadano, ya no hay pensamiento político ni maceración de un programa de realidades, son un grupo de consignas como ofertas de grandes almacenes que se adaptan a unos medios de comunicación, cada vez más prisioneros de la subvención.
Se hace pues patente la necesidad de cambios drásticos, pero estos no solo se deben quedar en el sistema, hay que incidir en la necesidad de que la cultura emerja y no conformarse como pollos de granja en el injusto y deleznable sistema económico que nos roba un futuro por el que muchos de nuestros abuelos y padres lucharon con ahínco; junto a estos planteamientos es prioritaria una educación diseñada para una sociedad justa y libre, con igualdad de oportunidades para todos; que la educación pública llegue a todos los estratos de la sociedad será el síntoma de una sociedad libre y no manipulable.
Somos prisioneros de algunas organizaciones, que poco o nada tienen de democráticas en su funcionamiento interno, determinados partidos políticos y otras organizaciones, cuentan en sus filas con el mayor censo de “vividores” jamás conocido desde los tiempos del antiguo régimen; se ha creado una pseudo-aristocracia de palurdos con traje, que intentan vivir en los parámetros de aquella que fuera finiquitada por la revolución francesa; la diferencia es que esa caduca nobleza leía a Shakespeare y al menos tocaba un instrumento musical -lo que no les hace más admirables- mientras estos mitifican a Belén Esteban.
La auténtica riqueza de la libertad es que los ciudadanos puedan percibir todo tipo de informaciones, de encuentros y contraste de realidades no adulteradas por campañas de marketing político. Pero lo más importante: no hay libertad si la sociedad no es un conjunto real de mujeres y hombres libres sin un yugo económico que los condene a ser simples consumidores, a sufrir en carnes propias decisiones que se toman a miles de kilómetros de su entorno por despiadados ejecutivos, que cada mañana emergen de las cloacas financieras para recordarnos que el cielo es una ensoñación y el infierno una realidad. Por tanto “a mí no me miréis, que yo tampoco vote a Kodos”.