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Guadalupe Arbona Abascal: “José Jiménez Lozano fue generoso y magnánimo, escribiendo y conversando” Guadalupe Arbona Abascal: “José Jiménez Lozano fue generoso y magnánimo, escribiendo y conversando”
José Jiménez Lozano, el escritor que protagoniza el último número de la revista Turia, durante una de sus habituales conversaciones con Guadalupe Arbona

Guadalupe Arbona Abascal: “José Jiménez Lozano fue generoso y magnánimo, escribiendo y conversando”

La profesora de la UCM coordina el dossier sobre el escritor abulense que publica la revista Turia
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Guadalupe Arbona Abascal (Madrid, 1965) es doctora de Literatura Española por la Universidad Complutense de Madrid, en cuya Facultad de Ciencias de la Información trabaja, especialista en Literatura Española del siglo XX y XXI, crítica literaria, directora de la Colección Literatura de Ediciones Encuentro desde hace treinta años y una de las mayores expertas en la obra de José Jiménez Lozano, además de amiga personal del escritor hasta su fallecimiento en 2020. Arbona es una de las coordinadoras del dossier especial que publica el último número de la revista Turia sobre el autor abulense, premio Cervantes 2002 y prolijo autor de novelas, cuentos, ensayos, poesías y artículos periodísticos en diferentes medios, especialmente El Norte de Castilla.

-Usted ha sido la encargada de coordinar, junto a Enrique Andrés Ruiz, el dossier sobre el escritor y periodista José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930-Valladolid, 2020) que publica Turia en su último número. El abulense está muy presente en su propia obra, a través de libros, artículos o tesis que ha dirigido. ¿De dónde nace esa querencia, esa pasión que siente por Jiménez Lozano?

-Sí, podría definirse como una pasión, aunque tengo que reconocer que soy una lectora tardía de Jiménez Lozano. El inicio de nuestra amistad fue curioso, porque al recibir el Cervantes en 2002 citó a Flannery O'Connor , un autora del sur de los Estados Unidos que también una pasión para mí. O'Connor no era muy conocida en España y yo estaba trabajando sobre ella. Su mención me interesó mucho y me acerque a su obra, porque creo que era un autor un poco a la sombra de Delibes, con esa imagen de escritor castellano, de pueblo, en el mal sentido del término. Me acerqué primero a sus cuentos, El santo de mayo , o una antología titulada Objetos perdidos, y supuso una fulguración para mí, porque muchos de ellos me removieron muchísimo. Decidí conocerle a través de un amigo y el 28 de abril de 2005 me acogió en su casa, sin conocerme, y pasamos cuatro horas hablando de O'Connor . Al volver a Madrid le escribí porque entonces preparaba una edición sobre la escritora norteamericana, y le pregunté si le parecía bien que convirtiera nuestra conversación en un prólogo a esa obra, y así empezamos a trabajar juntos.

-Llama la atención lo vastísimo de la obra de este autor, en campos como el ensayo, la poesía, la novela o el cuento, por no citar su obra periodística...

-Ciertamente lo es. En ocasiones, cuando nos escribíamos correos electrónicos, tenía cierto temor a que me mandara una nueva obra suya porque prácticamente no daba abasto leyéndolas. Y en ocasiones me surgían dudas sobre sus textos y le preguntaba sobre tal proceso de la Inquisición, sobre un pueblo de Castilla o sobre un viaje que había hecho, y él me devolvía correos electrónicos de tres o cuatro páginas. Era prolijo, generoso y magnánimo tanto escribiendo como conversando. Porque era un excelente conversador que se crecía en el diálogo, y tenía una cualidad enorme; la de pensar mientras charlaba.

Portada de la Revista

-¿Diría que Jiménez Lozano fue un periodista que además escribía, o un escritor que se ganaba la vida con el periodismo?

-Creo que lo segundo. Pero estoy convencida de que quien ama la palabra, la ama para imaginar historias que no han existido, para encarnarlas y ubicarlas en universos fantásticos, pero también ama la realidad y sabe interpretar los hechos que tiene delante. Él no pensaría lo mismo que yo, porque decía que había que distinguir muy claramente entre el periodismo, con esa lealtad a los datos que él profesaba y cuya ausencia le hacía enfadar, y la labor literaria de ficción que tiene una consistencia diferente. Al contrario, yo siempre he pensado que el amor a la palabra une esos dos oficios, el de escritor y el de periodista.

-La obra de Jiménez Lozano es extensa y además tremendamente diversa. ¿Qué vertientes, qué ejes destacaría de toda ella, que nos permitan ponerla en común?

-Tuvo muchas facetas. La primera de ellas la forman los cientos de artículos periodísticos publicados en El Norte de Castilla y en otros medios de comunicación. Se han estudiado muchos, pero todavía hay muchísima obra periodística durmiendo en las hemerotecas esperando a que alguien las recupere. Ahí se fraguó buena parte de su pensamiento, de la concepción de libertad que fue uno de sus grandes centros creativos. Entendía la libertad como algo a lo que no se puede renunciar, tanto para leer lo que verdaderamente nos hace humanos como para estar delante de las cosas sabiendo distinguir lo que nos hace daño de lo que nos construye. En ese sentido era irreductible.

Sin embargo en un momento dado se dio cuenta de que lo que decía con el ensayo no llegaba tanto como la obra literaria, así que empezó a recurrir a la narración. Se estrenó con Historia de un otoño (1971), su primera novela que fue segunda en el Premio Nadal. Es una novela histórica que situó en la Francia de finales del Absolutismo, qué es en realidad una parábola y una crítica feroz a la España de momento. Aunque él decía que ese libro no se entendió en España, y de hecho he consultado el archivo de la censura de Alcalá y los informes indican que los censores no percibieron el auténtico alcance crítico que tenía. A partir de ahí tuvo un periodo de novelas de denuncia social, El sambenito (1972), sobre el último proceso de la Inquisición, o La salamandra (1973), sobre un superviviente de la guerra civil que en la ancianidad revisa toda su vida, y que en mi opinión es uno de sus mejores textos.

Otro aspecto muy rico de Jiménez Lozano es el de las fábulas, esas historias de planos imaginarios, como El maestro Huidobro (1999), Un pintor de Alejandría  (2010) o incluso Retorno de un cruzado (2013), con historias que suceden en lugares y tiempos imposibles, y que se mueven entre personajes que no podrían estar juntos, pero que él dibuja con geografías maravillosas. Incluso podríamos incluir aquí Memorias de un escribidor (2018), que atribuye a Huidobro pero que en realidad son sus memorias.

Por último hay otra vertiente importante y menos valorada, en mi opinión, que es la de sus relatos de recreaciones bíblicas, escritos de forma muy original. Sara de Ur (1989), El viaje de Jonás (2002), que también es una parábola sobre la escritura, o Abram y su gente (2014), donde imagina la barbería de una ciudad imaginaria, quizá en Alemania, donde se reúnen cristianos, judíos y musulmanes para contarse relatos bíblicos, cada uno con su propia interpretación. Esa también es una faceta muy luminosa de Jiménez Lozano, que nace de sus lecturas bíblicas infantiles y que llevara siempre en la memoria.

LeyendaImagen de la presentación de la revista Turia que tuvo lugar ayer, en Valladolid

-Jiménez Lozano recibió importantes galardones y reconocimientos en vida, como el Cervantes, el de las Letras de Castilla y León, el de las Letras Españolas, el Luca de Tena, el Miguel Delibes... pero da la impresión de que no gozó del reconocimiento y la popularidad entre los lectores de otros autores de su generación...

-Puede ser. A finales de los 80 comenzó a recibir premios muy importantes, y creo que es porque tenía muchos lectores secretos. Jiménez Lozano no era un escritor de alharacas, exigía cierto silencio reflexivo. No se lee con voracidad y rapidez, como quien se come una hamburguesa a toda prisa porque tiene que pasar a otra cosa. En ese sentido creo que esos lectores secretos, a través de los jurados de los premios, comenzaron a apostar por él y a valorar su obra. Otro fenómeno que se está produciendo a partir de su muerte, pocos días del confinamiento, es que a partir de ella hay un resurgir de esos lectores ocultos, que ahora se atreven a salir a la luz, y de nuevos investigadores jóvenes, que están retomando su obra.

-¿Este dossier sobre José Jiménez Lozano es su primera colaboración con la revista Turia?

-Así es, aunque ya conocía la revista, desde luego. Y tengo que decir que todo han sido facilidades y que es un lujo este dossier de 250 páginas, que es una obra en sí misma de valor incalculable. Una de las cosas más meritorias de Turia es que combina dos vertientes, de la una revista de actualidad en la que puedes consultar los últimos comentarios sobre obras nuevas, escritos por grandes críticos y autores jóvenes, con esos grandes dossieres de autores prestigiosos que se quedan en los anales de la historia, como legado para nuestros descendientes.

Letras castellanoleonesas

El Instituto de Estudios Turolenses (IET) presentó ayer el último número de la revista cultural Turia en Valladolid. El director de la revista, Raúl Carlos Maícas, fue el encargado de mostrar al público vallisoletano el homenaje que la publicación rinde al escritor castellano José Jiménez Lozano, Premio Cervantes 2002, cuando se cumple poco más de un año de su fallecimiento.

El número 139 de la revista cultural turolense también incluye textos de los mejores autores castellanoleoneses y/o radicados en Castilla y León de distintas generaciones, por lo que su presentación al público vallisoletano en la Biblioteca de Castilla y León ha generado gran interés. Maícas explicó que desde la dirección de la revista creen en “el papel de la cultura, creemos en vuestra capacidad como autores de obras que merecen la pena y nos sentimos sinceramente orgullosos de rendir tributo a uno de los vuestros que es también uno de los nuestros”. “Este número de Turia rebosa nombres propios castellano-leoneses pero también rebosa universalidad, cosmopolitismo, pluralidad, libertad”, precisó.

José Jiménez Lozano es el protagonista de la última entrega de esta clásica publicación en un acto que, además, ha contado con un conversatorio entre el escritor Enrique Andrés Ruiz y la profesora de la Universidad Complutense Guadalupe Arbona, grandes especialistas en Jiménez Lozano y coordinadores del monográfico de la revista editada por el IET, entidad que depende de la Diputación Provincial de Teruel. En la presentación participó también José Ramón González, el director general de Políticas Culturales de la Junta de Castilla y León, institución colaboradora con la edición del ejemplar.

José Jiménez Lozano fue un escritor esencial y con personalidad propia en el panorama de las letras españolas de las últimas décadas. Fue un Premio Cervantes sin carnet, un escritor ético con inequívocas y arraigadas convicciones, que siempre buscó la libertad y que mantuvo que la literatura es levantar la vida con palabras, tal y como ha descrito Raúl Carlos Maícas en la presentación, en la que también ha reiterando su compromiso con la tarea de análisis y divulgación de la obra de José Jiménez Lozano, “de un autor que representa como pocos en las letras españolas del siglo XX el nervio ético y la sabiduría y belleza de una mirada libre sobre el mundo”, dijo.

 

 

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