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Montse Peñalver comparte su colección de 650 muñecas con los vecinos  y turistas de Mirambel Montse Peñalver comparte su colección de 650 muñecas con los vecinos  y turistas de Mirambel
Peñalver posa con las vitrinas donde están las muñecas, seleccionadas en función del tamaño, para que cogieran en ellas

Montse Peñalver comparte su colección de 650 muñecas con los vecinos y turistas de Mirambel

La muestra estará en una de las salas del convento de las Agustinas durante los meses de agosto y septiembre
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Cruz Aguilar
Montse Peñalver se crió en Barcelona, es hija única y de niña     –ahora tiene 67 años– tuvo muñecas, algunas, como a Carlitos, aún las conserva, pero no pudo jugar con ellas todo lo que hubiera deseado puesto que su madre las reservaba “para que no se rompieran”, algo muy habitual en la época. Ahora atesora una completa colección compuesta por 650 piezas procedentes de todos los países del mundo y con las que disfruta al máximo, tanto ella como sus nietos, con quien sí las comparte. Casi 200 de esas muñecas se exponen ahora en el convento de las Agustinas de Mirambel, localidad donde Peñalver reside desde hace años.

La muestra está abierta en el horario de la Oficina de Turismo, situada en el Convento, y que es de 10 a 14 horas y de 16 a 18 horas.

Su afición comenzó de forma casual al ver un fascículo de un coleccionable de muñecas del mundo. Se animó a comprar los diferentes números y ese fue el pistoletazo de salida de una pasión que le ha llevado a recorrer numerosos anticuarios en busca de piezas que colocar en sus estanterías y también a solicitar a amigos y familiares que le compren muñecas cuando viajan a otros países.

Tiene de todas las comunidades autónomas españolas, vestidas por supuesto con el traje regional, así como de diferentes países, desde los más cercanos de la Unión Europea a otros mucho más exóticos, como India, Japón o Kenia. Cuenta a su vez con una nutrida representación de Latinoamérica y precisamente de Guatemala son sus piezas más pequeñas, de apenas 1,5 centímetros y elaboradas con hilos y telas. “Se trata de una familia que va dentro de un saquito y se pone en la cabecera de la cama para que atrape los malos sueños”, especifica. Los más grandes son una pareja vestida con el traje típico de Rumanía que le trajo una vecina de Mirambel cuando regresó a su país de origen para ver a sus familiares.

Por supuesto tampoco faltan en las coloridas vitrinas que ahora se exhiben en el convento de Mirambel las matriuskas de diferente tamaño procedentes de Rusia y que fue un regalo de su marido, Miguel Martín, cuando eran recién casados.
 
Peñalver tiene piezas de diferentes materiales y todas ellas con coloridas vestimentas


En la colección hay muchas muñecas de plástico, pero también de telas diversas, de madera, de papel maché, hierro, cerámica o incluso hechas a partir de elementos procedentes de la naturalezas. Entre ellas conserva una que es muy especial para la coleccionista puesto que la hizo su nieto mayor, David, como trabajo para el colegio utilizando una piña para el cuerpo y una nuez para la cabeza. “Representa una Menina y tiene el pelo de algodón amarillo”, relata la mujer, quien reconoce orgullosa que, en su caso, son sus nietos los que le regalan a ella este tipo de juguetes.
El 85% de sus muñecas proceden de tiendas de antigüedades, las compra y las limpia con esmero, al igual que las vestimentas, para que recuperen todo el esplendor que tuvieron en el pasado, cuando sus anteriores propietarias jugaban con ellas. Si la ropa está en buen estado la lava y la plancha, o incluso la arregla si necesita algún remiendo, pero también tiene muñecas de las que no sólo es la dueña, sino también la modista puesto que se ha ocupado de confeccionar las prendas que ahora lucen.

Algunos de esos trajes llevan un gran trabajo detrás y Montse Peñalver recuerda el que realizó para una muñeca de baturra, que se compone de dos enaguas, la saya y el mantón. A todo ello hay que añadir los accesorios, puesto que también llevan pendientes y calzado.
Entre 650 piezas puede parecer difícil elegir cuál es su preferida pero la coleccionista lo tiene claro: “Carlitos, que es la mía”, comenta haciendo referencia a que es una de las dos que conserva de cuando era niña. La otra es la muñeca con traje blanco que decoró la tarta de su Primera Comunión.

Sin embargo, admite que las más caras, pero también las que más juego le dan son las dos reborn que compró a una artesana de Teruel y que representan a dos bebés de dos y cuatro meses con gran realismo. Para ellos ha confeccionado diversas prendas e incluso ha adquirido otras. “Hay una anticuaria de Alcañiz que cuando le entra ropa de bebé de esas tallas me la guarda y me la regala”, comenta orgullosa la mujer, quien añade que la mayor se llama María y la pequeña, Eva. “Son las únicas que tienen nombre, bueno y Carlitos”, detalla.
 
Las muñecas presentan rasgos y tonos de piel diferentes según el país de origen


Tiene muñecas más convencionales con las que muchas niñas españolas han jugado, como Barriguitas o Nancys, pero siempre ataviadas con trajes típicos de algún lugar de España o el mundo o vestidas de princesas de Disney. Entre sus piezas hay una Mariquita Pérez, el sueño de gran parte de las mujeres españolas que nacieron en los años 40 y 50: “La mía es la pequeña, había otra más grande, pero la tengo con sus trajes, zapatos y todo”, manifiesta con orgullo.

Sin embargo, esta Mariquita Pérez no constituye el elemento más antiguo de los que atesora puesto que tiene una muñeca de los años 30 del pasado siglo que conserva su pelo natural, el vestido, los zapatos e incluso el sombrero. La guarda con especial cariño puesto que es el regalo que le hizo una amiga aficionada como ella a hacer encajes de bolillos cuando dejó Cataluña para trasladarse a vivir a Mirambel.

Todas sus piezas están perfectamente numeradas y catalogadas con fichas en las que incluye una quincena de datos que van desde el tamaño a la procedencia, pasando por la descripción de la indumentaria o si se tratan de un regalo o han sido adquiridas por ella misma.

No se cansa de coleccionar muñecas y sabe que lo hace únicamente para ella, puesto que no tiene hijas ni nietas y ni su nuera, hijos ni nietos han mostrado interés por lo que para ella es una pasión. “Yo la sigo ampliando, cuando no esté, que hagan lo que quieran”, dice.

Reconoce que lleva cierto tiempo estancada puesto que reside en Mirambel desde hace ocho años y no dispone de mucha oferta de anticuarios en la zona donde ampliar la colección, ya que ella no compra por internet, una ventana que sí ha utilizado en ocasiones para buscar la patria de alguna de sus adquisiciones a través de los trajes regionales que llevaban.