El Museo Provincial de Teruel muestra al público el laboratorio donde se restauran sus piezas
La provincia se une a la celebración del Día Internacional de los MuseosVarios de los museos de la provincia de Teruel se han unido durante este fin de semana al Día Internacional de los Museos con diferentes actividades de promoción y jornadas de puertas abiertas. Bajo el título Los museos como ejes culturales: el futuro de las tradiciones, a la convocatoria internacional de este año se han sumado centros como el Museo Provincial de Teruel, el Museo Juan Cabré de Calaceite, el Museo Aragonés de Paleontología de Dinópolis, la Fundación Santa María de Albarracín, el Centro Buñuel de Calanda, el Museo del Jamón de Teruel o el Museo Salvador Victoria de Rubielos de Mora.
El Museo Provincial de Teruel celebró una jornada de puertas abiertas en el Laboratorio de Restauración del ente museístico provincial.
En la zona de vitrinas del Museo de Teruel a la que tienen acceso los visitantes en realidad solo pueden verse una mínima cantidad de las 30.000 piezas se guarda en su almacén, contando solo las catalogadas e inventariadas. Y todas tienen que pasar por las manos de los restauradores, tanto para ser expuestas como para ser investigadas por los historiadores. “No voy a decir que el laboratorio de restauración sea el auténtico museo”, explicab Piluca Punter, restauradora del Provincial de Teruel, “pero en cierto modo así es. Por eso es importante este tipo de visitas, para que el público pueda saber cómo funcionan las partes del Museo que no se ven”, y que sin embargo son indispensables.
Como pudieron ver ayer una decena de visitantes, el laboratorio de un restaurador no tiene nada que ver con el estudio bohemio de un pintor. “No somos artistas sino técnicos”, y trabajan con herramientas mecánicas, con escayolas y con productos químicos.
Sin embargo esto no siempre ha sido así, como explicó ayer Punter. Hasta bien entrado en siglo XX el restaurador se confundía con el artista porque “solo restauraba obras de arte, como esculturas o pinturas, con el objetivo de dejarlas perfectas, como recién hechas, aunque no transmitieran el mismo mensaje que cuando fueron concebidas. Si una escultura tenía un brazo roto había que repararlo, porque se valoraba sobre todo lo estético y la obra de arte como tal perdía su valor si no estaba completa”.
Esto ha cambiado con la aparición del concepto de Bien Cultural, “un hito realmente importante”, según Punter. “Ahora no solo restauramos obras de arte, sino también objetos cotidianos, como puntas de flecha, botones o vasijas, que no ha hecho un artista si no un artesano, pero que nos dan valiosa información del ser humano en sus diferentes etapas históricas”.
Todos los Bienes Culturales, ya sean obras de arte u objetos cotidianos, se restauran de forma que la actuación sea reversible e identificable, de modo que el visitante de un museo pueda ver qué aspecto tenía la pieza en su época, pero el historiador sepa perfectamente qué fragmentos de la pieza son originales y cuáles restaurados “para poder construir su discurso histórico sin llamar a engaño”.
Para explicar las fases del proceso de restauración a grosso modo, Pilar Punter preparó algunas piezas del Museo de Teruel representativas para comprender algunos de los procesos. En primer lugar unos fragmentos de vidrio encontrados hace años en unas catas en la plaza de la Judería de Teruel. “Los vidrios, como los materiales cerámicos aparecen habitualmente mezclados. En primer lugar hay que agrupar los fragmentos para saber de cuántas piezas diferentes estamos hablando”.
Cuando ya tenemos los puzzles hay que seleccionar uno y montarlo. Para ello mostró unas piezas medievales del Castillo de Peracense en esa fase. Ese montaje reintegra en la medida de lo posible la pieza y permite conocer la forma del objeto y deducir su uso.
Otra de las piezas que se mostraron ayer era una gran vasija del yacimiento de Olla Quemada de Mora de Rubielos de la Edad del Bronce. Entre las piezas originales pegadas se ven muchos fragmentos blancos, de un material parecido a la escayola, que rellena los huecos entre ellas. Como explica Punter, en muchos casos la unión de los fragmentos originales no garantiza su integridad, o que la pieza pueda soportar la manipulación o el transporte de un investigados, por lo que se rellena de fragmentos nuevos.
Y en una última fase, visible en otra vasija más pequeña, se realiza un tratamiento cromático a esas piezas blancas restauradas. Se pintan de tal forma que a cierta distancia permiten hacerse una idea fiel de cómo era la pieza cuando fue fabricada, “pero si te acercas se ve perfectamente que está pintado con pequeños puntitos muy diferentes al resto de la pieza”, de modo que el historiador no puede confundirlas.