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Diego Redolar, neurocientífico y decano de Psicología de la Universidad Oberta de Catalunya: “La realidad no es como es, sino como nuestros sentidos la captan y nuestro cerebro nos la cuenta” Diego Redolar, neurocientífico y decano de Psicología de la Universidad Oberta de Catalunya: “La realidad no es como es, sino como nuestros sentidos la captan y nuestro cerebro nos la cuenta”
Diego Redolar, en las instalaciones de Galáctica, en Arcos de las Salinas

Diego Redolar, neurocientífico y decano de Psicología de la Universidad Oberta de Catalunya: “La realidad no es como es, sino como nuestros sentidos la captan y nuestro cerebro nos la cuenta”

El turolense explica cómo podemos ayudar a nuestra mente a funcionar mejor en el ensayo divulgativo ‘La mujer ciega que podía ver con la lengua’
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Diego Redolar es un neurocientífico turolense afincado en Sant Cugat (Barcelona). Es profesor de neurociencia y decano del grado de Psicología en la Universidad Oberta de Catalunya, y autor de La mujer ciega que podía ver con la lengua (Grijalbo, 2024). En su segunda obra divulgativa -tras El cerebro cambiante (2009, UOC)^- explica, entre otras muchas cosas, que no es tan extraño que alguien pueda mirar con la lengua, con los dedos o con cualquier otra parte de su cuerpo. Porque ver no es algo que se haga con los ojos, sino más bien con el cerebro. Y esa es una buena noticia.

-¿Qué desvela en su libro?

-Fundamentalmente hablo de dos cosas. La primera son las capacidades que podemos perder a nivel cerebral cuando tenemos una lesión o una patología, a través de casos famosos de la neurociencia, y cómo esto puede repercutir en nuestro día a día a nivel de atención, memoria o emociones. Y lo segundo, una vez he puesto al lector en contexto, explico qué podemos hacer para que nuestro cerebro funcione mejor, para reducir esos efectos negativos que podemos sufrir, y también para tener un buen envejecimiento cerebral. A final vivimos cada vez más años, y lo que todos queremos es vivirlos bien.

-Su libro es divulgativo, pero su contenido científico es amplio y riguroso. ¿Qué tipo de público busca?

-Busco un público amplio y de hecho se ha publicado la cuarta versión del libro, porque en las primeras era demasiado denso y muchos lectores se perdían en tecnicismos. Con la cuarta versión, la que se ha publicado, quiero hacer que cualquier persona entienda lo que cuento pero sin renunciar al conocimiento científico y al rigor. Incluso en el capítulo segundo doy unas pinceladas sobre el funcionamiento del sistema nervioso que alguien con conocimientos en el tema podría saltar, pero que quien no los tenga le va a venir muy bien para entenderlo todo.

-Si la divulgación neurocientífica se simplifica en exceso se convierte en autoayuda...

-Claro, y yo quería huir de eso. Todo el libro está basado en la evidencia científica, excepto alguna hipótesis personal que planteo, y en esos casos lo señalo claramente. Es importante el rigor porque en neurociencia hay muchos libros publicados sin contar con la evidencia científica, e incluso con errores graves. Y te estoy hablando de algunos bestsellers, algunos de los cuales dicen auténticas barbaridades. Eso es engañar a la gente, que es justo lo contrario que tenemos que hacer los científicos a la hora de divulgar.

-Cuando era pequeño se decía que la ciencia solo comprendía el 11% del cerebro... pero me da que eso era una leyenda urbana...

-Así es. Yo los llamo mitos. Hay muchos y uno era ese. Es verdad que nos falta mucho por conocer sobre el cerebro, pero hemos aprendido muchísimas cosas. En los últimos 70 años, desde que Ramón y Cajal sentara las bases del funcionamiento de las neuronas, el conocimiento que hemos acumulado es enorme, por mucho que todavía existan enigmas para nosotros, como saber dónde se localiza la conciencia, o entender cómo guardamos nuestros recuerdos. Otro mito muy divertido que se decía es que el ser humano solo usaba el 1% del cerebro... así que imagínate que usáramos el 100%, ¡seríamos capaces de mover los objetos! La realidad es que el cerebro no funciona de ese modo... de hecho cuando se utiliza todo el cerebro a la vez estamos hablando de epilepsia, que es una enfermedad. Otro de los retos de los neurocientíficos es desterrar estos mitos.

-¿Qué opina de la saga de cine infantil 'Del revés? ¿Contribuye a fomentar estos mitos dañinos sobre el funcionamiento del cerebro?

-En mi opinión las dos películas están muy bien hechas, y estoy seguro de que en el equipo de creación había científicos a bordo a la hora de hacer el guion. Obviamente está adaptada al cine familiar, pero todo lo que se dice está muy bien enfocado. Yo las recomiendo, no solo para los niños, quienes hacen una lectura diferente, sino también para los adultos.

-Su libro aborda el tema de la plasticidad del cerebro. Antes se decía que los primeros años de vida eran absolutamente determinantes en nuestra vida por lo que quedaba grabado en nuestro cerebro. Espero que sea otro mito...

-Lo es. Antiguamente se creía que el cerebro solo era plástico durante su etapa de desarrollo, que termina a los 20 o 25 años, y que más adelante se perdía toda la capacidad de adaptación, quizá con la única excepción de seguir acumulando recuerdos. Hoy sabemos que el cerebro es plástico toda la vida, y que por eso nos permite adaptarnos continuamente al medio. Hay periodos críticos con mayor plasticidad, donde las experiencias vividas serán muy importantes, pero más adelante se sigue pudiendo cambiar la configuración de nuestro sistema nervioso. Eso son buenas noticias, porque tenemos margen para cambiar y mejorar durante toda nuestra vida.

-¿Es cierto que el mundo no es como es, sino como nos lo contamos a nosotros mismos, o mejor dicho, como nos lo cuenta nuestro cerebro?

-Sí, eso sí que es verdad. De hecho fue una de las cosas que más me llamó la atención cuando empecé a estudiar neurociencia. De entrada no todos los animales percibimos igual nuestro alrededor. Hay reptiles que detectan el calor corporal a través de fosetas termosensibles, o tiburones que detectan campos eléctricos, o aves que son sensibles a los campos magnéticos. Todas esas ondas son invisibles para nosotros porque los humanos no tenemos receptores sensibles a ellas. Nuestros ojos u oídos solo captan determinadas longitudes de onda, y por ejemplo no vemos ni oímos microondas, ni luz ultravioleta, ni las ondas wifi pese a que están ahí. Y menos mal que no vemos todas las ondas, porque hay muchísimas a nuestro alrededor. Eso hace que la realidad sea diferente a lo que nosotros captamos, aunque esa percepción la compartimos más o menos todos los humanos. Pero es que además una cosa es cómo nos llega la información del exterior y otra lo que hace nuestro cerebro para reconstruirla, porque en ese proceso añade elementos que tienen que ver con nuestra experiencia, con lo aprendido o con lo cultural que tiene nuestra sociedad en concreto. Por eso las mismas cosas son percibidas como buenas por unas personas y como malas por otras.

-Eso de la percepción me recuerda a la vieja pregunta de si hace ruido un árbol que cae en un bosque donde no hay absolutamente nadie... siempre he pensado que no, pero no estoy seguro de por qué.

-Estoy de acuerdo contigo. El sonido se genera a partir de las vibraciones ocasionadas por diferencias de presión del aire. Si un árbol cae, se van a producir ondas y se transmitirán a través del aire. Pero si no hay un oído con un tímpano que transmite esa vibración a la cóclea, y después un cerebro que la interpreta no existirá ningún sonido como tal. Porque el ruido, el sonido o todo lo oídos o vemos no existe por sí mismo, sino que se crea en nuestro cerebro a partir de las señales que podemos captar y de nuestras experiencias anteriores.

-Dice que la misma realidad puede ser buena o mala para una persona según sus experiencias y otros factores... ¿pero no hay ningún 'standard' para todo el mundo? ¿Algo así como una especie de memoria ROM del bien y del mal?

-La plasticidad de nuestro cerebro nos permite adaptarnos y readaptarnos a nuestro medio. Si vives en Teruel la percepción del frío y de la temperatura será distinta a la que tenga alguien que se ha criado en República Dominicana. Ese proceso de adaptación depende de tus experiencias previas, efectivamente. Pero tenemos estructuras con una especie de información innata. La amígdala, una pequeña región de nuestro cerebro parecida a una almendra, es muy reactiva, desde que somos muy pequeños, a estímulos que sabemos que pueden ponernos en serio peligro, como el fuego, las alturas o las serpientes. Pero por otro lado lo que podemos categorizar como bueno o malo depende de nuestra sociedad, de nuestra cultura, de nuestros usos sociales, de nuestras experiencias y de otros muchos factores. Aquí entra en juego nuestra corteza prefrontal. Así que tenemos una combinación entre una base fija e innata, que tiene que ver con la evolución, y otra flexible y adaptable que depende de nuestras circunstancias.

-Hay dos palabras muy de moda, el cortisol y la oxitocina. ¿Es verdad que nuestra vida está dominada por ellas?

-El cortisol es una hormona que nos ayuda a metabolizar la glucosa. La liberamos todos los días, y si no fuera por ella no tendríamos energía para movernos. Lo que ocurre es que en situaciones de estrés se libera más cantidad, precisamente para movilizar los recursos necesarios para hacer frente a ese estrés y solucionar la situación que lo provoca. El problema es que el estrés sostenido en el tiempo hace que se libere demasiado cortisol y sin control, y eso tiene efectos negativos a nivel cardiovascular, sexual, cerebral, y puede comprometer funciones importantes del cuerpo. Y la oxitocina y la vasopresina son importantes en el campo de la cognición social, para establecer vínculos afectivos, de pareja en el enamoramiento o con la familia. ¿Estamos dominados por ellas? Pues depende. Todo el mundo sabe que cuando esta muy estresado o cuando te enamoras haces cosas que quizá no harías en condiciones normales. Lo de estar loco de amor es un poco verdad. De algún modo regulan o pueden condicionar nuestra conducta, pero no creo que estemos dominados, completamente dominados, por ellas.

-Es decir, no aplica ese esquema determinista de que todo cuanto hacemos, pensamos o sentimos responde a unas reacciones químicas incontrolables que tienen lugar en nuestro interior...

-Ni mucho menos. Eso es el hardware que tenemos dentro, pero lo que hacemos depende de cómo somos y de las interacciones que tenemos. Es lo bueno de ser humano, que hay muchos factores que hacen que hagamos lo que hacemos. Las hormonas y los neurotransmisores son los mecanismos a través de las cuales nuestras neuronas se comunican, pero no las que nos hacen pensar o hacer determinadas cosas. Las decisiones que tomamos dependen de una infinidad de factores. Es interesante que plantees esto porque es lo que dice la evidencia científica, en contra de tesis como la que sostiene Robert Sapolsky en su libro Decidido. Dice que no existe el libre albedrío y que todo lo que hacemos dependen de esas reacciones químicas de las que hablas. Y no es así. Hay experimentos que demuestran que en algunos casos existe cierto determinismo pese a que creamos que somos libres, es verdad, pero en la mayor parte de los casos hay muchos más elementos, estímulos y situaciones detrás de nuestras acciones.

-La concepción cientifista del cerebro y de lo que sucede dentro de él, ¿está reñida con conceptos subjetivos como el alma, las musas, o la propia idea de un dios?

-Yo creo que no. Creo que hablamos de lo mismo en diferentes términos. Los neurocientíficos hablamos de creatividad en lugar de musas, y de espiritualidad en lugar de dios, pero es lo mismo. Lo que pasa es que los neurocientíficos, todos los científicos, tenemos que dudar de lo establecido, porque si no no avanzaríamos. La ciencia dice algo con la certeza que nos da su actual desarrollo, sin descartar que dentro de cien años sepamos cosas que lo cambien todo, y que hoy consideraríamos sobrenaturales. Esto mismo ocurrió con el propio cerebro. Antes de Ramón y Cajal se creía que el cerebro era una especie de retículo continuo que no tenía células individualizadas, porque visto al microscopio se detectaba una especie de maraña. Pero Cajal dudó de eso, y tras mucho investigar demostró que, efectivamente, existían unas células a las que luego se llamó neuronas. Y rompió el falso dogma porque dudó de él.

-Las pantallas, la velocidad a la que discurre la vida, los mensajes de whatsapp que han sustituido a las conversaciones en vivo... ¿juegan siempre en contra de nuestra actividad cerebral, o podemos darle la vuelta a esa tortilla?

-Todo depende del uso que le demos. Ya sabemos que utilizar plataformas como TicToc o Instagram de un modo rápido, variado y cambiante afectan a nuestros mecanismos para fijar la atención. Además su uso es muy reforzante y por tanto adictivo, y sabemos que compromete funciones como la concentración y la atención. Pero no podemos demonizar las nuevas tecnologías, porque nos permiten acceder a mucha más información que antes, y eso potencia nuestras redes neuronales y hace que seamos mejores a la hora de discriminar entre la información válida de la que no lo es. Otro ejemplo son los videojuegos. Están hechos para gustar a la gente, y eso crea problemas de adicción. Hay estudios que demuestran que la parte de refuerzo del cerebro se activa de igual modo en un adicto a los videojuegos que en uno a la cocaína. Pero por otro lado el equipo suizo Bavelier Lab Video Game ha demostrado que los videojuegos de acción pueden mejorar aspectos como la atención, la visión espacial y determinadas funciones ejecutivas. Y en nuestro laboratorio en Barcelona hemos hecho experimentos que lo confirman. Así que hay que buscar el equilibrio, porque hay muchos elementos que no son completamente negativos ni completamente positivos.

-¿Es posible utilizar las redes o jugar videojuegos y evitar la adicción a ellos?

-El uso de sustancias como la heroina o la dopamina que generan las redes sociales provocan cambios a nivel químico que cuando dejas de consumir se restablecen. Decimos que se pasa el periodo de abstinencia. Pero lo que no se corrige es el deseo de consumir más. El núcleo accumbens está siempre buscando situaciones que nos lleven al consumo, mientras que la corteza prefrontal lo frena. Si tienes que elegir para desayunar yogur de frutas o donut de chocolate, el primero te impulsa a elegir el donut porque te encanta, y te hace sentir que te mueres por él. Pero la corteza prefrontal te indica que lo saludable es elegir el yogur. Y eso se puede trabajar. Hay técnicas en psicología que ayudan a incrementar el control cognitivo, y en el laboratorio se realiza estimulación cerebral no invasiva que funciona muy bien con adictos, haciendo que tengan mas control sobre el deseo de consumir. Podemos enseñar a nuestro cerebro a controlar las adicciones.

-Se dice que las rutinas, las agendas y las metodologías son buenas para nuestro rendimiento, pero la creatividad y la capacidad de improvisar son profundamente humanas. ¿Con qué nos quedamos?

-Ahora sabemos que existen redes neuronales que tienen que ver con las rutinas y con el razonamiento, y otras vinculadas con la creatividad. En el laboratorio hemos comprobado que si estimulas unas las otras pasan a un segundo plano. La situación ideal es alcanzar el equilibrio, y ser capaces de activar nuestras redes neuronales de la creatividad cuando nos enfrentamos a un problema que requiere ser creativo, y apagarlas y encender las otras cuando necesitamos una solución razonada. Muchas veces ocurre que el estímulo de las redes creativas hacen que las otras no funcionen tan bien. Hay experimentos con estimulación magnética transcraneal a personas en la se estimulaba esa parte relacionada con la creatividad, y se incrementaba mucho, hasta el punto de que eran capaces de dibujar mucho mejor de lo que lo hacían habitualmente. Pero las redes neuronales relacionadas con el razonamiento disminuían mucho también. Y funciones que están muy localizadas, como el área del lenguaje, pueden desactivarse temporalmente y hacer que una persona no recuerde como se habla durante un rato. La estimulación magnética transcraneal permite apagar o activar determinadas zonas o redes neuronales, e imagina lo que significa esa herramienta para trabajar con pacientes de depresión o que sufran problemas motores por accidente cerebral como los ictus.

-Eso parece ciencia ficción... ¿la estimulación magnética permitiría construir cascos de pensar? ¿Gorras de ser más listo o creativo?

-De hecho ya existen. Se puede hacer mejora cognitiva de personas sanas, aunque en España no es algo que se haya desarrollado a nivel comercial. Pero en Estados Unidos hay centros que sí lo hacen. La estimulación se empezó a utilizar en el ejército de EE UU con los controladores de drones, hace como veinte años, para incrementar sus niveles de atención. Y funciona muy bien. Es tanto el poder de estas técnicas que también pueden utilizarse para mejorar el desempeño de los deportistas, y el Comité Olímpico Internacional ya está estudiando métodos de detección de estas técnicas, por si fueran susceptibles de ser consideradas dopping. Nosotros (la UOC) tenemos un proyecto con San Sebastián y aplicamos este tipo de estimulación a equipos de surf profesionales. La mejora que experimentan es brutal.

-En qué consisten estas técnicas no invasivas?

-Hay dos tipos. La magnética, que se realiza aplicando un campo magnético muy potente, y que ha demostrado ser muy efectiva. Y la eléctrica, a través de electrodos, que no lo es tanto. Pero son técnicas muy potentes y no deben ser usadas a la ligera, porque podrían acarrear muchas consecuencias. Además son aparatos carísimos y muy complejos. En nuestro laboratorio tenemos equipos de medio millón de euros... pero imagina que ocurrirá cuando se abaraten los costes.

-¿Podríamos tener nuestro propio aparato personal para estimularnos la mollera?

-¡De hecho ya se venden en Amazon!

-¿Qué me está contando?

-Sí. Pero no sirven absolutamente para nada. Se venden en forma de cintas o auriculares, pero son un timo, no hacen nada.

-Menudo melón se abrirá cuando se esto se desarrolle comercialmente. Habrá que registrar a los estudiantes cuando vayan a hacer un examen...

-A nivel ético es un tema del que ya se está hablando mucho. Existen proyectos de mejora de la cognición numérica que hoy en día funcionan realmente muy bien. En algunos colegios de Reino Unido se han empezado a utilizar, pero personalmente opino que no es buena idea utilizar estas técnicas con niños sanos, con su cerebro en pleno desarrollo. Yo creo que antes de hacer eso había que hacer una profunda reflexión ética. Y no solo por el agravio comparativo que sufren las personas que no tienen acceso a esas técnicas, sino por los daños cerebrales que podrían causarse.

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