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El nuevo número de Turia publica un texto inédito de Joaquín Carbonell sobre Labordeta El nuevo número de Turia publica un texto inédito de Joaquín Carbonell sobre Labordeta

El nuevo número de Turia publica un texto inédito de Joaquín Carbonell sobre Labordeta

La revista recibió el original poco antes de que el cantautor turolense recientemente fallecido ingresara en la UCI
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La revista cultural Turia publica en su nuevo número, que se distribuye este próximo mes de noviembre en España y otros países, un sumario con interesantes textos inéditos elaborados por conocidos escritores y otros protagonistas de la actualidad cultural. Entre ellos, Turia publica un sugerente y emotivo artículo que había encargado al cantautor Joaquín Carbonell sobre Labordeta y en el que realiza una personal aproximación a la trayectoria musical del autor del “Canto a la libertad”. 

Se trata de un texto original que Carbonell envió a Turia poco antes de su ingreso en la UCI del Hospital Clínico y con el que la revista quería rendir homenaje a José Antonio Labordeta cuando este año se cumple el décimo aniversario de su muerte. La iniciativa fue muy bien acogida por el también cantante y escritor pero, desgraciadamente, el coronavirus acabó con la vida de Carbonell y ese texto que escribió sobre su gran amigo y maestro tendrá carácter póstumo.

Labordeta, la voz del pueblo

Bajo el título de “Labordeta: la voz de un pueblo”, Joaquín Carbonell describe y analiza la trayectoria de José Antonio Labordeta en el mundo de la música. De sus inicios nos recuerda cómo, en septiembre de 1968 y ejerciendo como profesor de historia en el Instituto Ibáñez Martín de Teruel, a Labordeta le llegó la oportunidad de grabar su primer disco. Tenía cuatro canciones: “Réquiem por un pequeño burgués”. “Los leñeros”, “Los masoveros” y “Las arcillas”, “la más natural e interesante de las cuatro”, según Carbonell.

En el artículo se nos recuerda cómo las canciones de Labordeta eran “el fruto de un esfuerzo que nacía de la observación y los viajes por ese Teruel interior y profundo, ese Teruel desolado”. Fue José Sanchís Siniesterra quien le sugirió escribir sus propias canciones y pronto Labordeta descubrió que “componer consistía en traer a la guitarra exactamente lo que sucedía a nuestro alrededor, acompasado con el dibujo de los paisajes y los sonidos de la gente. Si es eso, no es difícil, se dijo el aprendiz de vate, el aspirante a emular aquellos grandes versos llegados de Francia en la voz de Paco Ibáñez, o el lirismo de ese chico catalán que en su propia lengua relata la muerte de su abuelo, es decir, Serrat”. 

Si Labordeta encontró pronto “no sólo un camino, sino una voz”, Carbonell confirma que la verdadera consagración aragonesa y española le llegó con su primer LP: “Cantar i callar”. Era el suyo un lenguaje sencillo, directo y eficaz y en ese disco encontraremos ya canciones que dieron a su compositor un perfil más universal porque sus letras aparentemente locales trascendían fronteras y comportamientos: “el emigrante aragonés que escogía Badalona o Valencia como destino a su desesperación, era el mismo que el gallego, el andaluz o el extremeño. Las mismas gentes con distintos idiomas, con ropajes distintos, a los que movía exactamente la misma incertidumbre, el mismo miedo”.

Subraya Carbonell “inagotable capacidad para retratar paisajes y paisanajes” que poseía Labordeta y cómo, entre 1974 y 1979, grabaría un disco por año. Fueron tiempos en los que los cantautores vivieron un momento dulce: “Entre esos discos se encuentran joyas como ‘Rosa, rosae’, ‘Quién te cerrará los ojos’ o ‘Albada’, esta última, todo un símbolo de la esencia aragonesa, de la forma de ser, que nadie como Labordeta ha sabido describir. En estos versos se condensa toda una filosofía que retrata esa amargura, que consiste en saber que un día u otro tendrás que tomar el camino del exilio. Son los sinos indiscutibles de algunos pueblos: emigrar”.

También se nos dirá en el artículo que Labordeta descubrió desde sus comienzos que existen tres fórmulas irresistibles que lograban poner al público de pie. La primera, que el espectador disfruta con las canciones de amor a la tierra. También que, como ocurre con su célebre “Canto a la libertad”, el público se entusiasma con aquellos temas que animan a levantar el ánimo, “a seguir en la lucha contra la dictadura o… contra los infortunios de un sistema que por esencia se olvida de los más débiles”. Y, sobre todo, Labordeta comprobaría cada vez que se subió a un escenario que a la audiencia, tanto en Aragón como fuera de él, le gustaba su interpretación somarda, irónica, burlona de la realidad”.  

Cuenta Carbonell que si los años 70 fueron los años de mayor repercusión social de los cantautores, la década de los 80 produjo un cambio radical de costumbres, usos y culturas y se consagra un predominio del divertimento. Se colocaría entones a los cantautores el cartel de pasados de moda y cargantes. Esa coyuntura ocasionó que muchos profesionales colgaran la guitarra sin remedio. Labordeta también soportó de mala manera el vendaval e intentó reinventarse con la actividad periodística, con colaboraciones en radio y televisión. Llegó incluso a instalarse en Madrid y jugársela a todo y nada: El modelo más celebrado en esa época fue Joaquín Sabina, “un hombre que intuyó lo que llegaba y creó una canción centrada en el amor personal, antes que en los asuntos sociales. El propio Labordeta lo confesó sin remilgos: “He pasado de atender los temas de los demás a fijarme más a fondo en mí mismo”.

Pero Labordeta no era Sabina y el intento de emular su fórmula de éxito no funcionó y las ventas de sus discos no remontaban el vuelo. Así, por ejemplo, en 1989 invierte su dinero en producir “Trilce” pero el disco pasa desapercibido en España. Al año siguiente tomaría la decisión de despedirse oficialmente: “Él mismo me llamó para comunicarme la noticia: ‘Joaquín, que me despido, Me voy de este tinglado donde no estoy a gusto. Daré un concierto en la plaza del Pilar y si puedes me acompañas’. Así se hizo ante una multitud que se acercó a agradecer a “su cantante” los años de dicha y melodías que les había regalado durante toda su juventud”, recuerda Carbonell en Turia. 

Sin embargo, afortunadamente Labordeta siguió el consejo de Paco Ibáñez y volvió a sus orígenes. A tomar la guitarra y a regresar a los pequeños pueblos en solitario, sin músicos. Cree Carbonell que esa decisión fue eficaz y terapéutica: “Labordeta se reconcilió consigo mismo y con el público que siempre le acompañó. Volvió a cantar sin esfuerzo, sin compromiso, sin la responsabilidad de mantener ese tinglado que se le había ido de las manos. Por placer”

Concluye Carbonell su artículo afirmando que Labordeta gozó durante sus últimos años de una etapa inolvidable “al aceptar mi propuesta para formar una caravana modesta con la que ofrecer el repertorio de los tres cantautores: La Bullonera, Carbonell y Labordeta. Volver a los orígenes, a aquellos conciertos multitudinarios donde reinaba el buen humor y el afecto que desprendía el público era palpable. Grabamos un disco en directo en octubre de 2006, en la sala Multiusos, Cantautores en directo, que contenía también un DVD, como un regalo a las generaciones más jóvenes que nunca presenciaron ese tipo de actos, esos recitales que recordaban a menudo sus padres. Recorrimos numerosos pueblos y ciudades de Aragón y algunas de España. Volvimos a pergeñar otro disco de nueva composición, con el título sugerido por él Vaya tres, que se ganó un subtítulo desenfadado y sonoro como Los tres terrores, a imitación de los tenores famosos. Fue, esta, probablemente, la etapa más confortable y divertida de su amplia carrera”. Sin duda, Labordeta disfrutó de sus compañeros y de la gente, lo pasó muy bien y, al menos, pudo despedirse con alegría.