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La profunda transformación del siglo XVIII en el perímetro de Teruel propició la demolición de parte del trazado La profunda transformación del siglo XVIII en el perímetro de Teruel propició la demolición de parte del trazado
Flanco Nororiental del casco histórico en las últimas décadas del siglo XIX

La profunda transformación del siglo XVIII en el perímetro de Teruel propició la demolición de parte del trazado

La refortificación de la ciudad durante el siglo XIX
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Por Javier Ibáñez González y Rubén Sáez Abad (ARCATUR)

A partir del siglo XVII, la muralla de Teruel pasó a un segundo plano, aunque se siguieron realizando unas mínimas labores de mantenimiento, supervisadas por el “obrero de muros y valles”. En esa misma centuria se registra la primera demolición de un primer tramo, el antemural del Portal de Guadalaviar (1668), para construir en su emplazamiento el Convento de los Carmelitas Descalzos. Pero, además de ser una acción puntual, el derribo sólo fue parcial.

Durante la Guerra de Sucesión, la muralla volvió a ser objeto de atención; pero no tanto para utilizarla, como para evitar que el enemigo pudiera hacerse fuerte en la plaza, lo que conllevó la demolición de al menos dos lienzos.

Pero fue la profunda transformación urbana realizada en el siglo XVIII en el perímetro de la ciudad, la que propició la demolición de buena parte de su trazado. El “Siglo de las Luces” supuso un cambio de paradigma urbano, pasándose de la “ciudad encastillada”, a la “ciudad abierta”, rodeada de amplias rondas perimetrales; paralelamente, comenzó una etapa de renovación arquitectónica, acompañada de frecuentes derribos y cambios de uso de la vetusta muralla.  El proceso se inició en 1708, con la construcción de una amplia ronda perimetral entre los portales de San Miguel y de Guadalaviar (actual Paseo del Óvalo y rondas de Ambeles y Dámaso Torán), que anteriormente era una estrecha senda.

Ya en el siglo XIX, tras una centuria sin verse envuelta en conflictos militares, la ciudad volvió a ser reiterado escenario bélico. Pero la degradación de las antiguas murallas, la modificación del contorno urbano y los cambios en la tecnología y estrategia militar, obligaron a replantear totalmente el sistema defensivo.

Fortificaciones napoleónicas 

En febrero de 1810, en su avance hacia Valencia, el general francés Suchet ocupó la ciudad, instalando una guarnición al mando del coronel Plicque. Aunque los militares galos ocuparon numerosos edificios, centraron su atención en el Seminario, edificio sólido y bien situado. Esta decisión se adoptó teniendo en cuenta que debían conjurar tanto posibles ataques desde el exterior de la ciudad, como desde su interior.

De forma previa a su fortificación, se demolieron las estructuras circundantes, como las Escuelas Públicas, el Convento de la Trinidad y una parte del Convento de Santa Clara. Paralelamente, se construyeron parapetos aspillerados en el tramo del adarve que unía el Seminario con el Portal de Daroca y en la parte superior de la Cuesta de la Andaquilla. Y se edificó un paso aspillerado entre el Seminario con la Torre de San Martín, con el fin de integrar el campanario mudéjar en el sistema defensivo; para ello también se perforó la parte superior del contrafuerte de sillería que sustenta la torre, y se demolió el coro y el tramo de la cubierta de la Iglesia de San Martín más próximo a la misma.

La refortificación isabelina

El Seminario se fortificó disponiendo distintas barbacanas aspilleradas en el perímetro exterior y en el propio claustro, además de parapetos en las ruinas del Convento de la Trinidad. Todas estas obras, de las que no se conserva ningún resto, dieron forma a una fortaleza con un amplio “patio de armas” y una alta atalaya (la Torre de San Martín).

Los franceses también destinaron a usos militares otros edificios (los conventos de la Merced, San Francisco y Santo Domingo), guarnecieron algunos torreones de la muralla (la Bombardera) y establecieron retenes en puntos del interior (Plaza del Mercado).

Durante la Primera Guerra Carlista, se acometió un ambicioso proyecto de fortificación de la ciudad, del que se conserva un interesante repertorio cartográfico, en el que destaca el Plano del Proyecto de la Fortificación de Teruel, realizado antes de mayo de 1835.

En el Plano del Proyecto, se diferencian cuatro grupos de estructuras: las preexistentes, las realizadas sobre las calzadas, las que se encontraban en construcción y las que estaban en proyecto. Las primeras se corresponden con los muros de contención de las rondas perimetrales, entre el Convento de Carmelitas (actual sede del Gobierno de Aragón) y el antiguo emplazamiento de la Torre del Espolón (acceso al nuevo viaducto), construidos en el siglo XVIII. A éstas hay que agregar el Seminario (que también denomina “Ciudadela o Plaza Fuerte”) y los restos de la antigua muralla, empleada como segunda línea defensiva.

Las obras ya realizadas sobre las calzadas se debieron levantar a raíz del inicio de la guerra; destacaban tres grandes baluartes (Nevera, Ambeles y Reina Gobernadora), con 10-12 troneras para artillería; y la defensa del flanco situado frente al Arrabal, con foso (en el que existía un “puente levadizo”) y media docena de troneras. Estos elementos estaban unidos mediante parapetos, “tabiques de medio pie de espesor con sus aspilleras correspondientes”, como indicaba Madoz en 1848.

La única estructura que parece indicarse en construcción es la monumental “caponera del Seminario al Río” (citada en otros planos como “camino cubierto”), de unos 100 m. de longitud, que debía salvar un desnivel de 40 m. Esta estructura no llegó a completarse, aunque se siguió reflejando en sucesivos planos hasta 1840.

El Proyecto preveía la construcción de nuevos parapetos en el flanco septentrional de la ciudad, entre los portales de Guadalaviar y San Miguel. Algunos tramos, realizados con mampostería y sillares reutilizados, debieron concluirse y han perdurado hasta la actualidad en la parte posterior de las casas de la Calle Andaquilla.

En el Plano también se recogen otras dos medidas importantes: "la calle de San Francisco y parte del Arrabal que presenta el plano, así como algunos otros edificios contiguos a las obras deberán demolerse al menor recelo de ataque"; y “en este caso el convento de Carmelitas de[be] ocuparse y sostenerse hasta el último extremo”.

Posteriormente, en julio de 1835, se proyectó la construcción de un “reducto y cabeza de puente” con planta de media estrella con tres puntas, asociado al “Puente de la Reina Isabel 2ª”, que se había diseñado en mayo de 1835.

Tercera Guerra Carlista

Tras la Primera Guerra Carlista, el Seminario siguió desempeñando funciones militares, compatibilizándose su uso con la presencia de seminaristas hasta 1870. También el Convento de Carmelitas mantuvo una función militar compartida, elaborándose un proyecto para transformar todo el edificio en cuartel.

No obstante, la mayor parte de las restantes estructuras construidas en los años 30 desaparecieron poco después de la finalización del conflicto bélico. Habían sido creadas sin un afán de permanencia en el tiempo, por lo que, una vez conjurado el peligro carlista, se desmontaron todas aquellas que obstaculizaban la vida urbana. En 1869, de los tres grandes baluartes, sólo se conservaba el de la Reina Gobernadora. 

Por ello, la ciudad tuvo que volver a fortificarse al inicio de la Tercera Guerra Carlista. Los periódicos de la época indican que las obras ya estaban concluidas en septiembre de 1873, disponiéndose de algunas fotografías de las mismas, realizadas pocos años después.

Buena parte de las soluciones aplicadas fueron similares a las de la Primera Guerra Carlista, aunque con intervenciones menos ambiciosas. Uno de los conjuntos más interesantes fue el levantado en el flanco Noroccidental. En el Paseador (Plaza Domingo Gascón), se recreció el muro que delimitaba la explanada y se coronó con dos garitones. También se construyó un tercer garitón en la inflexión de la muralla entre la Torre del Rincón y la Torre de la Bombardera; y se levantaron parapetos de fusilería, como el tramo recientemente restaurado en la Ronda. A todos estos elementos hay que añadirles una posición avanzada sobre el apeo del segundo y tercer arco del Acueducto, a la que se accedía por el cauce de la conducción, protegido por sendas tapias aspilleradas. En la zona de giro de la muralla de Miguel Ibáñez se construyó un pequeño baluarte, que defendía el paso al Puente de la Reina. A continuación, otro posible parapeto para fusilería llegaba hasta el propio puente. Por último, en el extremo opuesto del puente se levantó una torre, aparentemente de planta cuadrada, pero girada 45º respecto al eje del vial. El sistema defensivo de este sector se completó con la Torre de la Unión, en la que aún se conservan restos de un parapeto de fusilería de yeso.

Casi en el otro extremo de la ciudad, se construyó un parapeto de fusilería sobre el muro que unía el antiguo Convento de Carmelitas con el antiguo Baluarte de la Reina Gobernadora. También se levantó un portal en el Paseo del Óvalo, en la embocadura de la carretera de San Julián; era adintelado y estaba rematado con un parapeto aspillerado.

Al igual que sucedió con las fortificaciones efectuadas durante la Primera Guerra Carlista, las nuevas estructuras construidas fueron efímeras; apenas tres meses después de la rendición de la última posición carlista, se inició la demolición de las defensas del Óvalo (junio de 1877).

Tras la guerra, se mantuvo el cuartel situado en el antiguo Convento de Carmelitas, que en el siglo XX acabó transformándose en casa-cuartel de la Guardia Civil.

Se puede obtener más información en el reciente libro La muralla de Teruel (2020).