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Julián Casanova, catedrático de Historia de Valdealgorfa: “Los pasados que no se abordan con libertad y conocimiento siempre vuelven” Julián Casanova, catedrático de Historia de Valdealgorfa: “Los pasados que no se abordan con libertad y conocimiento siempre vuelven”
El turolense se encuentra actualmente impartiendo un curso de historia comparada sobre revoluciones y guerras civiles en el siglo XX, en Viena

Julián Casanova, catedrático de Historia de Valdealgorfa: “Los pasados que no se abordan con libertad y conocimiento siempre vuelven”

Crítica publica ‘Una violencia indómita’, la última obra del historiador turolense Julián Casanova
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El catedrático de Historia Contemporánea de Valdealgorfa Julián Casanova es una de las grandes autoridades españolas en la historia de nuestro siglo XX. Ha publicado una veintena de obras, con especial atención hacia el fenómeno anarquista y la guerra civil, ha dirigido 34 tesis doctorales, diferentes proyectos de investigación desde 1987 de forma ininterrumpida, y combina la actividad docente en la Universidad de Zaragoza con la Central European University, institución internacional radicada en Hungría que este año comienza una nueva etapa en Viena obligada por el gobierno ultraderechista de Orbán.

La editorial Crítica acaba de publicar Una violencia indómita, el último tratado del turolense en el que se analiza los procesos violentos que han caracterizado el siglo XX desde una nueva perspectiva más allá de la simplificación y en maniqueísmo. 

-Qué enfoque novedoso aporta ‘Una violencia indómita’?

-Es un libro sobre el siglo XX europeo, en el sentido más amplio, y no solo sobre Europa Occidental. El análisis de la violencia indómita que propongo rompe con la muy aceptada división del siglo XX en dos mitades, de contrastes, una primera muy violenta y una segunda pacífica. Esa división cronológica refleja un enfoque “europeo-occidental”, elaborado sobre todo desde Gran Bretaña y Francia, que resta importancia, o ignora, los diferentes procesos históricos de una amplia región de Europa Central y del Este y de los países mediterráneos.

Además, la historia con mayúscula de los grandes personajes se cruzan en mi libro con historias en minúsculas de la multitud, de hombres y mujeres anónimos. Trato de mostrar que la historia nunca es una calle de una sola dirección. Por eso transito por carreteras secundarias, para ver paisajes, hechos y actores muchas veces olvidados.

- ¿Es una obra de divulgación o dirigida a un público especializado?

-Me gusta el concepto alta divulgación, escribir libros de historia con el rigor y el conocimiento del oficio que se exige a un historiador profesional, pero al mismo tiempo pensar en la difusión para un público amplio, desde estudiantes de Bachillerato a lectores que quieren mirar al pasado para aprender sus lecciones básicas.

-¿Tiene prevista alguna presentación en Teruel o incluso Valdealgorfa?

-Hice una presentación a través de las redes sociales, que han visto ya varias decenas de miles de personas y un diálogo sobre el libro con Almudena Grandes. La presentación con gente, que siempre hacía en varias ciudades y pueblos de Aragón, tendrá que esperar en esta ocasión, por causas relacionadas con la pandemia y porque desde finales de septiembre hasta las Navidades estaré en Viena, investigando y dando clases en la Central European University. Pero ya estamos trabajando en una presentación online desde allí en mi pueblo, Valdealgorfa. 

- La RAE define ‘indómita’ como indomable, difícil de sujetar o reprimir… ¿por qué escoge precisamente ese adjetivo para el título de su libro?

-Porque es una violencia no solo indomable, sino que cuando se expande traspasa fronteras, ideologías, naciones o religiones. Es un adjetivo que define perfectamente lo que el lector encuentra en el libro.

-¿Es peor la violencia que se ejerce lejos del campo de batalla, en retaguardia, que la propia violencia del frente? 

-La violencia propagada en las colonias por los grandes imperios -el británico, el francés, el alemán o el belga- rompió con la separación tradicional entre el campo de batalla y la retaguardia. Esa línea fronteriza entre combatientes y no combatientes desapareció y mujeres y niños fueron también asesinados en guerras planificadas con políticas racistas y de exterminio. El primer bombardeo aéreo contra un enemigo se registró en 1911, durante la invasión italiana de Libia, y los primeros campos de concentración europeos fueron abiertos en Cuba por los españoles, en Sudáfrica por los británicos y en África del Sudoeste (Namibia) por los alemanes, presagiando la inmensa violencia y destrucción de la primera mitad del siglo XX. Todo ese se plasmó de forma mucho más amplia y en manifestaciones de violencia ya sin límites en las dos guerras mundiales o en las guerras civiles de Finlandia e Irlanda (desde 1918 a 1923) y en la guerra civil española. El genocidio de los judíos o las limpiezas étnicas y los campos de trabajo del estalinismo en la Unión Soviética son la culminación de todo ese proceso.

-¿La violencia que usted analiza es propia del siglo XX? ¿Lo caracteriza con respecto a otras centurias?

-La industrialización y la modernización del poder militar introdujeron armas de destrucción masiva que no estaban presentes todavía en las guerras decimonónicas, por tierra, mar y aire. Y en esa lógica de la violencia suelen destacar como hilos conductores las ideologías de la raza y de la nación, los momentos de crisis generados por las guerras y las revoluciones y los proyectos de utopías totalizadoras. En el capítulo quinto, titulado Violencia sin fronteras, hago un recorrido transversal por diferentes casos extremos, principalmente la limpieza étnica, el genocidio y la violencia sexual. Los verdugos, asesinos y violadores crearon sus propios rituales de violencia, practicados de forma individual o en grupo, vistos por muchos más, víctimas, testigos y aprendices de criminales.

-¿A qué responde lo que usted denomina “la lógica de la violencia”? ¿Qué nos hace ser violentos?

-El nuevo imperialismo de las principales potencias europeas contagió desde finales del siglo XIX a amplios sectores de sus sociedades con racismo, militarismo y etnonacionalismo. Los conflictos de clase, agudizados por el triunfo de la revolución bolchevique en octubre de 1917 en Rusia, allanaron la otra gran forma de violencia, la revolucionaria, desde abajo. Y el culto al militarismo, la subordinación del poder civil al militar, muy clara en las grandes dictaduras que comenzaron a surgir desde mediados de los años veinte, es el tercer componente básico. Conforme avanzó el siglo XX, el número de víctimas civiles en las guerras respecto a las militares no dejó de aumentar, constituyendo la mayoría de los asesinados, mutilados y violados.

-¿El siglo XXI será un siglo violento?

Los veinte primeros años de este siglo han sido mucho menos violentos que las dos primeras décadas del siglo XX. En 1920 la violencia colonial, las dos guerras en los Balcanes, la Primera Guerra Mundial, que se llevó a la tumba no menos de 9 millones de personas, el paramilitarismo y las dos revoluciones en Rusia de 1917 habían elevado el número de muertos por la violencia a cotas sin precedentes en la historia. Nada de eso ha pasado todavía en este siglo, pese a los miles de muertos ocasionados por el terrorismo o las guerras civiles en países como Siria. Y no ha habido todavía una guerra entre grandes Estados. ¿Será violento? Hay mecanismos importantes para que la violencia se limite -sobre todo el control de la violencia que ejercen los Estados y la mayor fortaleza de la sociedad civil-, pero hay países -México, Colombia o Estados Unidos, si cruzamos el Atlántico- con miles de muertos porque las armas las tienen muchas personas al margen del Estado y de los poderes legitimados democráticamente para controlarlas. 

-Habitualmente los totalitarismos o los estados de violencia se asocian a líderes concretos, a grupos, facciones o partidos políticos. Pero cuesta creer que se desarrollen sin el apoyo de capas muy amplias de la sociedad. En su opinión, ¿hasta qué punto la violencia es responsabilidad de personas, con nombres y apellidos, y no de sociedades enteras?

-En el siglo XX la violencia individual del atentado contra reyes y tiranos dio paso de forma definitiva a la de masas, a la eliminación de grupos definidos por la clase, la raza, la religión o la nación. Detrás de esas ideologías y proyectos había individuos que tomaban decisiones concretas y estratégicas, cuyo protagonismo no puede ser ignorado. De ahí la relevancia que concedo a los actores políticos, principales y secundarios, casi siempre masculinos, a los Estados, a miembros de los movimientos paramilitares y terroristas, de la violencia revolucionaria y contrarrevolucionaria, de guerras y posguerras. Pero también a las mujeres y a los niños, que sufrieron más que nadie la arbitrariedad e inseguridad de las ocupaciones, deportaciones, el hambre y las epidemias. Y todas esas formas de violencia necesitaron amplios apoyos sociales, colaboracionistas, delatores, informantes, testigos que callaban, desde el nazismo al estalinismo, pasando por el franquismo o el dominio soviético en la Europa central y del este. 

-¿Cree que la Historia suele juzgar con acierto a los responsables de procesos violentos, pasado el tiempo? 

-Eso de que solo la historia me juzgará, repetido por dictadores o gente que se considera superior, es una frase sin sentido histórico. Los historiadores no colocamos a los personajes históricos en una sala de juicio para dictaminar penas, sino que tratamos de explicar cómo, cuándo, dónde y por qué ocurrieron los hechos e identificar a sus principales actores. Es evidente que entre suicidarse, como hizo Hitler, o pasar por un tribunal internacional de derechos humanos, como sucedió con Milosevic, hay una gran diferencia. Pero eso no lo decidimos los historiadores. 

-¿Puede existir el concepto de ‘guerra justa’? 

-Los procesos de legitimación de la violencia tienen, de nuevo, razones históricas y pueden producirse a través de leyes, con la fuerza de las armas, con la ayuda de determinadas ideologías o religiones o con todos esos factores al mismo tiempo. Lo que es moralmente justo en un momento, lo deja de ser después, sobre todo cuando nos referimos a regímenes asesinos como la Alemania nazi que se expandieron y fueron derrotados en una guerra total, sin fronteras geográficas ni de población. La ocupación, por ejemplo, es un hecho histórico que suele provocar rechazo en los países y poblaciones que la sufren, pero también grandes dosis de colaboración, un concepto desarrollado a partir de 1944 para identificar a la conexión entre el mariscal Pétain y las tropas alemanas.

-¿Hablar de violencia es hablar de política? ¿Es inevitable confrontar nazismo con totalitarismo soviético, o represión franquista con terrorismo anarquista, por citar dos ejemplos?

-El análisis comparado, de similitudes y diferencias, es un método muy utilizado por la historiografía y las ciencias sociales. A partir de él, ampliamos el foco, utilizamos el telescopio y enriquecemos nuestras perspectivas. Eso permite comparar, lo que significa, insisto, identificar las similitudes y diferencias, como han hecho varios historiadores -Bullock, Overy o Naimark- los procesos de conquista y consolidación del poder del nacismo y del estalinismo. Otra cosa es el uso político de la historia, para adaptarla a nuestras propias opiniones e ideologías y mostrar de paso quién era más asesino, o la equiparación moral, que significa, como ya he aclarado, hacer de justiciero en la historia.  

-Esta primavera abrió un canal en Youtube con videoconferencias sobre historia . ¿Tomó esa decisión motivado por el confinamiento?

-El origen primordial de esas cinco conferencias que di en las redes sociales y de la apertura de ese canal fue ayudar a los estudiantes de Segundo de Bachillerato que iban a presentarse a los exámenes de acceso a la Universidad y no habían podido estudiar en las aulas el siglo XX. Pero también difundir la historia en un momento de confinamiento. La última que impartí antes del verano, sobre la Segunda República, ha sido vista ya por 150.000 personas. La era digital está cambiando la forma de enseñar la historia y eso necesita una profunda reflexión entre los historiadores y profesores. 

-¿Mantendrá el canal?

-Sí, como mantengo mi cuenta de twitter y las dos páginas de Facebook, la personal y la oficial. Soy por encima de todo profesor e investigador universitario, que da clases en la Universidad de Zaragoza y en algunas de las mejores universidades internacionales, que dirijo tesis doctorales y proyectos de investigación, pero creo también en esa alta divulgación con la que hemos iniciado la entrevista y en la difusión de la historia a través de los medios de comunicación -algo que vengo haciendo desde hace décadas- y de las nuevas redes sociales. 

-Ni siquiera algo tan terrible como esta pandemia produce una destrucción física y moral parecida a la que provocan los conflictos armados y la violencia. ¿La relativa paz en Occidente y en España ha tenido cierto efecto sedante en la sociedad? ¿Soportamos mal algunos sacrificios que a nuestros abuelos les parecerían casi triviales?

-Desde que las sociedades son democráticas, y no funcionan solo a través de la coerción y el mando sin control, debe haber un equilibrio o combinación entre la responsabilidad individual y la obediencia a las leyes y a los poderes establecidos. Pero ese principio democrático provoca también tensiones y las sociedades de consumo y ocio soportan peor, sí, lo que usted llama sacrificios. Pero en general el comportamiento de la mayoría de las sociedades civiles ha sido bueno. Y ha habido también políticos responsables, científicos que han introducido conocimientos. No todo son incertidumbres ni situaciones caóticas. Lo más preocupante, al margen de las terribles consecuencias en costes humanos, sociales y económicos, es la gente que difunde información contra las certezas científicas y el conocimiento. Y cuando eso está estimulado y orientado por dirigentes de algunos de los principales países del mundo -desde Estados Unidos a Brasil- entramos en el territorio de la inestabilidad y la quiebra de algunos valores básicos de la democracia. 

-Hablemos de la futura Ley de Memoria Democrática. La oposición asegura que es revanchista, que solo honra a las víctimas de un bando, que rompe el espíritu de concordia de la Transición, que quiere revisar la historia para afianzar una visión única por motivos ideológicos, y, en el mejor de los casos, que no debería ser una prioridad del Gobierno en estos momentos de crisis...

-Los recuerdos y conmemoraciones de pasados difíciles y violentos plantean enormes desafíos a los historiadores que intentamos diferenciar entre historia y memoria, entre conocimiento documentado y subjetividad. Al contrario que las luchas heroicas, los triunfos militares o las celebraciones de la grandeza nacional, los pasados traumáticos o infames no se prestan a relatos fáciles. Las memorias se cruzan y no resulta fácil confrontar los crímenes del pasado.

El conocimiento de la historia, la retribución a las víctimas olvidadas durante mucho tiempo y, sobre todo, la búsqueda de los restos de aquellas personas asesinadas sin registrar durante la guerra civil y la posguerra, arrojadas a las cunetas y que sus familias no han podido todavía encontrar, no va a romper “la concordia o el espíritu de la transición”. En los años ochenta no era el momento; en los noventa, con Aznar, todavía menos; cuando Rodríguez Zapatero lo intentó por primera vez -más de treinta años después de la muerte de Franco- tampoco pudo aplicarse la ley; y Rajoy dijo aquello de “0 euros para la memoria histórica”. Los pasados que no se abordan con libertad y conocimiento siempre vuelven, aquí, en Rusia, en Hungría o en Estados Unidos.

-¿Confía en que esta Ley zanje de una vez por todas la cuestión?

-Primero habrá que aprobar la Ley y poner los instrumentos para desarrollarla. Hemos escrito tanto sobre toda esa historia, lo que conviene hacer desde los poderes públicos, comparándolo con otros países… Pero si la opinión y los usos políticos dominan al conocimiento y a la educación las leyes sirven de poco.